El Llamamiento del Señor de las Huestes

Lawḥ-i-Ra'ís

¡Él es, por derecho propio, el Gobernante Supremo!

La Pluma del Altísimo proclama: ¡Oh tú, que has imaginado ser el más exaltado de los hombres y has juzgado como la más baja de las criaturas a este Joven divino, por medio de Quien se han iluminado y bañado de luz los ojos del Concurso de lo alto! Este Joven no ha solicitado nada de ti ni de los que son como tú puesto que, desde tiempo inmemorial, siempre que las Manifestaciones del Todomisericordioso y los Exponentes de Su gloria imperecedera han pasado del Dominio de la eternidad a este mundo mortal, y se han revelado para hacer revivir a los muertos, hombres como tú han tenido a estas Almas santas y a estos Templos de la Unicidad divina, de Quienes depende necesariamente la rehabilitación de los pueblos de la tierra, como promotores de maldad y merecedores de culpa. En verdad, todos esos hombres han vuelto al polvo. Dentro de poco, tú también volverás a él y te encontrarás en grave pérdida.

Aunque este Vivificador y Reformador del mundo fuera a tu