28 de noviembre de 2023
LA CASA UNIVERSAL DE JUSTICIA
28 de noviembre de 2023
A los bahá’ís del mundo
Muy queridos amigos:
El 27 de noviembre de 2021, en medio de una noche serena y oscura, cerca de seiscientos representantes de Asambleas Espirituales Nacionales y Consejos Regionales Bahá’ís se reunieron, junto con los miembros de la Casa Universal de Justicia y del Centro Internacional de Enseñanza, así como personal del Centro Mundial Bahá’í, para conmemorar con la debida solemnidad, en el recinto de Su Santuario Sagrado, el centenario del fallecimiento de ‘Abdu’l-Bahá. A lo largo de esa misma noche, con el girar del planeta, las comunidades bahá’ís de todo el mundo se reunieron también con reverente devoción, en barrios y aldeas, pueblos y ciudades, para rendir homenaje a una Figura sin parangón en la historia religiosa y meditar sobre el siglo de logros que Él mismo había iniciado.
Esta comunidad —el pueblo de Bahá, amantes fervientes de ‘Abdu’l-Bahá—, que cuenta ya con millones de miembros, se ha extendido hoy a unas cien mil localidades de 235 países y territorios. Ha salido de la oscuridad para ocupar su lugar en el escenario mundial. Ha establecido una red de miles de instituciones, desde las bases hasta el ámbito internacional, uniendo a pueblos diversos en el propósito común de dar expresión a las enseñanzas de Bahá’u’lláh para la transformación espiritual y el progreso social. En muchas regiones, su modelo de construcción de comunidades locales pujantes ha acogido a miles de almas, y en algunas, a decenas de miles. En estos entornos está tomando forma un nuevo modo de vida que se distingue por su carácter devocional; el compromiso de los jóvenes con la educación y el servicio; conversaciones con propósito entre familias, amigos y conocidos sobre temas de relevancia espiritual y social; y actividades colectivas en pos del progreso material y social. Las Escrituras Sagradas de la Fe se han traducido a más de ochocientos idiomas. El nacimiento de Mashriqu’l-Adhkár nacionales y locales augura la aparición de miles de futuros centros dedicados a la adoración y el servicio. El centro espiritual y administrativo mundial de la Fe se ha asentado en las dos ciudades sagradas de ‘Akká y Haifa. Y, a pesar de las limitaciones actuales de la comunidad — demasiado obvias si se consideran en relación con sus ideales y aspiraciones más elevadas, así como con la distancia que la separa de la consecución de su objetivo final: la materialización de la unicidad de la humanidad—, sus recursos, su capacidad institucional, su habilidad para mantener un crecimiento y desarrollo sistemáticos, su compromiso con instituciones afines, y su implicación e influencia constructiva en la sociedad, se sitúan en una cima histórica sin precedentes.
¡Cuánto ha avanzado la Fe desde aquel momento, hace un siglo, en el que ‘Abdu’l-Bahá partió de este mundo! Al amanecer de aquel doloroso día, la noticia de Su fallecimiento se extendió por la ciudad de Haifa y consumió de angustia los corazones. Miles de personas se reunieron en Su funeral: jóvenes y mayores, poderosos y humildes, funcionarios distinguidos y las masas —judíos y musulmanes, drusos y cristianos, así como bahá’ís—, una multitud nunca antes presenciada en la ciudad. A los ojos del mundo, ‘Abdu’l-Bahá había sido un paladín de la paz universal y de la unicidad de la humanidad, un defensor de los oprimidos y promotor de la justicia. Para la gente de ‘Akká y Haifa, era un padre y amigo cariñoso, un sabio consejero y un refugio para todos los necesitados. En Su funeral, prodigaron fervientes expresiones de amor y lamento.
No obstante, y como es natural, fueron los bahá’ís quienes sintieron más profundamente Su pérdida. Él era la preciada dádiva otorgada por la Manifestación de Dios para guiarlos y protegerlos, el Centro y Eje de la inigualable y omnímoda Alianza de Bahá’u’lláh, el Ejemplo perfecto de Sus enseñanzas, el Intérprete infalible de Su Palabra, la encarnación de todo ideal bahá’í. A lo largo de Su vida, ‘Abdu’l-Bahá trabajó sin descanso al servicio de Bahá’u’lláh, cumpliendo en su totalidad la sagrada encomienda de Su Padre. Cultivó y protegió fielmente la preciosa semilla que había sido sembrada. Amparó a la Causa en la cuna de su nacimiento y, guiando su difusión por Occidente, estableció allí la cuna de su administración. Afianzó los pasos de los creyentes y levantó una cohorte de adalides y santos. Con Sus propias manos enterró los benditos restos del Báb en el mausoleo que erigió en el Monte Carmelo, cuidó devotamente los dos Santuarios Sagrados y sentó las bases del centro administrativo mundial de la Fe. Salvaguardó la Fe de sus enemigos acérrimos, tanto internos como externos. Reveló la preciada Carta para compartir las enseñanzas de Bahá’u’lláh con todos los pueblos del mundo, así como la Carta que dio origen y puso en marcha los procesos del Orden Administrativo. Su vida abarcó todo el período de la Edad Heroica inaugurada por la declaración del Báb; Su ascensión marcó el comienzo de una nueva Edad, cuyas características eran aún desconocidas para los creyentes. ¿Qué les depararía a Sus seres queridos? Sin Él, sin Su guía continua, el futuro parecía incierto y sombrío.
Desolado por la noticia del fallecimiento de ‘Abdu’l-Bahá, Su nieto Shoghi Effendi abandonó presuroso sus estudios en Inglaterra para regresar a Tierra Santa, donde recibió un segundo golpe demoledor. ‘Abdu’l-Bahá lo había nombrado Guardián y Cabeza de la Fe y había confiado el mundo bahá’í a su cuidado. Afligido y angustiado, pero sostenido por la infatigable atención de la amada hija de Bahá’u’lláh, Bahíyyih Khánum, Shoghi Effendi se ciñó el pesado manto de su cargo y comenzó a evaluar las condiciones y perspectivas de la incipiente comunidad.
El anuncio del nombramiento de Shoghi Effendi como Guardián fue recibido con alivio, agradecimiento y declaraciones de lealtad por el conjunto de los creyentes. La amargura de su separación del Maestro fue mitigada por las promesas contenidas en Su Voluntad y Testamento de que no los había dejado solos. No obstante, unos pocos desleales desafiaron al heredero elegido por ‘Abdu’l-Bahá y, motivados por sus propias ambiciones y ego, se levantaron contra él. Su traición en aquel momento crítico de transición se vio agravada por las nuevas maquinaciones de los opositores reconocidos del Maestro. Con todo, aunque duramente presionado por tales sufrimientos y pruebas, y frente a otros formidables obstáculos, Shoghi Effendi comenzó a movilizar a los miembros de las comunidades bahá’ís, ampliamente dispersas, para iniciar la monumental tarea de sentar las bases del Orden Administrativo. Las personas previamente galvanizadas por la personalidad incomparable de ‘Abdu’l-Bahá empezaron poco a poco a coordinar sus esfuerzos en una empresa común, bajo la guía paciente pero resuelta del Guardián.
Conforme los bahá’ís empezaron a asumir sus nuevas responsabilidades, Shoghi Effendi les recalcó cuán rudimentaria era hasta el momento la comprensión que tenían de la sagrada Revelación y lo abrumadores que eran los retos frente a ellos. «¡Cuán inmensa es la Revelación de Bahá’u’lláh! ¡Cuán enorme es la magnitud de las bendiciones que Él derrama sobre la humanidad en este día!», escribió. «Y, con todo, ¡qué insatisfactoria y deficiente es nuestra noción de su significación y gloria! Esta generación se halla demasiado cerca de una Revelación tan colosal como para apreciar en toda su medida las infinitas posibilidades de Su Fe, el carácter sin precedente de Su Causa y los misteriosos designios de Su Providencia». «El contenido del Testamento del Maestro está mucho más allá de lo que la presente generación puede comprender», escribió su secretario en su nombre. «Requiere por lo menos un siglo de funcionamiento efectivo antes de que los tesoros de sabiduría contenidos en él puedan ser revelados». Para comprender la naturaleza y las dimensiones de la visión de Bahá’u’lláh de un nuevo Orden Mundial, explicó, «Debemos confiar en el tiempo y la guía de la Casa Universal de Justicia de Dios, para obtener una comprensión más clara y completa de sus disposiciones y repercusiones».
El momento actual, en el que se cumple un siglo de «funcionamiento efectivo», ofrece un punto privilegiado desde el que obtener nuevas percepciones. Y así, hemos elegido la ocasión de este aniversario para detenernos a reflexionar con ustedes sobre la sabiduría atesorada en las disposiciones de la Voluntad y Testamento, para trazar el rumbo del desenvolvimiento de la Fe y observar la coherencia de las etapas de su desarrollo orgánico, para discernir las posibilidades inherentes a los procesos que impulsan su progreso y para apreciar su promesa para las décadas venideras, a medida que su poder para remodelar la sociedad se manifieste cada vez más en el mundo mediante el impacto creciente de la formidable Revelación de Bahá’u’lláh.
Traducir lo que ha sido escrito a la realidad y acción
El propósito de Bahá’u’lláh es inaugurar una nueva etapa en el desarrollo humano —la unidad orgánica y espiritual de los pueblos y naciones del mundo—, una etapa que señala la mayoría de edad de la raza humana y que se caracterizará, a su debido tiempo, por el surgimiento de una civilización y cultura mundiales. Con este fin, Él reveló Sus enseñanzas para la transformación interior y exterior de la vida humana. «Cada versículo que ha revelado esta Pluma es una puerta brillante y luminosa que descubre las glorias de la vida santa y piadosa, de las acciones puras e inmaculadas», afirmó. Y en innumerables Tablas Él, el Médico Divino, diagnosticó los males que afligen a la humanidad y expuso Su remedio curativo para «la elevación, el progreso, la educación, la protección y la regeneración de los pueblos de la tierra». Bahá’u’lláh explicó que «El llamamiento y el mensaje que dimos no fueron nunca destinados a alcanzar o beneficiar a una sola tierra o a un solo pueblo». «Incumbe a toda persona dotada de discernimiento y comprensión», escribió, «esforzarse por traducir lo que ha sido escrito a la realidad y acción. […] Bienaventurado y feliz es aquel que se dispone a promover los mejores intereses de los pueblos y linajes de la tierra».
La labor de construir un mundo maduro, pacífico, justo y unido es una inmensa tarea en la que todos los pueblos y naciones deben poder participar. La comunidad bahá’í invita a todos a que se sumen a este cometido, como protagonistas de una empresa espiritual que puede superar las fuerzas de la desintegración que están erosionando el viejo orden social y dar forma tangible a un proceso integrador que conducirá, en su lugar, al despliegue de un nuevo orden. La Edad Formativa es ese período crítico en el desarrollo de la Fe en el que los amigos llegan a apreciar cada vez más la misión que Bahá’u’lláh les ha encomendado, profundizan en su comprensión del significado y las implicaciones de Su Palabra revelada y cultivan sistemáticamente capacidad —la suya propia y la de otros— con el fin de poner en práctica Sus enseñanzas en aras del mejoramiento del mundo.
Desde el principio de su ministerio, Shoghi Effendi guió a los bahá’ís en sus esfuerzos por lograr una comprensión más profunda de su misión, que definiría su identidad y propósito. Les explicó el significado de la venida de Bahá’u’lláh, Su visión para la humanidad, la historia de la Causa, los procesos que reconfiguran la sociedad y el papel que los bahá’ís deben desempeñar para contribuir al avance de la humanidad. Esbozó la naturaleza del desarrollo de la comunidad bahá’í para que los amigos comprendieran que experimentaría muchas transformaciones, a menudo inesperadas, a lo largo de décadas y siglos. También describió la dialéctica de crisis y victorias, preparándolos para el tortuoso camino que debían recorrer. Instó a los bahá’ís a que refinaran su carácter y afinaran su mente para afrontar los retos de la construcción de un nuevo mundo. Los exhortó a no desalentarse ante los problemas de una comunidad naciente y en rápida evolución, o ante las penalidades y el deterioro del contexto de una época tumultuosa, recordándoles que la plena expresión de las promesas de Bahá’u’lláh yacía en el futuro. Explicó que los bahá’ís debían ser como el fermento —una influencia penetrante y vivificadora— que pudiera motivar a otros a levantarse y superar patrones enquistados de división, conflicto y pugna por el poder, de modo que pudieran finalmente alcanzarse las aspiraciones más elevadas de la humanidad.
Al tiempo que consolidaba estas amplias áreas de comprensión, el Guardián también guio a los creyentes, paso a paso, para que aprendieran a establecer de manera efectiva la base estructural del Orden Administrativo y a compartir de manera sistemática las enseñanzas de Bahá’u’lláh con otros. Dirigió pacientemente sus esfuerzos aclarando de manera gradual la naturaleza, los principios y los procedimientos que caracterizan a ese Orden, al tiempo que elevaba su capacidad para enseñar la Fe, individual y colectivamente. En cada asunto vital, proporcionaba orientación, y los creyentes consultaban y se esforzaban por aplicar su guía, compartiendo con él sus experiencias y planteando preguntas cuando se enfrentaban a problemas y dificultades desconcertantes. Luego, tomando en cuenta la experiencia acumulada, el Guardián ofrecía orientación adicional y desarrollaba los conceptos y principios que permitirían a los amigos ajustar sus acciones según fuera necesario, hasta que sus esfuerzos resultaran eficaces y pudieran aplicarse más ampliamente. En respuesta a su guía, los amigos demostraban una fe inamovible en la verdad de la Palabra revelada, una confianza inquebrantable en su visión y sabiduría infalible, y una resolución inalterable de transformar los diversos aspectos de sus vidas según el modelo establecido en las Enseñanzas. De esta manera, se fue cultivando en la comunidad la capacidad de aprender a aplicar las Enseñanzas. La eficacia de este enfoque quedó demostrada de la forma más patente en el apogeo de su ministerio, cuando el mundo bahá’í aunó sus fuerzas para alcanzar los logros sin precedentes de la Cruzada Espiritual de Diez Años.
Los esfuerzos de Shoghi Effendi por encaminar a los creyentes por una senda de aprendizaje se ampliaron aún más tras su fallecimiento, bajo la dirección de la Casa Universal de Justicia. Hacia los últimos años del primer siglo de la Edad Formativa, los aspectos esenciales de un proceso de aprendizaje que se encontraba en un estado incipiente a inicios de ese siglo ya habían sido asimilados de manera consciente y eran aplicados sistemáticamente por los bahá’ís del mundo entero en todos los ámbitos de sus actividades.
En la actualidad, la comunidad bahá’í se distingue por un modo de funcionamiento caracterizado por el estudio, la consulta, la acción y la reflexión. Está aumentando constantemente su capacidad de aplicar las Enseñanzas en una diversidad de espacios sociales y de colaborar con aquellos que, en la sociedad en general, comparten el anhelo de revitalizar los fundamentos materiales y espirituales del orden social. En la medida de lo posible, en el alambique transformador de esos espacios, los individuos y las comunidades se convierten en protagonistas de su propio desarrollo; la aceptación de la unicidad de la humanidad destierra los prejuicios y la otredad; la dimensión espiritual de la vida humana se fomenta mediante la adhesión a los principios y el fortalecimiento del carácter devocional de la comunidad; y la capacidad de aprendizaje se desarrolla y se orienta hacia la transformación personal y social. El ahínco por comprender las implicaciones de lo que Bahá’u’lláh ha revelado y por aplicar Su remedio curativo se ha vuelto ahora más explícito, más deliberado, y parte indeleble de la cultura bahá’í. La comprensión consciente del proceso de aprendizaje y su extensión por todo el mundo, desde las bases hasta la esfera internacional, se cuentan entre los frutos más selectos del primer siglo de la Edad Formativa. Este proceso influirá de manera creciente en la labor de cada institución, comunidad e individuo en los años venideros, a medida que el mundo bahá’í asuma retos cada vez más importantes y libere el poder de construcción de sociedad de la Fe en medidas cada vez mayores.
En sus esfuerzos por ayudar a los amigos a ampliar su comprensión acerca del desarrollo de la Fe y de sus responsabilidades correspondientes, Shoghi Effendi hizo referencia al «triple impulso generado mediante la revelación de la Tabla del Carmelo por Bahá’u’lláh y la Voluntad y Testamento, así como las Tablas del Plan Divino, legadas por el Centro de Su Alianza: las tres Cartas que han puesto en marcha tres procesos distintos, la primera actuando en Tierra Santa para el desarrollo de las instituciones de la Fe en su Centro Mundial, y las otras dos, actuando en todo el mundo bahá’í para su propagación y el establecimiento de su Orden Administrativo». Los procesos asociados a cada una de estas Cartas divinas son interdependientes y se refuerzan entre sí. El Orden Administrativo es el principal instrumento para la prosecución del Plan Divino, mientras que el Plan es el agente más potente para el desarrollo de la estructura administrativa de la Fe. Los avances en el Centro Mundial, corazón y centro neurálgico de la administración, ejercen una profunda influencia sobre el conjunto de la comunidad mundial y, a su vez, se ven afectados por su vitalidad. El mundo bahá’í evoluciona y se desarrolla orgánicamente de manera constante conforme los individuos, las comunidades y las instituciones laboran por traducir a la realidad las verdades de la Revelación de Bahá’u’lláh. Ahora, al final del primer siglo de la Edad Formativa, el mundo bahá’í es capaz de captar más plenamente las implicaciones inherentes a estas Cartas inmortales para el desarrollo de la Fe. Y puesto que ha aumentado su comprensión del proceso en el que está comprometido, puede apreciar mejor su propia experiencia acumulada a lo largo del siglo pasado y puede actuar de manera más efectiva para alcanzar el propósito que Bahá’u’lláh destinó para la humanidad en las décadas y siglos venideros.
La perpetuación de la Alianza
Para preservar la unidad de Su Fe, mantener la integridad y la flexibilidad de Sus enseñanzas y garantizar el progreso de toda la humanidad, Bahá’u’lláh estableció una Alianza con Sus seguidores que, debido a su autoridad y por ser explícita y global, es única en los anales de la historia religiosa. En Su Libro Más Sagrado y en el Libro de Su Alianza, así como en otras Tablas, Bahá’u’lláh dispuso que, tras Su fallecimiento, los amigos se dirigieran a ‘Abdu’l-Bahá, el Centro de esa Alianza, para que guiara los asuntos de la Fe. En Su Voluntad y Testamento, ‘Abdu’l-Bahá perpetuó la Alianza al establecer las disposiciones para el Orden Administrativo decretado en los Escritos de Bahá’u’lláh, asegurando así la continuación de la autoridad y la dirección por medio de las instituciones hermanas de la Guardianía y la Casa Universal de Justicia, así como una sólida relación entre los individuos y las instituciones de la Fe.
La historia ha demostrado ampliamente que la religión puede servir como un poderoso instrumento de cooperación para impulsar el avance de la civilización o como una fuente de conflicto que provoca daños incalculables. El poder unificador y civilizador de la religión comienza a declinar cuando los seguidores llegan a discrepar sobre el significado y la aplicación de las enseñanzas divinas, y la comunidad de los fieles acaba dividiéndose en sectas y confesiones antagonistas. El propósito de la Revelación de Bahá’u’lláh es establecer la unicidad de la humanidad y unir a todos los pueblos, y esta última y más elevada etapa en la evolución de la sociedad no puede alcanzarse si la Fe bahá’í sucumbe a la afección del sectarismo y a la disolución del Mensaje divino, atestiguadas en el pasado. Si los bahá’ís «no pueden unirse en torno a un solo punto», observa ‘Abdu’l-Bahá, «¿cómo podrán lograr la unidad de la humanidad?». Y afirma: «Hoy en día la energía dinámica del mundo de la existencia es el poder de la Alianza que, al igual que una arteria, late en el cuerpo del mundo contingente y protege la unidad bahá’í».
Entre los logros del siglo pasado destaca la victoria de la Alianza, que protegió a la Fe de la división y la impulsó a abrazar a todos los pueblos y naciones y a contribuir a su empoderamiento. La penetrante pregunta de Bahá’u’lláh que yace en el núcleo mismo de la religión —«¿Dónde afianzarás la cuerda de tu fe y sostendrás el lazo de tu obediencia?»— adquiere un significado nuevo y vital para quienes Lo reconocen como la Manifestación de Dios para este Día. Es un llamado a la firmeza en la Alianza. La respuesta de la comunidad bahá’í ha sido la adhesión inquebrantable a las disposiciones de la Voluntad y Testamento de ‘Abdu’l-Bahá. A diferencia de las relaciones de poder mundano en las que una entidad soberana impone obediencia, la relación entre la Manifestación de Dios y los creyentes, y entre la autoridad designada por la Alianza y la comunidad, se rige por el conocimiento consciente y el amor. Al reconocer a Bahá’u’lláh, el creyente entra voluntariamente en Su Alianza como un acto de libre conciencia y, por amor a Él, permanece firme en la adhesión a sus requisitos. Al concluir el primer siglo de la Edad Formativa, el mundo bahá’í ha llegado a comprender más plenamente las disposiciones de la Alianza de Bahá’u’lláh y a actuar conforme a ellas, y entre los creyentes se ha establecido un tejido distintivo de relaciones que unifican y dirigen sus energías en pos de su misión sagrada. Este logro, como tantos otros, ha sido fruto de la superación de las crisis.
La existencia de la Alianza no significa que nadie vaya a intentar nunca dividir la Fe, causarle daño o retrasar su progreso, pero sí garantiza que cualquier intento de esta índole esté condenado al fracaso. Tras el fallecimiento de Bahá’u’lláh, individuos ambiciosos, incluidos los hermanos de ‘Abdu’l-Bahá, intentaron usurpar la autoridad conferida a ‘Abdu’l-Bahá por Bahá’u’lláh y sembraron semillas de duda en el seno de la comunidad, poniendo a prueba, y a veces desencaminando, a quienes flaqueaban. Durante su propio ministerio, Shoghi Effendi fue atacado no solo por quienes habían violado la Alianza y se habían opuesto a ‘Abdu’l-Bahá, sino también por algunos miembros de la comunidad que rechazaron la validez del Orden Administrativo y cuestionaron la autoridad de la Guardianía. Años más tarde, al fallecer Shoghi Effendi, se produjo un nuevo ataque contra la Alianza cuando un individuo totalmente desencaminado, y a pesar de haber servido durante muchos años como Mano de la Causa de Dios, hizo un intento infundado y fútil de reclamar la Guardianía para sí mismo, a pesar de las claras condiciones establecidas en la Voluntad y Testamento. Tras la elección de la Casa Universal de Justicia, esta también se convirtió en blanco de los opositores activos de la Causa. En décadas más recientes, unos pocos miembros de la comunidad, presentándose como más ilustrados que otros, trataron infructuosamente de reinterpretar las enseñanzas bahá’ís relativas a las disposiciones de la Alianza, con el fin de poner en duda la autoridad de la Casa de Justicia y reclamar ciertas prerrogativas —en ausencia de un Guardián en vida— que les permitieran conducir los asuntos de la Fe en la dirección de su preferencia.
Así, a lo largo de un siglo, la Alianza establecida por Bahá’u’lláh y perpetuada por ‘Abdu’l-Bahá fue atacada de diversas maneras por oponentes internos y externos, pero finalmente en balde. A pesar de que, en cada ocasión, algunas personas fueron inducidas a error o llegaron a sentir resentimiento, los ataques no lograron desviar o redefinir la Causa, ni abrir una brecha permanente en la comunidad. En todos los casos, acudiendo al centro de autoridad designado en cada momento —‘Abdu’l-Bahá, el Guardián o la Casa Universal de Justicia—, las preguntas obtuvieron respuesta y los problemas se resolvieron. Conforme el conjunto de creyentes fue creciendo en su comprensión de la Alianza y en su firmeza en ella, aprendió a volverse inmune a aquel tipo de ataques y falseamientos que, en una época anterior, habían amenazado la existencia misma y el propósito de la Fe. La integridad de la Causa de Bahá’u’lláh permanece siempre segura.
Cada generación de bahá’ís, por muy elevada que sea su percepción espiritual, tendrá inevitablemente una comprensión reducida de las implicaciones plenas de las enseñanzas de Bahá’u’lláh, debido a las limitaciones impuestas por sus propias circunstancias históricas y la etapa concreta del desarrollo orgánico de la Fe. En la Edad Heroica de la Fe, por ejemplo, los creyentes tuvieron que navegar por lo que seguramente experimentaron en ocasiones como una serie de transiciones desconcertantes y revolucionarias desde la Dispensación del Báb a la de Bahá’u’lláh, y luego al ministerio de ‘Abdu’l-Bahá; todo lo cual, en retrospectiva, y con el esclarecimiento proporcionado por Shoghi Effendi, se comprende ahora fácilmente como una sucesión de actos de una gran obra dramática desplegada por Dios. Asimismo, hoy, después de las incansables labores de la comunidad durante un siglo completo, el primero de la Edad Formativa, se puede comprender más plenamente el significado, el propósito y la inviolabilidad de la Alianza, ese inestimable legado de Bahá’u’lláh a Sus seguidores. La comprensión arduamente adquirida de la naturaleza de la Alianza y la firmeza que dicha percepción engendra y sostiene seguirán siendo esenciales para la unidad y el progreso a lo largo de la Dispensación.
Ahora es evidente y está firmemente establecido que la Alianza de Bahá’u’lláh proporciona dos centros de autoridad. El primero es el Libro: la Revelación de Bahá’u’lláh, junto con el conjunto de obras de ‘Abdu’l-Bahá y Shoghi Effendi que constituyen la interpretación y explicación autorizadas de la Palabra Creativa. Con el fallecimiento de Shoghi Effendi culminó más de un siglo de la extensión de ese centro autorizado. Aun así, la existencia del Libro garantiza que la Revelación esté al alcance de todos los creyentes, es más, de toda la humanidad, libre de interpretaciones erróneas o añadiduras humanas.
El segundo centro autorizado es la Casa Universal de Justicia, que, como afirman los Escritos Sagrados, está bajo el cuidado y la guía infalible de Bahá’u’lláh y el Báb. «Que nadie imagine que la Casa de Justicia adoptará decisión alguna conforme a sus propios conceptos y opiniones», explica ‘Abdu’l-Bahá. «¡Dios no lo quiera! La Suprema Casa de Justicia tomará decisiones y establecerá leyes por medio de la inspiración y la confirmación del Espíritu Santo, pues se halla bajo el resguardo, el amparo y la protección de la Antigua Belleza». «Ciertamente Dios les inspirará todo cuanto sea Su voluntad», proclama Bahá’u’lláh. «Ellos, y no el conjunto de quienes, directa o indirectamente, los eligen», afirma Shoghi Effendi, «han sido hechos destinatarios de la guía divina, que es a la vez la sangre vital y la salvaguarda final de esta Revelación».
Los poderes y deberes con los que ha sido investida la Casa de Justicia abarcan todo lo necesario para asegurar el cumplimiento del propósito de Bahá’u’lláh para la humanidad. Durante más de medio siglo, el mundo bahá’í ha sido testigo de primera mano de su alcance y expresión, incluidas la promulgación de la Ley de Dios, la conservación y difusión de los Escritos Sagrados bahá’ís, la erección del Orden Administrativo y la creación de nuevas instituciones, el diseño de etapas sucesivas en el desarrollo del Plan Divino, la protección de la Fe y salvaguardia de su unidad, así como iniciativas conducentes a la preservación del honor humano, el progreso del mundo y la iluminación de sus pueblos. Las dilucidaciones de la Casa de Justicia resuelven todos los problemas difíciles, las cuestiones poco claras, los problemas que han suscitado diferencias y los aspectos no consignados expresamente en el Libro. La Casa de Justicia proporcionará guía a lo largo de la Dispensación, de acuerdo con las exigencias de la época, garantizando así que la Causa, como un organismo vivo, sea capaz de adaptarse a las necesidades y exigencias de una sociedad en constante cambio. Garantiza, además, que nadie pueda alterar la naturaleza del mensaje de Bahá’u’lláh ni cambiar las características esenciales de la Causa.
En el Kitáb-i-Íqán, Bahá’u’lláh formula la siguiente pregunta: «¿Qué “opresión” es más dolorosa que el hecho de que un alma que busque la verdad y desee alcanzar el conocimiento de Dios no sepa a dónde dirigirse ni de quién obtenerlo?». Un mundo mayoritariamente ajeno a la luz de la Revelación de Bahá’u’lláh se encuentra cada vez más dividido y desorientado en cuestiones de verdad, moralidad, identidad y propósito, y desconcertado por el efecto acelerado y corrosivo de las fuerzas de la desintegración. Para la comunidad bahá’í, sin embargo, la Alianza ofrece una fuente de claridad y refugio, de libertad y fortaleza. Cada creyente es libre de examinar el océano de la Revelación de Bahá’u’lláh, llegar a conclusiones personales, compartir humildemente sus percepciones con los demás y esforzarse por aplicar las Enseñanzas día a día. El empeño colectivo se armoniza y focaliza mediante la consulta y la guía de las instituciones, y transforma los vínculos entre las personas, en el seno de las familias y entre comunidades, y fomenta el progreso social.
Por amor a Bahá’u’lláh, y afianzados por Sus instrucciones explícitas, los individuos, las comunidades y las instituciones encuentran en los dos centros autorizados de la Alianza la guía necesaria para el despliegue de la Fe y la preservación de la integridad de las Enseñanzas. De este modo, la Alianza protege y preserva el proceso de diálogo y aprendizaje sobre el significado de la Revelación y la puesta en práctica de sus prescripciones para la humanidad a lo largo de la Dispensación, evitando los efectos perjudiciales de disputas interminables sobre significado y práctica. Como resultado, las relaciones equilibradas entre individuos, comunidades e instituciones quedan salvaguardadas y se desarrollan a lo largo de su propio sendero, al tiempo que todos pueden alcanzar su pleno potencial y ejercer su capacidad de acción y sus prerrogativas. De este modo, la comunidad bahá’í puede avanzar unida y cumplir cada vez mejor su propósito vital mediante la investigación de la realidad y la generación de conocimiento, ampliando el alcance de sus esfuerzos y contribuyendo al avance de la civilización. Después de más de un siglo, la verdad de la afirmación de ‘Abdu’l-Bahá es cada vez más patente: «el eje de la unicidad de la humanidad es el poder de la Alianza y nada más».
El desenvolvimiento del Orden Administrativo
Más allá de perpetuar la Alianza, la Voluntad y Testamento de ‘Abdu’l-Bahá sentó las bases para otro de los logros más significativos del primer siglo de la Edad Formativa: el surgimiento y desarrollo del Orden Administrativo, el vástago de la Alianza. En un solo siglo, la administración, que comenzó centrándose en el establecimiento de instituciones elegidas, creció en alcance y complejidad y se desplegó por todo el mundo hasta vincular a todos los pueblos, países y regiones. Los Escritos de Bahá’u’lláh y ‘Abdu’l-Bahá que dieron origen a estas instituciones también proporcionan la visión y el mandato espiritual para que ayuden a la humanidad a construir un mundo justo y pacífico.
Mediante el Orden Administrativo de Su Fe, Bahá’u’lláh ha vinculado a individuos, comunidades e instituciones como protagonistas de un sistema sin precedentes. En consonancia con las necesidades de una época de madurez humana, abrogó la práctica histórica según la cual los eclesiásticos llevaban las riendas de la autoridad religiosa, aleccionando a la comunidad de los fieles y dirigiendo sus asuntos. Con el fin de evitar la contienda entre ideologías opuestas, estableció los medios para la cooperación en la búsqueda de la verdad y la promoción del bienestar humano. En lugar de la aspiración al poder sobre los demás, introdujo disposiciones que cultivarían las facultades latentes del individuo y su expresión en el servicio al bien común. La confiabilidad, la veracidad, la rectitud de conducta, la tolerancia, el amor y la unidad figuran entre las cualidades espirituales que forman la base del vínculo entre los tres protagonistas de una nueva forma de vida, mientras que las labores en pro del progreso social están moldeadas por la visión de Bahá’u’lláh de la unicidad de la humanidad.
En el momento del fallecimiento de ‘Abdu’l-Bahá, las instituciones de la Fe consistían en un pequeño número de Asambleas locales que funcionaban de formas dispares. Solamente un puñado de agencias operaban más allá del ámbito local, y no existían Asambleas Espirituales Nacionales. Bahá’u’lláh había nombrado a cuatro Manos de la Causa en Irán, y ‘Abdu’l-Bahá dirigía sus actividades orientadas al progreso y la protección de la Fe, pero no aumentó su número por encima de cuatro nombramientos póstumos. Así pues, hasta ese momento, la Causa de Bahá’u’lláh, colmada de espíritu y potencial, aún no había formado la maquinaria administrativa que le permitiera sistematizar sus iniciativas.
Durante los primeros meses de su ministerio, Shoghi Effendi consideró la posibilidad de establecer la Casa de Justicia de manera inmediata. Sin embargo, tras examinar el estado de la Fe en todo el mundo, llegó rápidamente a la conclusión de que aún no se daban las condiciones necesarias para la constitución de la Casa de Justicia. En su lugar, alentó a los bahá’ís de todo el mundo a concentrar sus energías en levantar Asambleas Espirituales Locales y Nacionales. «Como pilares, las Asambleas Espirituales Nacionales se establecerán gradual y firmemente en cada país sobre los cimientos sólidos y fortificados de las Asambleas Locales», afirmó. «Sobre estos pilares se levantará el magno edificio de la Casa Universal de Justicia, cuyo noble armazón se elevará por encima del mundo de la existencia».
Al ayudar a los amigos a comprender su tarea de sentar las bases de su comunidad, Shoghi Effendi hizo hincapié en que el Orden Administrativo no era un fin en sí mismo, sino un instrumento para encauzar el espíritu de la Fe. Destacó su carácter orgánico, explicando que la administración «es solo la primera configuración de lo que en el futuro llegarán a ser la vida social y las leyes de la vida comunitaria» y que «los creyentes apenas están comenzando a comprenderla y practicarla adecuadamente». También explicó que el Orden Administrativo era el «núcleo y modelo» de lo que con el tiempo llegaría a ser un nuevo orden visualizado por Bahá’u’lláh para organizar los asuntos de la humanidad. Y así, conforme los amigos comenzaron a erigir la administración, pudieron apreciar que las relaciones que se estaban estableciendo entre individuos, comunidades e instituciones evolucionarían en su complejidad y darían lugar con el tiempo a un aumento de capacidad, a medida que la Fe se expandía y generaba un nuevo modelo de vida que podía abarcar a los pueblos del mundo cada vez más ampliamente.
Mediante un intercambio continuo de correspondencia, Shoghi Effendi guio a los amigos paso a paso en sus empeños por aprender a aplicar las enseñanzas relativas a la administración y a profundizar en su comprensión de su propósito, su necesidad, sus métodos, su forma, sus principios, su flexibilidad y su modo de funcionamiento, al tiempo que les ratificaba la base explícita de estos asuntos en los Escritos bahá’ís. Les ayudó a desarrollar el proceso de las elecciones bahá’ís, a establecer y administrar el Fondo bahá’í, a organizar la Convención Nacional, a crear la relación entre las Asambleas Nacionales y Locales, y un sinfín de otros asuntos. Disipó las dudas y vacilaciones de aquellos a los que les costaba entender la continuidad esencial entre la cultura y las prácticas de la vida bahá’í durante la época de ‘Abdu’l-Bahá y los pasos que él, como Guardián, estaba dando para sentar las bases administrativas de la siguiente etapa del desarrollo de la Fe. Conforme los creyentes gestionaban sus asuntos administrativos, él respondía con paciencia a sus preguntas, resolvía problemas y fomentaba la vida colectiva de la comunidad mundial bahá’í. Poco a poco, los amigos aprendieron a trabajar en armonía, a apoyar las decisiones de sus instituciones y sostener su progreso, y a apreciar que la comprensión y la capacidad de acción aumentarían con el tiempo. Las Asambleas Locales empezaron a funcionar de acuerdo con procedimientos consistentes para las elecciones, las consultas, los asuntos financieros y la práctica de la vida comunitaria. Las primeras Asambleas Nacionales se formaron en las Islas Británicas, Alemania y Austria, India y Birmania, Egipto y Sudán, el Cáucaso, Turquestán, y los Estados Unidos y Canadá. En consonancia con la naturaleza orgánica del Orden Administrativo, a menudo las Asambleas Nacionales se establecieron primero a escala regional, abarcando más de un país, y más tarde a escala de nación o territorio, conforme se multiplicaba el número de creyentes y de Asambleas Locales. Siguiendo su estela, se constituyeron gran cantidad de comités, nombrados tanto a nivel local como nacional, para impulsar los esfuerzos colectivos en diversas áreas, como la enseñanza, la traducción, la publicación, la educación, el pionerismo y la organización de las Fiestas de Diecinueve Días y los Días Sagrados.
Después de tres décadas dedicadas a la construcción de la administración a escala local y nacional, en los últimos años de su vida, Shoghi Effendi inauguró una nueva etapa en el desarrollo del Orden Administrativo con la creación de instituciones a escala internacional y continental. Comenzó con el «largamente esperado auge y establecimiento del Centro Administrativo Mundial de la Fe de Bahá’u’lláh en Tierra Santa». En 1951, proclamó la formación del Consejo Internacional Bahá’í. Esta nueva institución, explicó, evolucionaría a lo largo de diversas etapas preparatorias hasta su transformación y florecimiento en la Casa Universal de Justicia.
Este espectacular avance fue seguido poco después, a finales del mismo año, por el nombramiento por Shoghi Effendi de doce Manos de la Causa de Dios, representadas por igual en tres continentes y en Tierra Santa: el primer contingente de Manos de la Causa que se nombraba de conformidad con las disposiciones de la Voluntad y Testamento de ‘Abdu’l-Bahá. Estas distinguidas personas fueron designadas para impulsar la labor de propagación y protección de la Fe. La existencia de una institución que desempeña un papel tan fundamental en el fomento de los intereses de la Causa, pero que carece de autoridad legislativa, ejecutiva o judicial, y está totalmente desprovista de funciones sacerdotales o del derecho a hacer interpretaciones autorizadas, es una característica de la administración bahá’í sin parangón en las religiones del pasado. Tras muchos años de cultivar el sistema de Asambleas electas y sus órganos relacionados, Shoghi Effendi comenzó a dar forma a esta institución designada y a guiar a los amigos para que comprendieran, acogieran y apoyaran sus funciones singulares. El nombramiento, en 1952, de un segundo contingente de Manos elevó su número a diecinueve. En 1954 se crearon los Cuerpos Auxiliares, cuyos miembros servían como delegados de las Manos en cada continente. Incluso hasta los últimos días de su vida, el Guardián continuó ampliando esta institución, nombrando un último contingente de Manos para elevar su número a veintisiete, y estableciendo un Cuerpo Auxiliar de Protección para complementar al Cuerpo de Propagación.
Al reflexionar sobre los esfuerzos de los creyentes por construir la forma incipiente de la administración, Shoghi Effendi les había explicado que gran parte de lo instituido bajo su dirección era temporal y que era función de la Casa Universal de Justicia «trazar con mayor precisión las líneas maestras que deberán guiar las actividades y la administración futuras» de la Fe. En otra ocasión, escribió que «cuando se haya establecido debidamente este Cuerpo Supremo, tendrá que considerar toda la situación de nuevo y sentar el principio que habrá de regir, mientras lo estime aconsejable, los asuntos de la Causa».
Tras el inesperado fallecimiento de Shoghi Effendi en noviembre de 1957, la responsabilidad de los asuntos de la Causa recayó durante un breve tiempo en las Manos de la Causa de Dios. Apenas un mes antes habían sido designadas por el Guardián como «los Administradores Principales de la embrionaria Mancomunidad Mundial de Bahá’u’lláh, que han sido investidos por la Pluma infalible del Centro de Su Alianza con la doble función de velar por la seguridad y asegurar la propagación de la Fe de Su Padre». Las Manos se adhirieron fielmente y sin reservas al curso trazado por el Guardián. Bajo su dirección, el número de Asambleas Nacionales aumentó de veintiséis a cincuenta y seis, y en 1961 se habían puesto en práctica los pasos que había descrito para la transición del Consejo Internacional Bahá’í desde un órgano nombrado a uno elegido, preparando así el terreno para la elección de la Casa Universal de Justicia en 1963.
El desenvolvimiento orgánico de la administración, tan cuidadosamente fomentado por el Guardián, fue cultivado y extendido sistemáticamente bajo la dirección de la Casa de Justicia. El intervalo posterior de más de medio siglo fue testigo de numerosos logros. Entre los más destacados figura la adopción, en 1972, de la Constitución de la Casa Universal de Justicia, aclamada por el Guardián como la «Ley Suprema». Tras consultar con las Manos de la Causa, las funciones de esa institución se ampliaron con miras hacia el futuro mediante la creación de los Cuerpos Continentales de Consejeros en 1968 y del Centro Internacional de Enseñanza en 1973. Además, se autorizó por primera vez a los miembros de los Cuerpos Auxiliares a nombrar ayudantes con el fin de extender en las bases el alcance de sus funciones de propagación y protección. Se multiplicó el número de Asambleas Nacionales y Locales, y crecieron sus capacidades para servir a la comunidad bahá’í y ampliar su influencia mediante el compromiso con la sociedad en general. Los Consejos Regionales Bahá’ís se introdujeron en 1997 para ayudar a abordar la creciente complejidad de los asuntos a los que se enfrentaban las Asambleas Espirituales Nacionales, manteniendo al mismo tiempo el equilibrio entre la centralización y la descentralización en los asuntos administrativos de una comunidad. El sistema de comités de enseñanza establecido en tiempos del Guardián dio paso gradualmente a estructuras que podían asumir la responsabilidad de planificar y tomar decisiones a niveles más descentralizados, adentrándose hasta los barrios y los pueblos. Se establecieron más de trescientos institutos de capacitación, más de doscientos Consejos Regionales, y mecanismos administrativos en más de cinco mil agrupaciones. En Riḍván de 1992 la ley del Ḥuqúqu’lláh se aplicó universalmente en todo el mundo bahá’í y su estructura institucional se consolidó posteriormente con el establecimiento de una red de Juntas de Fiduciarios y Representantes a nivel regional y nacional, así como con el nombramiento de una Junta Internacional de Fiduciarios en 2005. Tras el fallecimiento de Shoghi Effendi, se finalizó la construcción de los Mashriqu’l-Adhkár de Uganda, Australia, Alemania y Panamá, y con el tiempo se erigieron otros en Samoa, India y Chile; en 2012, el proceso del establecimiento de Casas de Adoración se amplió a los ámbitos nacional y local.
Así pues, a lo largo del siglo, y a través de toda una serie de etapas de desarrollo, las relaciones entre los individuos, las comunidades y las instituciones han evolucionado progresivamente hacia formas cada vez más complejas, los cimientos de la administración se han ensanchado, sus métodos se han adaptado continuamente, y los mecanismos para la colaboración se han ido clarificando y perfeccionando de manera constante. Lo que a inicios del primer siglo de la Edad Formativa comenzó como una red de órganos elegidos, a finales de ese siglo se había convertido en una amplia constelación de instituciones y agencias que se extienden desde las bases hasta el ámbito internacional, uniendo al mundo bahá’í, en pensamiento y acción, en una empresa común que abarca una diversidad de contextos culturales y entornos sociales.
Hoy en día, aunque la administración no ha alcanzado todavía su plena madurez, el sistema inaugurado por Bahá’u’lláh evidencia un nuevo patrón de interacciones y un marcado dinamismo en las relaciones entre los tres protagonistas, conforme se implican en el propósito común de trabajar por el desarrollo orgánico de la Fe y el mejoramiento del mundo. En compañía de colaboradores que tienen ideas afines, y en los diversos espacios de estudio, de reflexión y de otras muchas interacciones sociales, las personas expresan sus puntos de vista y buscan la verdad mediante un proceso de consulta, sin insistir en la certeza de sus propias ideas. Juntos, leen la realidad de su entorno, exploran la profundidad de la guía disponible, extraen percepciones relevantes de las Enseñanzas y de la experiencia acumulada, crean entornos cooperativos y espiritualmente edificantes, elevan capacidades e inician acciones que, con el tiempo, se vuelven más efectivas y complejas. Intentan diferenciar aquellas áreas de actividad en las que el individuo puede ejercer mejor su iniciativa de aquellas otras que corresponden únicamente a las instituciones, y acogen de todo corazón la guía y orientación de sus instituciones. En las agrupaciones avanzadas y en los pueblos y barrios que son centros de actividad intensa, emerge una comunidad con un sentido de identidad, voluntad y propósito comunes, que proporciona un entorno para fomentar la capacidad de las personas y unirlas en un marco de actividades complementarias y que se refuerzan mutuamente, que acogen a todos y procuran elevar a cada uno. Estas comunidades se distinguen cada vez más por el sentido de unidad entre sus miembros, su ausencia de prejuicios de todo tipo, su carácter devocional, su compromiso con la igualdad entre mujeres y hombres, su servicio desinteresado a la humanidad, sus procesos educativos y cultivo de virtudes, y su capacidad de aprender sistemáticamente y contribuir al progreso material, social y espiritual de la sociedad. Los miembros de la comunidad llamados a servir en las instituciones se esmeran por ser conscientes de su deber de dejar a un lado sus propios gustos y aversiones, no considerarse nunca los ornamentos centrales de la Causa ni superiores a los demás, y evitar cualquier intento de ejercer control sobre el pensamiento y las acciones de los creyentes. En el desempeño de sus responsabilidades, las instituciones facilitan intercambios creativos y de colaboración entre todos los elementos de la comunidad y se esfuerzan por crear consenso, superar obstáculos, fomentar la salud y la vitalidad espirituales y determinar, a la luz de la experiencia, las formas más efectivas de trabajar por lograr los objetivos y propósitos de la comunidad. A través de diversos medios, incluido el establecimiento de agencias educativas, contribuyen a promover el desarrollo espiritual e intelectual de los creyentes.
Como resultado de estas nuevas relaciones y capacidades de los tres protagonistas, el círculo de quienes tienen la habilidad de pensar y actuar de manera estratégica se ha ampliado, al tiempo que la ayuda, los recursos, el aliento y la guía cariñosa se extienden ahí donde se necesitan. La experiencia y las percepciones se comparten en todo el mundo, desde las bases hasta el ámbito internacional. El modelo de vida creado por este compromiso dinámico abarca a millones de almas de toda procedencia, animadas por la visión de Bahá’u’lláh de un mundo unido. En un país tras otro, ha atraído la atención de padres, educadores, líderes tradicionales, funcionarios y pensadores hacia el poder de Su sistema para abordar las necesidades acuciantes del mundo. Naturalmente, no todas las comunidades exhiben las características de las más avanzadas; de hecho, en la historia bahá’í siempre ha sido así. No obstante, la aparición de nuevas capacidades en cualquier lugar señala un avance evidente y sirve como augurio de que otros seguramente seguirán por ese camino.
En las épocas y siglos venideros, el Orden Administrativo continuará su evolución orgánica en respuesta al crecimiento de la Fe y a las exigencias de una sociedad cambiante. Shoghi Effendi previó que a medida que las «partes que lo componen, sus instituciones orgánicas, comiencen a funcionar con eficiencia y vigor», el Orden Administrativo «hará valer su derecho y demostrará su idoneidad para ser reconocido no solo como el núcleo, sino precisamente como el modelo del Nuevo Orden Mundial que está destinado, a su debido tiempo, a abarcar a la totalidad del género humano». De este modo, a medida que el sistema de Bahá’u’lláh cristalice, ofrecerá a la humanidad formas nuevas y más productivas de organizar sus asuntos. En el transcurso de esta evolución orgánica, las relaciones entre individuos, comunidades e instituciones se irán desenvolviendo, inevitablemente, en nuevas direcciones y, a veces, de formas inesperadas. Aun así, la infalible protección divina que envuelve a la Casa de Justicia asegurará que, mientras el mundo bahá’í navega en medio de la tempestad de un período sumamente peligroso en la evolución social de la humanidad, seguirá indefectiblemente el rumbo establecido por la Providencia.
La difusión y el desarrollo de la Fe en todo el mundo
Desde sus inicios, la comunidad creada por Bahá’u’lláh, aunque pequeña en número y circunscrita geográficamente, se vio galvanizada por Sus elevadas enseñanzas y se levantó para compartirlas generosamente con todos aquellos que buscaban un camino espiritual hacia la transformación personal y social. Con el tiempo, los amigos aprendieron a colaborar estrechamente con personas y organizaciones de ideas afines para edificar el espíritu humano y contribuir a la mejora de las familias, las comunidades y de la sociedad en su conjunto. En todos los países se constató la receptividad al mensaje de Bahá’u’lláh y, gracias a los esfuerzos abnegados y sacrificados de muchas generaciones, nacieron comunidades bahá’ís alrededor de todo el mundo, en ciudades y pueblos lejanos, hasta abarcar la diversidad de la raza humana.
Durante la Dispensación del Báb, la Fe se había establecido en dos países. En tiempos de Bahá’u’lláh, se extendió a un total de quince, y al término del ministerio de ‘Abdu’l-Bahá había alcanzado unos treinta y cinco países. Durante los tumultuosos años de la guerra mundial, ‘Abdu’l-Bahá reveló uno de Sus inestimables legados, las Tablas del Plan Divino, Su gran diseño para la iluminación espiritual del planeta mediante la difusión de las enseñanzas de Bahá’u’lláh. Esta preciosa Carta lanzó un llamamiento al esfuerzo colectivo y metódico; pero mientras vivía el Maestro, apenas había penetrado en el pensamiento y la acción de la comunidad, y solo unos pocos héroes extraordinarios de la Fe, entre los que destacaba Martha Root, se levantaron para darle respuesta.
A lo largo de veinte años desde que el Plan Divino fue revelado por la pluma de ‘Abdu’l-Bahá, su ejecución se mantuvo en suspenso hasta el momento en que los amigos, guiados por Shoghi Effendi, lograron crear la maquinaria administrativa de la Fe y fomentar su funcionamiento adecuado. Solo cuando la estructura administrativa inicial estuvo firmemente establecida pudo el Guardián empezar a articular una visión del despliegue de la Fe basada en el Plan Divino de ‘Abdu’l-Bahá. De la misma manera en que la administración evolucionó a través de diversas etapas de creciente complejidad, así también los esfuerzos por compartir y aplicar las enseñanzas de Bahá’u’lláh evolucionaron orgánicamente, dando lugar a nuevos modelos de vida comunitaria que pudieran acoger a un número creciente de personas, permitir a los amigos asumir retos más ambiciosos y contribuir en mayor medida a la transformación personal y social.
Para iniciar este esfuerzo sistemático, Shoghi Effendi hizo un llamamiento a las comunidades de Estados Unidos y Canadá —los destinatarios elegidos de las Tablas del Plan Divino, a quienes había designado, respectivamente, como sus principales ejecutores y sus aliados— para que idearan un «plan sistemático, cuidadosamente concebido y bien establecido» que habría de «proseguirse vigorosamente y extenderse continuamente». Este llamamiento dio como resultado el lanzamiento del primer Plan de Siete Años en 1937, que llevó las enseñanzas de Bahá’u’lláh a Latinoamérica, seguido por el segundo Plan de Siete Años, que comenzó en 1946 y que hizo hincapié en el desarrollo de la Fe en Europa. Shoghi Effendi alentó igualmente la labor de enseñanza en otras comunidades nacionales, que posteriormente adoptaron planes nacionales bajo su atenta mirada. La Asamblea Espiritual Nacional de India y Birmania adoptó su primer plan en 1938; las Islas Británicas, en 1944; Persia, en 1946; Australia y Nueva Zelanda, en 1947; Irak, en 1947; Canadá, Egipto y Sudán, y Alemania y Austria, en 1948; y América Central, en 1952. Cada uno de estos planes seguía el mismo patrón básico: enseñar a individuos, establecer una Asamblea Local y hacer crecer una comunidad, abrir más localidades en el frente interno o en otra tierra, y repetir después el patrón una vez más. Cuando se lograba una base sólida en un país o territorio, se podía establecer una nueva Asamblea Nacional.
Durante estos años, Shoghi Effendi animó continuamente a los amigos a llevar a cabo su responsabilidad de enseñar la Fe dentro del contexto de los planes adoptados por sus Asambleas Nacionales. Con el tiempo, métodos como el pionerismo, los viajes de enseñanza, las reuniones hogareñas, las escuelas de verano y la participación en las actividades de organizaciones afines demostraron su efectividad en ciertos lugares, y él instó a los amigos de otras partes del mundo a adoptarlos. Las labores de expansión fueron acompañadas de un énfasis en el desarrollo interno necesario para consolidar la identidad y el carácter de la Fe bahá’í como una comunidad religiosa diferenciada. Este proceso transformador fue cuidadosamente cultivado por el Guardián, quien expuso a los creyentes la historia de su Fe, facilitó el uso del calendario bahá’í, hizo hincapié en la participación regular en las Fiestas y la conmemoración de los Días Sagrados, y los guio pacientemente para que asumieran la obligación de obedecer las leyes bahá’ís, tales como las disposiciones del matrimonio bahá’í. Gradualmente, la Fe pasó a ser una religión mundial y ocupó su lugar entre sus religiones hermanas.
Junto con la inauguración de instituciones internacionales, las actividades colectivas de la Fe en el campo de la enseñanza se trasladaron al ámbito de la cooperación internacional. En 1951, cinco comunidades nacionales colaboraron en la ejecución de la «muy prometedora» y «profundamente significativa» Campaña Africana para ampliar la difusión de la Fe por ese continente. Y en 1953 se inició la Cruzada de Diez Años, que aunó los empeños de las doce Asambleas Nacionales existentes en un mismo Plan global, el primero de su clase. En esta etapa culminante del ministerio del Guardián, la red de órganos administrativos que los amigos habían erigido y los métodos de enseñanza probados que habían desarrollado se pusieron al servicio de una empresa espiritual colectiva sin precedentes en la comunidad bahá’í.
A medida que los creyentes viajaban por doquier para compartir su preciada Fe, encontraron una gran receptividad a sus principios y enseñanzas entre pueblos diversos. Estas poblaciones descubrieron en la Revelación de Bahá’u’lláh un significado y un propósito más profundos para sus vidas, así como nuevas percepciones que permitirían a sus comunidades superar dificultades y avanzar espiritual, social y materialmente. Una luz divina, propagada inicialmente de manera gradual de persona a persona, comenzó así a difundirse rápidamente entre las masas de la humanidad. El presagio del fenómeno de la entrada en tropas predicho por ‘Abdu’l-Bahá se hizo visible con el ingreso a la Fe de cientos de creyentes en Uganda, Gambia, las islas Gilbert y Ellice y, más tarde, en Indonesia y Camerún. Antes de que el Plan llegara a su fin, el proceso se había iniciado en otros países, y el número de personas que abrazaban la Fe se contaba por decenas de miles, o incluso más.
Tras el fallecimiento de Shoghi Effendi, las Manos de la Causa aseguraron la culminación exitosa de la Cruzada de Diez Años siguiendo sin desviarse el camino que él había trazado. Mediante la aplicación de las lecciones aprendidas bajo la guía del Guardián, se logró más en el campo de la enseñanza en una sola década que en todo el siglo anterior. La Fe se extendió a 131 nuevos países y territorios, y el número de localidades donde residían bahá’ís superó las once mil, con un total de cincuenta y seis Asambleas Espirituales Nacionales y más de 3500 Asambleas Locales. La hazaña culminó con la elección de la Casa Universal de Justicia por los miembros de dichas Asambleas Nacionales, de acuerdo con las disposiciones establecidas por ‘Abdu’l-Bahá.
Una vez establecida, la Casa de Justicia continuó la prosecución sistemática del Plan Divino, inauguró su segunda época al ampliar y aumentar gradualmente el abanico de actividades cultivadas por el Guardián, añadió o extendió diversos aspectos del trabajo, y coordinó y unificó las actividades de todas las Asambleas Nacionales. Entre las áreas de enfoque que surgieron o recibieron mayor atención figuran la participación universal de las personas en el servicio a la Causa y la profundización de la comprensión de las leyes y enseñanzas por parte de los individuos. Además, el proceso de fortalecimiento de las instituciones hizo hincapié en la colaboración entre los Cuerpos de Consejeros recién establecidos y las Asambleas Nacionales, así como entre los miembros de los Cuerpos Auxiliares y las Asambleas Espirituales Locales. Se potenció la vida comunitaria mediante la atención prestada a las clases para niños, la introducción de actividades para jóvenes y mujeres, y la celebración regular de las reuniones de las Asambleas. Otras iniciativas fueron la amplia proclamación de la Fe y su promoción a través de los medios de comunicación; el desarrollo de centros de aprendizaje, incluidas escuelas de verano e institutos de enseñanza; una mayor implicación en la vida de la sociedad; y el fomento de la erudición bahá’í.
Como resultado de todas estas acciones, en la década de 1990 la Fe se había extendido a decenas de miles de localidades y el número de Asambleas Nacionales se había triplicado con creces, hasta alcanzar la cifra de unas 180. Durante este período, el desarrollo de las comunidades nacionales siguió principalmente dos patrones que dependían en gran medida de la respuesta de la población en general. En el primero, las comunidades locales tendían a ser pequeñas y solo algunas llegaban a contar con un centenar de creyentes o más. Estas comunidades se caracterizaban a menudo por un fuerte proceso de consolidación que hacía posible una amplia gama de actividades y el desarrollo de un fuerte sentido de identidad bahá’í. Sin embargo, resultaba cada vez más evidente que, aunque unida por creencias compartidas, caracterizada por ideales elevados y diestra en la gestión de sus asuntos y la atención a sus necesidades, una comunidad tan pequeña —por mucho que prosperara o intentara servir a los demás mediante esfuerzos humanitarios— nunca podría aspirar a servir de modelo para la reestructuración de la sociedad en su totalidad.
El segundo patrón tomó forma en aquellos países en los que se inició el proceso de entrada en tropas, lo cual dio lugar a un aumento exponencial del número de miembros, de nuevas localidades y nuevas instituciones. En varios países, la comunidad bahá’í llegó a contar con más de cien mil creyentes, mientras que en la India alcanzó los dos millones aproximadamente. De hecho, en un solo período de dos años, a finales de la década de 1980, más de un millón de almas abrazaron la Fe en todo el mundo. Sin embargo, en estos lugares, y pese a los esfuerzos creativos y sacrificados que se realizaban, el proceso de consolidación no pudo seguir el ritmo de la expansión. Muchas personas se hicieron bahá’ís, pero no existían los medios para que todos estos nuevos creyentes profundizaran lo suficiente en las verdades fundamentales de la Fe y se desarrollaran comunidades pujantes. No se podían establecer clases de educación bahá’í en cantidad suficiente como para atender a un número cada vez mayor de niños y jóvenes. Se formaron más de treinta mil Asambleas Locales, pero únicamente una fracción de ellas comenzó a funcionar. A partir de esta experiencia, se hizo evidente que los cursos educativos ocasionales y las actividades comunitarias informales, aunque importantes, no eran suficientes, pues únicamente daban como resultado el surgimiento de un grupo relativamente pequeño de seguidores activos de la Causa que, por muy dedicados que fueran, no podían satisfacer las necesidades de miles y miles de nuevos creyentes.
En 1996, el mundo bahá’í ya había llegado a un punto en el que era preciso reevaluar y reorientar las numerosas áreas de actividad que habían contribuido anteriormente a tanto progreso durante tantos años. Los individuos, las comunidades y las instituciones debían aprender no solo a poner en marcha un modo de acción que pudiera llegar a grandes números, sino también a aumentar rápidamente el número de personas que pudieran emprender actos de servicio, de manera que la consolidación pudiera seguir el ritmo de la expansión acelerada. El esfuerzo por llevar la Fe a las múltiples poblaciones del mundo debía volverse más sistemático. El llamamiento del Plan de Cuatro Años a lograr un «avance significativo en el proceso de entrada en tropas» tenía por objeto reconocer que las circunstancias de la Fe, así como las condiciones de la humanidad, permitían —e incluso exigían— un crecimiento sostenido de la comunidad mundial bahá’í a gran escala. Solo entonces podría materializarse cada vez más el poder de las enseñanzas de Bahá’u’lláh para transformar el carácter de la humanidad.
Al inicio del Plan de Cuatro Años, se alentó a los amigos de cada región a identificar los enfoques y métodos pertinentes a sus condiciones específicas y a poner en marcha un proceso sistemático de desarrollo comunitario en el que revisar sus éxitos y dificultades, ajustar y mejorar sus métodos según correspondiera, aprender y avanzar sin vacilaciones. Cuando el rumbo no estuviera claro, se podrían ensayar en diferentes lugares una serie de enfoques para los retos específicos identificados por el Plan; cuando una iniciativa demostrara su eficacia por medio de la experiencia en un área concreta, sus características podrían compartirse con instituciones de ámbito nacional o internacional y, seguidamente, diseminarse a otros lugares, e incluso convertirse en un componente de Planes futuros.
A lo largo de un cuarto de siglo, este proceso de aprendizaje sobre el crecimiento dio lugar a una serie de conceptos, instrumentos y enfoques que enriquecieron continuamente el marco de acción de la comunidad, en constante evolución. Entre las características más destacadas figuraba la creación de una red de institutos de capacitación —que ofrecían programas educativos para niños, prejóvenes, y jóvenes y adultos— con el fin de empoderar a los amigos en grandes números y permitirles potenciar sus capacidades de servicio. Otra fue el concepto de agrupaciones, que facilitó la sistematización de la labor de enseñanza en zonas geográficas manejables mediante la creación y el fortalecimiento gradual de programas de crecimiento, y aceleró la difusión y el desarrollo de la Fe en cada país y en todo el mundo. En el marco de esos programas de crecimiento, surgió un nuevo modelo de vida comunitaria, comenzando con la multiplicación de cuatro actividades básicas que servían como portales para la entrada de grandes números, combinadas con una gama de otros empeños, como la enseñanza individual y colectiva, las visitas a los hogares, la organización de encuentros sociales, la celebración de Fiestas y Días Sagrados, la administración de los asuntos comunitarios y la promoción de actividades para el desarrollo social y económico; todo lo cual, en conjunto, produciría un cambio en el carácter espiritual de la comunidad y fortalecería los vínculos sociales entre individuos y familias.
Al hacer un repaso de un siglo de iniciativas encaminadas a ejecutar las disposiciones del Plan Divino, resulta evidente que el mundo bahá’í ha experimentado un avance significativo en su cultura. Un número cada vez mayor de personas está inmerso en un proceso de aprendizaje consciente para aplicar las Enseñanzas relacionadas con el crecimiento y el desarrollo dentro de un marco de acción que evoluciona mediante la experiencia de los amigos y la guía de la Casa de Justicia. El aumento de la capacidad para emprender este proceso de aprendizaje se hace evidente en las características que se manifiestan cada vez más en la comunidad bahá’í: mantener una actitud humilde de aprendizaje, ya sea al celebrar los éxitos o al perseverar ante los obstáculos y contratiempos; fortalecer la identidad bahá’í al tiempo que se mantiene una actitud de acogida para con todos; y obrar en ámbitos de actuación cada vez más amplios, al tiempo que se continúa fomentando un acercamiento sistemático y coherente a la labor de la Causa. En miles de agrupaciones, un número cada vez mayor de personas han llegado a verse a sí mismas como protagonistas en la adquisición, generación y aplicación del conocimiento para su propio desarrollo y progreso. Participan en conversaciones como familias, amigos y conocidos sobre temas espirituales elevados y asuntos de transcendencia social; inician actividades que dan forma a un modelo de vida que se distingue por su carácter devocional; brindan educación a los jóvenes y aumentan su capacidad para el servicio; y contribuyen al progreso material y social de sus comunidades. Están empoderadas para contribuir al mejoramiento de su comunidad local y del mundo en su conjunto. Al pensar y actuar de este modo, han adquirido una apreciación más profunda del propósito mismo de la religión.
Participación en la vida de la sociedad
Otra dimensión más del desarrollo del Plan Divino de ‘Abdu’l-Bahá es una mayor implicación de la comunidad bahá’í en la vida de la sociedad. Desde el comienzo de su ministerio, Shoghi Effendi llamó la atención de los amigos una y otra vez sobre el poder de la Revelación de Bahá’u’lláh para efectuar un cambio orgánico en la sociedad, un proceso que en último término habría de llevar al surgimiento de una civilización espiritual. Los bahá’ís, por consiguiente, tenían que aprender a aplicar las enseñanzas de Bahá’u’lláh no solo para su propia transformación espiritual, sino también para el cambio material y social, comenzando en el seno de sus propias comunidades y ampliando luego gradualmente sus esfuerzos para abarcar a la sociedad en general.
Durante la época de ‘Abdu’l-Bahá, algunas comunidades bahá’ís de Irán, junto con otras pocas de países cercanos, habían alcanzado un tamaño y logrado unas condiciones que les permitían llevar a cabo labores sistemáticas de desarrollo social y económico. ‘Abdu’l-Bahá trabajó incansablemente con los amigos para guiar y propiciar su progreso. Por ejemplo, alentó a los creyentes de Irán a establecer escuelas abiertas tanto a niñas como a niños, provenientes de todos los sectores de la sociedad, que ofrecieran formación en buen carácter, así como en las artes y las ciencias. Envió a creyentes de Occidente a que ayudaran en esa labor de desarrollo. A las aldeas bahá’ís de la cercana ‘Adasíyyih y la lejana Daidanaw les ofreció guía para el florecimiento espiritual y material de estas comunidades. Dispuso que se crearan dependencias para la educación y otros servicios sociales alrededor del Mashriqu’l-Adhkár de ‘Ishqábád. Gracias a Su estímulo, se fundaron escuelas en Egipto y en el Cáucaso. Tras Su fallecimiento, Shoghi Effendi proporcionó guía para ampliar esas iniciativas. Las actividades de promoción de la salud, la alfabetización y la educación de mujeres y niñas se extendieron por toda la comunidad iraní. Estimulados por el impulso inicial que había proporcionado ‘Abdu’l-Bahá, se siguieron abriendo escuelas en ciudades y pueblos de todo el país. Estas escuelas florecieron durante un tiempo y contribuyeron a la modernización de esa nación, hasta que en 1934 el gobierno las obligó a cerrar.
Sin embargo, en otros lugares, Shoghi Effendi aconsejó a los amigos que concentraran sus limitados recursos humanos y económicos en la enseñanza y en erigir el Orden Administrativo. Una carta escrita en su nombre explicaba que «nuestras contribuciones a la Fe son la manera más segura de eliminar de una vez por todas la carga del hambre y la miseria de la humanidad, puesto que solamente a través del Sistema de Bahá’u’lláh —de origen divino— puede restablecerse el mundo». Otros «no pueden contribuir a nuestro trabajo, ni hacerlo por nosotros», continuaba la carta, «por lo que, en realidad, nuestra primera obligación es apoyar nuestras propias tareas de enseñanza, ya que esto conducirá a la curación de las naciones». Aunque algunos individuos encontraron vías personales por las que contribuir al desarrollo material y social, por lo general los bahá’ís centraron sus recursos en el crecimiento y en la construcción de su comunidad. En los primeros años que siguieron a la elección de la Casa de Justicia, la guía continuó durante un tiempo en esa misma línea. Así pues, aunque el concepto de desarrollo social y económico está consagrado en las enseñanzas de Bahá’u’lláh, debido a las circunstancias de la Fe a lo largo del ministerio del Guardián y los años siguientes, para la mayor parte del mundo bahá’í no era práctico emprender actividades de desarrollo.
En 1983, tras décadas de esfuerzos incansables en el campo de la enseñanza y fruto de un crecimiento significativo en muchos países de todo el mundo, la comunidad del Más Grande Nombre había alcanzado la etapa en la que la labor del desarrollo social y económico podía —y de hecho, debía— incorporarse a sus cometidos habituales. Se instó a los amigos a esforzarse, mediante la aplicación de principios espirituales, la rectitud de conducta y la práctica del arte de la consulta, por superarse y asumir así la responsabilidad como agentes de su propio desarrollo. Se estableció la Oficina de Desarrollo Social y Económico en el Centro Mundial para ayudar a la Casa de Justicia a promover y coordinar las actividades de los amigos en este ámbito por todo el mundo y, con el tiempo, evolucionó hasta facilitar un proceso global de aprendizaje sobre el desarrollo. Los creyentes se dispusieron a iniciar diversas actividades que abarcaban no solo a los bahá’ís, sino también a la comunidad en general.
En una década se habían puesto en marcha cientos de actividades de desarrollo por todo el mundo, que trataban una variedad de cuestiones como el avance de la mujer, la educación, la salud, la comunicación de masas, la agricultura, la actividad económica y el medioambiente. El abanico de iniciativas era variado en cuanto a su complejidad. Se organizaron actividades bastante sencillas y de corta duración en pueblos y ciudades en respuesta a problemas y dificultades específicas de esas localidades. Se establecieron proyectos sostenidos, como escuelas y clínicas, para atender necesidades sociales durante un tiempo prolongado, a menudo junto con estructuras organizativas para garantizar su viabilidad y efectividad. Y finalmente, hacia 1996, algunas organizaciones de inspiración bahá’í con estructuras programáticas relativamente complejas fueron fundadas por particulares para aprender a proseguir sistemáticamente un enfoque coherente de desarrollo, en el seno de una población, que se tradujera en un impacto importante en una región. En todas esas iniciativas, los amigos trataron de aplicar principios espirituales a problemas prácticos.
A medida que comenzaron a aparecer en un país tras otro agencias de inspiración bahá’í, así como agencias que operaban directamente bajo la autoridad de las instituciones bahá’ís, el impacto de sus actividades en la comunidad y en la sociedad en general se hizo cada vez más patente, manifestando una coherencia dinámica entre las dimensiones material y espiritual de la vida. Se registraron avances no solo en la acción, sino también en el plano del pensamiento. Los amigos llegaron a comprender una serie de conceptos fundamentales: que el mundo no se divide en categorías de desarrollados y subdesarrollados, sino que todos necesitan una transformación y un entorno que les proporcione las condiciones espirituales, sociales y materiales requeridas para su seguridad y prosperidad; que el desarrollo no es un proceso que lleva a cabo un pueblo para otro, sino que las propias personas, dondequiera que residan, son protagonistas de su propio desarrollo; que el acceso al conocimiento y la participación en su generación, aplicación y difusión constituyen el núcleo de su labor; que las iniciativas comienzan a pequeña escala y crecen en complejidad a medida que se acumula experiencia; que los programas cuya efectividad se ha demostrado en una región pueden incorporarse sistemáticamente en otras. A medida que estos principios y conceptos se aplican en un entorno determinado, los amigos se vuelven cada vez más diestros en el análisis de sus condiciones sociales, en extraer percepciones de los Escritos y de diversos campos pertinentes del conocimiento, y en poner en marcha actividades plenamente integradas en la labor de construcción de comunidad.
En 2018, la amplia difusión y la creciente complejidad de las iniciativas bahá’ís de desarrollo en todo el mundo habían impulsado la creación de una nueva institución en Tierra Santa: la Organización Internacional Bahá’í para el Desarrollo. Esta institución global asumió, y amplía aún más, las funciones y el cometido desempeñados anteriormente por la Oficina de Desarrollo Social y Económico, reforzando las labores de acción social de individuos, comunidades, instituciones y agencias de todo el mundo. Al igual que la Oficina que la precedió, su objetivo primordial es facilitar el proceso global de aprendizaje sobre el desarrollo que se está desplegando en el mundo bahá’í, fomentando y apoyando la acción y la reflexión, la recopilación y sistematización de experiencias, la conceptualización y la capacitación —todo ello llevado a cabo a la luz de las enseñanzas de la Fe—. En última instancia, pretende cultivar un enfoque distintivamente bahá’í del desarrollo.
Paralelamente al despliegue sistemático de los procesos de expansión y consolidación, y de desarrollo social y económico, surgió otra importante área de acción: una mayor participación en los discursos prevalentes de la sociedad. En un número cada vez mayor de entornos sociales en los que se delibera sobre problemas humanos, los bahá’ís tratan de compartir percepciones pertinentes extraídas del océano de la Revelación de Bahá’u’lláh. Fue Bahá’u’lláh mismo Quien inicialmente proclamó Su remedio curativo directamente a los líderes del mundo y apeló a su adopción por parte de toda la humanidad. Pese a que los reyes y gobernantes no respondieron afirmativamente al carácter divino de Su anuncio, Él les exhortó a aplicar Sus principios para el establecimiento de la paz mundial: «Ahora que habéis rechazado la Más Grande Paz, aferraos a la Paz Menor, para que, por ventura, podáis mejorar en cierta medida vuestra propia condición y la de los que dependen de vosotros». ‘Abdu’l-Bahá, en Escritos como las Tablas dirigidas a La Haya, y especialmente en charlas pronunciadas durante Sus viajes a Occidente, proclamó incesantemente las enseñanzas de Su Padre a los poderosos y a las masas que bregaban con las innumerables dificultades a las que se enfrentaba la humanidad.
Al principio de su ministerio, Shoghi Effendi, consciente de la importancia vital de dar a conocer a los pueblos y líderes del mundo las percepciones y la sabiduría consagradas en las enseñanzas bahá’ís, fomentó iniciativas con este fin. Estas incluían, entre otras, la apertura en 1925 de una oficina de información bahá’í en Ginebra, la publicación de los volúmenes de The Bahá’í World y el llamamiento a bahá’ís informados para que correlacionaran las Enseñanzas con el pensamiento contemporáneo en lo referente a los múltiples problemas acuciantes del mundo. Tras la constitución de las Naciones Unidas, la Comunidad Internacional Bahá’í se estableció en 1948 como organización no gubernamental que representaba a las comunidades bahá’ís de todo el mundo y fue interviniendo cada vez más en aspectos de la labor de dicho organismo internacional. Esto abrió un nuevo capítulo en la relación continua de la Fe con los gobiernos, las instituciones mundiales y los organismos de la sociedad civil en la esfera internacional. Sin dejar que ello eclipsara en ningún momento la importancia primordial de la labor de enseñanza, el Guardián alentó a los amigos a familiarizar a la sociedad en general con las implicaciones de las enseñanzas de Bahá’u’lláh. «Paralelamente a este proceso de reforzar el tejido del Orden Administrativo y de ampliar su base», escribió a una comunidad nacional, «debe hacerse un intento decidido» para establecer un contacto más estrecho con, entre otros, «los líderes del pensamiento público». Haciendo hincapié en la asociación más que en la afiliación e instando a los creyentes a permanecer ajenos a cualquier forma de participación en asuntos políticos, los alentó a interactuar con organizaciones afines interesadas en cuestiones sociales y a familiarizarlas con los objetivos y propósitos de la Fe y la naturaleza de sus enseñanzas sobre asuntos como el establecimiento de la paz mundial.
Tras el establecimiento de la Casa Universal de Justicia, se amplió aún más este proceso de participación en los discursos de la sociedad. En momentos propicios, la propia Casa de Justicia procuró una amplia difusión de los principios de la Fe, como en su mensaje dirigido a los pueblos del mundo, «La Promesa de la Paz Mundial». La Comunidad Internacional Bahá’í reforzó su posición en las Naciones Unidas, consiguiendo finalmente una relación más formal con diversas agencias de la ONU en la década de 1970. Publicó declaraciones sobre asuntos mundiales y creó un espacio especial de colaboración con gobiernos y organizaciones no gubernamentales. Reconocida por aquellos con los que se relacionaba por no albergar intereses propios, sino por velar por el bienestar de todos los pueblos, desempeñó un papel constructivo en diversos simposios internacionales, como la Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible celebrada en Río de Janeiro, la Conferencia Mundial sobre la Mujer, Pekín, la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, Copenhague, y el Foro del Milenio celebrado en Nueva York. Tras la Revolución iraní y el recrudecimiento de la persecución de los bahá’ís de Irán, varias comunidades nacionales se vieron impelidas a entablar un diálogo más estrecho con diversas instituciones y organismos nacionales e internacionales. Por consiguiente, establecieron oficinas nacionales de asuntos externos para reforzar los mecanismos internacionales en defensa de la Fe.
Llegado el siglo XXI, el progreso orgánico de la Causa había creado las condiciones para una participación más sistemática en los discursos de la sociedad. Los sitios web bahá’ís internacionales y nacionales difundieron notablemente la presentación de las Enseñanzas abarcando una amplia diversidad de temas. Se creó el Instituto de Estudios para la Prosperidad Global con el fin de investigar las implicaciones de las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre cuestiones sociales apremiantes; con el tiempo, también inició una serie de seminarios para promover la comprensión y desarrollar la capacidad de los estudiantes universitarios bahá’ís. La labor de la Comunidad Internacional Bahá’í, inicialmente centralizada en Nueva York y Ginebra, se amplió a centros regionales en Addis Abeba, Bruselas y Yakarta. En el plano nacional, las oficinas de asuntos externos aprendieron cada vez más a participar en discursos nacionales concretos de manera sistemática en nombre de sus respectivas comunidades. Entre los temas que se abordaron de forma intensiva en diversas naciones se encuentran el avance de la mujer, el papel de la religión en la sociedad, el empoderamiento espiritual y moral de los jóvenes, la promoción de la justicia y el fortalecimiento de la cohesión social. En la actualidad, la Oficina de Discurso Público del Centro Mundial Bahá’í facilita un proceso global de aprendizaje a partir de la experiencia de las contribuciones a estos discursos nacionales. Y en las bases, en barrios y pueblos, en sus profesiones y otros espacios sociales en los que participan individualmente, los amigos están aprendiendo a ofrecer conceptos de los Escritos bahá’ís como contribución a la evolución del pensamiento y la acción entre sus compatriotas, necesaria para lograr un cambio constructivo.
La participación en todos estos ámbitos de la sociedad se hace más apremiante a medida que se intensifica el proceso de desintegración del viejo orden mundial y el discurso se vuelve cada vez más tosco y polarizado, lo que recrudece el conflicto entre facciones e ideologías enfrentadas que dividen a la humanidad. En consonancia con su convicción de que la transformación prevista por Bahá’u’lláh requiere la participación de todos, los bahá’ís tratan de colaborar con las muchas personas y organizaciones afines que persiguen objetivos comunes. En estas iniciativas de colaboración, los amigos comparten percepciones de las enseñanzas de Bahá’u’lláh, así como lecciones prácticas extraídas de sus propios esfuerzos de construcción de comunidad, al tiempo que aprenden de la experiencia de sus colaboradores asociados. Al trabajar con personas, comunidades y organizaciones tanto cívicas como gubernamentales, los amigos son conscientes de que el discurso sobre muchas cuestiones sociales puede llegar a ser polémico o estar enmarañado con ambiciones políticas. En todos los entornos en los que los bahá’ís se implican más profundamente con la sociedad en general, procuran fomentar el consenso y la unidad de pensamiento, y promover la colaboración y la búsqueda común de soluciones a los problemas acuciantes de la humanidad. Para ellos, los medios por los que se alcanza el fin son tan importantes como el fin mismo.
Conforme el proceso de implicarse cada vez más en la vida de la sociedad en general se iba arraigando en las comunidades bahá’ís de todo el mundo, en un principio se desarrollaba paralelamente a la labor de enseñanza y al desarrollo de la administración. No obstante, en las últimas décadas, las iniciativas de acción social y participación en los discursos de la sociedad han alcanzado una marcada coherencia con las relativas a la expansión y la consolidación, según los amigos han ido aplicando cada vez más los elementos del marco conceptual para la acción de los Planes globales. A medida que laboran en sus agrupaciones, los amigos se ven inexorablemente inmersos en la vida de la sociedad que los rodea, y el proceso de aprendizaje que impulsa las labores de crecimiento y construcción de comunidad se amplía a un abanico cada vez más variado de actividades. La vida comunitaria se caracteriza cada vez más por su contribución al progreso material, social y espiritual conforme los amigos cultivan su capacidad para comprender las condiciones de la sociedad que los rodea, crean espacios en los que se examinan conceptos de la Revelación de Bahá’u’lláh y de esferas pertinentes del conocimiento humano, aportan percepciones para abordar problemas prácticos y construyen capacidad entre los creyentes y en la comunidad en general. Como resultado de esta coherencia floreciente entre las diversas áreas de acción, las actividades de base más elementales para el desarrollo social y económico pasaron de unos pocos cientos en 1990 a varios miles en 2000, y a decenas de miles en 2021. La participación bahá’í en el discurso social ha recibido una acogida rotunda en innumerables entornos, desde barrios hasta naciones, a medida que una humanidad desconcertada y dividida por los múltiples problemas resultantes de la acción de las fuerzas de desintegración busca ansiosamente nuevas percepciones. En todos los ámbitos de la sociedad, los líderes de pensamiento relacionan cada vez más a la comunidad bahá’í con nuevas concepciones y planteamientos que tanto necesita un mundo cada vez más desunido y desarticulado. El poder de construcción de sociedad de la Fe, en su gran parte latente a principios del primer siglo de la Edad Formativa, es ahora cada vez más perceptible en un país tras otro. La liberación de este poder de construcción de sociedad, resultante de una nueva conciencia y una nueva capacidad de aprendizaje entre los individuos, las comunidades y las instituciones de todo el mundo, está destinada a ser el sello distintivo de la actual etapa del desarrollo del Plan Divino y de las venideras.
El desarrollo del Centro Mundial Bahá’í
De forma paralela al crecimiento de la Fe y al despliegue de la administración, se produjeron avances igualmente significativos en el Centro Mundial Bahá’í durante el primer siglo de la Edad Formativa, puestos en marcha por el impulso de otra Carta: la Tabla del Carmelo de Bahá’u’lláh. Ya se ha hecho mención de la interacción entre los procesos relacionados con las tres Cartas, incluido el surgimiento de instituciones y agencias del centro administrativo del mundo bahá’í. A este repaso pueden añadirse ahora algunas reflexiones sobre el desarrollo de su centro espiritual.
Cuando los pasos de Bahá’u’lláh tocaron las orillas de ‘Akká, se abrió el capítulo culminante de Su ministerio. El Señor de las Huestes aparecía en la Tierra Santa. Su llegada había sido presagiada por las voces de los Profetas miles de años atrás. El cumplimiento de esa profecía, sin embargo, no fue el resultado de Su propia voluntad, sino que fue impuesto por Su persecución a manos de Sus enemigos acérrimos, que culminó en Su exilio. «A Nuestra llegada», declaró Él en una Tabla, «fuimos recibidos con estandartes de luz, ante lo cual la Voz del Espíritu se alzó diciendo: “Pronto, todo los que moran en la Tierra serán alistados bajos estos estandartes”». La potencia espiritual de esa tierra fue inconmensurablemente realzada mediante Su presencia y la inhumación de Sus restos sagrados y, poco después, los de Su Heraldo, también una Manifestación de Dios. Hoy es el punto al que se siente atraído todo corazón bahá’í, el centro focal de sus devociones, la meta de todo peregrino anhelante. Los Lugares Sagrados bahá’ís dan la bienvenida a los pueblos de la Tierra Santa y, de hecho, a los pueblos de todas las tierras. Son un valioso legado mantenido en custodia para toda la humanidad.
No obstante, el control de los bahá’ís sobre el centro espiritual de su Fe era débil al término de la Edad Heroica, y durante muchos años después. Cuán difícil era, a veces, incluso para ‘Abdu’l-Bahá, ofrecer oraciones en el lugar de reposo de Su Padre. Cuán desoladora era Su situación, al ser acusado de sedición por erigir la estructura en la que, por mandato de Bahá’u’lláh, reposarían los restos mortales del Báb tras el largo viaje desde el lugar de Su martirio. Las condiciones peligrosas e inseguras del Centro Mundial persistieron durante el ministerio del Guardián, como quedó patente cuando los violadores de la Alianza se apoderaron de las llaves del Santuario de Bahá’u’lláh, poco después de que asumiera sus responsabilidades. Así, entre los deberes iniciales y más vitales de Shoghi Effendi, desempeñados a lo largo de su ministerio, se encontraban la protección y la preservación, la ampliación y el embellecimiento de los dos Santuarios Sagrados y otros Lugares Sagrados. Para lograr este objetivo, tuvo que afrontar un período de cambios turbulentos en Tierra Santa —incluidos trastornos económicos mundiales, guerra, transiciones políticas reiteradas e inestabilidad social—, al tiempo que defendía, como lo hizo ‘Abdu’l-Bahá antes que él, los principios bahá’ís inmutables de confraternidad con todos los pueblos y el respeto a la autoridad gubernamental establecida. En una ocasión, incluso tuvo que considerar el traslado de los restos de Bahá’u’lláh a un lugar adecuado en el Monte Carmelo, con el fin de garantizar su protección. Y permaneció firmemente en Haifa en tiempos de disturbios y contiendas, al tiempo que instruía al pequeño grupo de creyentes del lugar a que se dispersaran a otras partes del mundo. Esta ardua y tenazmente ejercida obligación continuó hasta sus últimos días, cuando, finalmente, las autoridades civiles reconocieron el Santuario de Bahá’u’lláh como Lugar Sagrado Bahá’í y el mundo bahá’í fue por fin libre para preservar y embellecer su recinto más sagrado.
En el ejercicio de sus gestiones para adquirir, restaurar y asegurar los Lugares Sagrados, el Guardián expandió considerablemente las propiedades que rodeaban el Santuario Sagrado y la Mansión de Bahjí, e inició lo que con el tiempo llegarían a ser extensos jardines formales. En la Montaña de Dios, llevó a su término la tan esperada finalización del Santuario del Báb, iniciado por ‘Abdu’l-Bahá, añadiendo tres salas más, creando su arquería, elevando su cúpula dorada y rodeándolo de vegetación. Trazó «el extenso arco alrededor del cual los edificios del Orden Administrativo Mundial bahá’í» habían de construirse; erigió en un extremo de ese arco su primera estructura: el Edificio de los Archivos Internacionales; y situó, en su centro, los lugares de reposo de la Hoja Más Sagrada, su hermano y su madre. Las labores del Guardián para el desarrollo del Centro Mundial continuaron bajo la dirección de la Casa Universal de Justicia. Se adquirieron y embellecieron otros terrenos y Lugares Sagrados, se erigieron los edificios del Arco y se añadieron terrazas desde la base hasta la cima del Monte Carmelo, tal como lo había previsto originalmente ‘Abdu’l-Bahá e iniciado el Guardián. Antes del término del primer siglo de la Edad Formativa, la propiedad en las inmediaciones del Santuario del Báb se amplió a más de 170 000 metros cuadrados, al tiempo que una serie de intercambios y adquisiciones de terrenos incrementaron la propiedad inmediatamente circundante al Santuario de Bahá’u’lláh de unos 4000 a más de 450 000 metros cuadrados. Y en 2019 comenzó la construcción en ‘Akká, cerca del Jardín de Riḍván, de un Santuario digno para servir como el último lugar de reposo de ‘Abdu’l-Bahá, en ‘Akká.
A lo largo del siglo, también se aceleró el ritmo de desarrollo del centro administrativo bahá’í. Durante muchos años, en los inicios de su ministerio, el Guardián anheló recibir la colaboración de ayudantes hábiles, pero el mundo bahá’í era entonces demasiado pequeño para proporcionar el apoyo necesario. No obstante, con el crecimiento de la comunidad, la Casa de Justicia pudo beneficiarse cada vez más de un flujo continuo de voluntarios dedicados a establecer los departamentos y las agencias indispensables para una Fe en rápido desarrollo, al servicio de las necesidades del Centro Mundial, así como de las comunidades que se multiplican en todo el mundo. En la actualidad, fluyen incesantemente preguntas y orientaciones, percepciones y guía, visitantes y peregrinos entre todas las regiones del planeta y el corazón del mundo bahá’í. En 1987, tras décadas de cambios e incertidumbre, los esfuerzos pacientes por establecer buenas relaciones con las autoridades civiles de Israel, iniciados mucho antes por Shoghi Effendi, culminaron con el reconocimiento formal del estatus del Centro Mundial Bahá’í como centro espiritual y administrativo de la comunidad mundial bahá’í, que opera bajo la égida de la Casa Universal de Justicia.
De la misma manera en que las relaciones entre individuos, comunidades e instituciones han evolucionado con el tiempo, apoyándose en logros anteriores y elevándose para afrontar nuevos retos, lo mismo puede decirse del Centro Mundial Bahá’í y sus relaciones con los bahá’ís de todo el mundo. La íntima e inseparable asociación del centro espiritual y administrativo con el desarrollo del mundo bahá’í quedó plasmada en el mensaje del 24 de mayo de 2001 que dirigimos a los creyentes reunidos para los actos que marcaban la finalización de los proyectos en el Monte Carmelo: «Los majestuosos edificios que ahora se yerguen a lo largo del Arco trazado para ellos por Shoghi Effendi en la ladera de la Montaña de Dios, junto con el magnífico tramo de terrazas ajardinadas que abrazan el Santuario del Báb, son una expresión externa del inmenso poder que anima la Causa a la que servimos. Ofrecen un testimonio intemporal del hecho de que los seguidores de Bahá’u’lláh han logrado sentar las bases de una comunidad mundial que trasciende todas las diferencias que dividen a la raza humana, y han hecho nacer las principales instituciones de un Orden Administrativo único e inexpugnable que da forma a la vida de esta comunidad. En la transformación que ha tenido lugar en el Monte Carmelo, la Causa bahá’í emerge como una realidad visible y apremiante en la escena mundial, como el centro focal de las fuerzas que, en el momento propicio de Dios, llevarán a cabo la reconstrucción de la sociedad, y como una fuente mística de renovación espiritual para todos los que acuden a ella».
Perspectiva
Unas semanas antes de fallecer, ‘Abdu’l-Bahá estaba en Su casa con uno de los amigos. «Ven conmigo», dijo, «y admiremos juntos la belleza del jardín». Luego observó: «¡Mira lo que puede lograr el espíritu de devoción! Hace unos años, este lugar floreciente no era más que un montón de piedras, y ahora está frondoso, lleno de hojas y flores. Mi deseo es que, cuando me haya ido, los amados se dispongan todos a servir a la Causa Divina y, Dios mediante, así será». «Pronto», prometió, aparecerán aquellos «que darán vida al mundo».
¡Queridos amigos! Al término del primer siglo de la Edad Formativa, el mundo bahá’í se encuentra dotado de una capacidad y unos recursos apenas imaginados en el momento del fallecimiento de ‘Abdu’l-Bahá. Una generación tras otra ha laborado, y hoy se ha levantado una multitud que se extiende por todo el planeta: almas consagradas que están construyendo colectivamente el Orden Administrativo de la Fe, ampliando el alcance de su vida comunitaria, ahondando su participación en la sociedad, y desarrollando su centro espiritual y administrativo.
Este breve repaso de los últimos cien años ha ilustrado cómo la comunidad bahá’í, al esforzarse por implementar sistemáticamente las tres Cartas Divinas, se ha convertido en una nueva creación, tal como anticipó ‘Abdu’l-Bahá. Al igual que el ser humano pasa por diversas etapas de crecimiento y desarrollo físico e intelectual hasta alcanzar la madurez, así también la comunidad bahá’í crece de manera orgánica, en tamaño y estructura, así como en comprensión y visión, y asume responsabilidades y fortalece las relaciones entre individuos, comunidades e instituciones. A lo largo del siglo, tanto en el ámbito local como a escala global, la serie de avances experimentados por la comunidad bahá’í le ha permitido actuar con propósito por medio de un abanico cada vez más amplio de iniciativas.
Cuando la Edad Heroica llegó a su fin, la comunidad se enfrentó a interrogantes fundamentales sobre cómo organizar sus asuntos administrativos para responder a los requisitos del Plan Divino. El Guardián guio a los amigos para aprender cómo abordar esos interrogantes iniciales, un proceso que culminó en los arreglos internacionales incipientes que estaban en vigor en el momento de su fallecimiento. La capacidad que se desarrolló durante ese período permitió al mundo bahá’í asumir un sinfín de nuevos interrogantes sobre cómo llevar a cabo la labor de la Fe con un grado mayor de amplitud y complejidad bajo la dirección de la Casa Universal de Justicia. Posteriormente, una vez más, tras haber alcanzado notables progresos a lo largo de varias décadas, surgieron preguntas adicionales sobre oportunidades todavía mayores en relación con el rumbo futuro de la Causa antes del comienzo del Plan de Cuatro Años, que supuso un nuevo desafío para otro período de desarrollo centrado en lograr un avance significativo en el proceso de entrada en tropas en todo el mundo. Esta capacidad creciente de resolver cuestiones complejas para luego asumir otras aún más complejas es lo que caracteriza el proceso de aprendizaje que está impulsando el progreso de la Fe. Así, es evidente que, con cada paso hacia adelante en su desenvolvimiento orgánico, el mundo bahá’í desarrolla nuevos poderes y nuevas capacidades que le permiten asumir mayores desafíos conforme se afana por alcanzar el propósito de Bahá’u’lláh para la humanidad. Y así seguirá siendo, a pesar de los cambios y azares del mundo, a través de crisis y victorias, con muchos giros inesperados, a través de innumerables etapas de las Edades Formativa y Dorada hasta el final de la Dispensación.
Hacia los últimos años del primer siglo de la Edad Formativa, había surgido un marco de acción común que se ha convertido en un elemento central de la labor de la comunidad y que contribuye al pensamiento y configura actividades cada vez más complejas y efectivas. Este marco evoluciona continuamente gracias a la acumulación de experiencia y a la guía de la Casa de Justicia. Los elementos medulares de este marco son las verdades espirituales y los principios cardinales de la Revelación. Otros elementos que también contribuyen al pensamiento y la acción son los valores, las actitudes, los conceptos y los métodos. Aun otros son la comprensión del mundo físico y social extraída de diversas ramas del saber. Dentro de este marco en constante evolución, los bahá’ís están aprendiendo a traducir sistemáticamente las enseñanzas de Bahá’u’lláh a la acción a fin de hacer realidad Sus elevados objetivos para la mejora del mundo. La importancia de esta acrecentada capacidad de aprendizaje, y sus implicaciones para el avance de la humanidad en la etapa actual de su desarrollo social, no puede sobrestimarse.
¡Cuánto ha logrado el mundo bahá’í! ¡Cuánto queda por hacer! El Plan de Nueve Años esboza las tareas que quedan por delante. Entre las áreas de enfoque se encuentran la multiplicación e intensificación de los programas de crecimiento en agrupaciones de todo el mundo y una mayor coherencia en la labor de construcción de comunidad, acción social y participación en los discursos prevalentes mediante los esfuerzos concertados de los tres protagonistas del Plan. El instituto de capacitación seguirá reforzándose aún más y continuará evolucionando como organización educativa que desarrolla capacidades para el servicio. Las semillas que siembra en los corazones de las sucesivas cohortes de jóvenes se nutrirán de otras oportunidades educativas a fin de empoderar a cada alma para contribuir al progreso y al bienestar social. El movimiento de jóvenes se verá complementado en todo el mundo con el avance sin precedentes de las mujeres como plenas colaboradoras en los asuntos de la comunidad. Se fomentará la capacidad de las instituciones bahá’ís a todos los niveles, prestando especial atención al establecimiento y desarrollo de Asambleas Locales y al aumento de su interacción con la sociedad en general y sus líderes. Se cultivará la vida intelectual de la comunidad para proporcionar el rigor y la claridad de pensamiento necesarios para reivindicar ante una humanidad escéptica la aplicabilidad del remedio curativo de las enseñanzas de Bahá’u’lláh. Y todos estos esfuerzos continuarán a lo largo de una serie de Planes que constituirán un reto que abarca nada menos que una generación y que llevará al mundo bahá’í a cruzar el umbral de su tercer siglo.
Los esfuerzos denodados por lograr una comprensión más plena de las enseñanzas de Bahá’u’lláh y por vivir de acuerdo con ellas tienen lugar en el contexto más amplio del proceso dual de desintegración e integración descrito por Shoghi Effendi. El logro del objetivo de la actual serie de Planes —la liberación del poder de construcción de la sociedad de la Fe en medidas cada vez mayores— requiere la capacidad de leer la realidad de la sociedad a medida que esta responde a estos dos procesos y es moldeada por ellos.
Una plétora de fuerzas y acontecimientos destructivos, como la degradación del medioambiente, el cambio climático, las pandemias, el declive de la religión y la moral, la pérdida de sentido y de identidad, la erosión de los conceptos de verdad y razón, la tecnología desenfrenada, la exacerbación de los prejuicios y la confrontación ideológica, la corrupción generalizada, la conmoción política y económica, la guerra y el genocidio, han dejado sus huellas de sangre y sufrimiento en las páginas de la historia y en las vidas de miles de millones de personas. Al mismo tiempo, también pueden discernirse tendencias constructivas esperanzadoras, que están contribuyendo a esa «efervescencia generalizada» que, según Shoghi Effendi, está purificando y reorganizando «a la humanidad en espera del Día en que se habrá reconocido la integridad de la raza humana y será establecida su unidad». La difusión del espíritu de solidaridad mundial, una mayor conciencia de la interdependencia global, la acogida de acciones colaborativas entre individuos e instituciones y un mayor anhelo de justicia y paz están transformando profundamente las relaciones humanas. Y así, el movimiento del mundo hacia la visión de Bahá’u’lláh avanza con innumerables pasos vacilantes, con saltos extraordinarios ocasionales y con tramos intermitentes en los que se estanca o incluso se invierte el progreso, a medida que la humanidad forja las relaciones que constituyen los cimientos de un mundo unido y pacífico.
Las fuerzas destructivas que asolan el mundo no dejan indemne a la comunidad bahá’í. En efecto, la historia de cada comunidad nacional bahá’í lleva su marca. En consecuencia, en diversos lugares y épocas, el progreso de una comunidad determinada se vio retrasado por tendencias sociales insidiosas o restringido temporalmente, o incluso extinguido, por la oposición. Las crisis económicas periódicas redujeron los ya limitados recursos económicos de la Fe, obstaculizando los proyectos de crecimiento y desarrollo. Los efectos de la guerra mundial paralizaron durante un tiempo la capacidad de la mayor parte de las comunidades para poner en práctica planes sistemáticos. Las convulsiones que han reconfigurado el mapa político del mundo han creado obstáculos para la plena participación de algunas poblaciones en la labor de la Causa. Algunos prejuicios religiosos y culturales que se creían en recesión han resurgido con nueva vehemencia. Los bahá’ís se han esforzado por afrontar tales dificultades con perseverancia y resolución. Con todo, a lo largo de los últimos cien años, no se ha presenciado una respuesta más noble a las fuerzas hostiles desatadas en oposición al avance de la Causa que la de los bahá’ís de Irán.
Desde los primeros años del ministerio del Guardián, la persecución que los bahá’ís de Irán habían soportado a lo largo de la Edad Heroica continuó mientras oleadas de represión violenta se abatían sobre esa comunidad, creciendo en intensidad con los ataques y la campaña sistemática de opresión que siguieron a la Revolución iraní y que continúan sin tregua hasta el día de hoy. A pesar de todo lo que han soportado, los bahá’ís de Irán han respondido con valor inconmovible y resiliencia constructiva. Se han ganado una distinción imperecedera gracias a logros tales como el establecimiento del Instituto Bahá’í de Educación Superior para asegurar la formación de las generaciones siguientes, sus esfuerzos por transformar las opiniones de los justos entre sus compatriotas —ya sea dentro o fuera del país— y, sobre todo, su entereza ante innumerables injusticias, indignidades y privaciones con el fin de proteger a sus correligionarios, mantener la integridad de la Fe de Bahá’u’lláh en Su amada patria y salvaguardar su presencia en esa tierra en beneficio de sus ciudadanos. En estas expresiones de fortaleza inquebrantable, de devoción consagrada y de apoyo mutuo yacen lecciones esenciales sobre cómo debe responder el mundo bahá’í a la aceleración de las fuerzas destructivas que cabe esperar en los años venideros.
En el fondo, el reto que presenta la interacción de los procesos de integración y desintegración es el de aferrarse a la descripción que Bahá’u’lláh hace de la realidad y a Sus enseñanzas, resistiendo al mismo tiempo la atracción de los debates controvertidos y polarizadores, y de las recetas seductoras que reflejan los intentos vanos de definir la identidad humana y la realidad social mediante concepciones humanas limitadas, filosofías materialistas y pasiones enfrentadas. «El Médico Omnisciente tiene puesto Su dedo en el pulso de la humanidad. Percibe la enfermedad y en Su infalible sabiduría prescribe el remedio», afirma Bahá’u’lláh. «Percibimos perfectamente cómo toda la raza humana está rodeada de grandes, de incalculables aflicciones». Sin embargo, añade, «Los que están embriagados de presunción se han interpuesto entre ella y el infalible Médico. Presenciad cómo los han enredado a todos, incluso a sí mismos, en la red de sus artificios». Si los bahá’ís se dejan enmarañar en las nociones ilusorias de los pueblos contendientes, si emulan los valores, las actitudes y las prácticas que definen una época ensimismada y egoísta, se retrasará y obstruirá la liberación de esas fuerzas necesarias para redimir a la humanidad de su penosa situación. Más bien, como explica el Guardián: «Los arquitectos adalides del naciente Orden Mundial de Bahá’u’lláh deben escalar alturas más nobles de heroísmo a medida que la humanidad se hunde cada vez más en las profundidades de la desesperación, la degradación, la disensión y el dolor. Que continúen su marcha hacia el futuro, serenamente confiados en que el momento de sus máximos esfuerzos y de la oportunidad suprema de lograr sus más grandes hazañas debe coincidir con la convulsión apocalíptica que ha de señalar el nadir del destino de la humanidad, en rápido declive».
Nadie puede prever con precisión el curso que las fuerzas de desintegración están destinadas a tomar, las convulsiones violentas que todavía asaltarán a la humanidad en esta época de dolores de alumbramiento, o los obstáculos y oportunidades que puedan surgir hasta que el proceso alcance su culminación en la aparición de esa Gran Paz que señalará la llegada de la etapa en que, reconociendo la unidad y la integridad de la humanidad, las naciones habrán de «abandonar las armas de guerra y adoptar los instrumentos de la reconstrucción universal». Sin embargo, una cosa es cierta: el proceso de integración también se acelerará, uniendo cada vez más estrechamente los esfuerzos de quienes están aprendiendo a traducir las enseñanzas de Bahá’u’lláh a la realidad con aquellos de entre la sociedad en general que buscan la justicia y la paz. En El advenimiento de la justicia divina, Shoghi Effendi explicó a los bahá’ís de Norteamérica que, dado el tamaño limitado de su comunidad y la escasa influencia que ejercía, debían concentrarse, en aquel momento, en su propio crecimiento y desarrollo a medida que aprendían a aplicar las Enseñanzas. Prometió, no obstante, que llegaría el momento en que se les llamaría a incorporar a sus conciudadanos a un proceso de laborar por la curación y el mejoramiento de su nación. Ese momento ha llegado. Y ha llegado no solo para los bahá’ís de Norteamérica, sino para los bahá’ís del mundo, a medida que el poder de construcción de sociedad inherente a la Fe se libera en medidas cada vez mayores.
Liberar este poder tiene implicaciones para las décadas venideras. Cada pueblo y cada nación tiene un papel que desempeñar en la próxima etapa de la reconstrucción fundamental de la sociedad humana. Todos tienen percepciones y experiencias únicas que ofrecer para la construcción de un mundo unificado. Y es responsabilidad de los amigos, como portadores del mensaje restaurador de Bahá’u’lláh, ayudar a las poblaciones a liberar sus potencialidades latentes para alcanzar sus aspiraciones más elevadas. En este empeño, los amigos comparten este preciado mensaje con los demás, se esfuerzan por demostrar la eficacia del remedio divino en la vida de los individuos y las comunidades, y colaboran con todos aquellos que aprecian y comparten los mismos valores y aspiraciones. Al hacerlo, la visión de Bahá’u’lláh de un mundo unificado ofrecerá una dirección clara y esperanzadora a los pueblos cuya percepción ha sido distorsionada por la confusión reinante en el mundo, y un camino constructivo para la cooperación en la búsqueda de soluciones para inveterados males sociales. A medida que el espíritu de la Fe impregna cada vez más los corazones para encender el amor y reforzar la identidad compartida de la humanidad como un solo pueblo, inculca un sentido de responsabilidad cívica leal y consciente y, en lugar de la búsqueda del poder mundano, reorienta las energías hacia el servicio desinteresado en pos del bien común. Las poblaciones adoptan cada vez más el método de la consulta, la acción y la reflexión para desterrar contiendas y conflictos interminables. Los individuos, las comunidades y las instituciones de diversas sociedades armonizan cada vez más sus esfuerzos en un propósito común para superar las rivalidades sectarias, y las cualidades espirituales y morales fundamentales para el progreso y el bienestar de la humanidad se arraigan en el carácter humano y en la práctica social.
En verdad, el mundo avanza hacia su destino. Conforme la Causa de Bahá’u’lláh entra en el segundo siglo de la Edad Formativa, dejemos que todos se inspiren en las palabras del amado Guardián, cuya mano orientadora dio forma definitiva al siglo pasado. Al escribir en 1938 sobre la ejecución de la primera etapa del Plan Divino, dijo: «Las potencialidades con que una Providencia todopoderosa la ha dotado permitirán sin duda a sus promotores lograr su propósito. Sin embargo, mucho dependerá del espíritu y la manera en que se lleve a cabo esa tarea. Mediante la claridad y firmeza de su visión, la vitalidad invariable de su creencia, la incorruptibilidad de su carácter, la fuerza adamantina de su resolución, la superioridad incomparable de sus objetivos y propósitos, y el alcance insuperable de sus logros, quienes laboran por la gloria del Más Grande Nombre [...] pueden demostrar mejor a la sociedad ciega, incrédula e inquieta a la que pertenecen, su poder para ofrecer un lugar de refugio a sus miembros en la hora de su consumada perdición. Entonces, y solo entonces, este tierno retoño, enraizado en el suelo fértil de un Orden Administrativo divinamente designado, y vigorizado por los procesos dinámicos de sus instituciones, dará su más rico y destinado fruto».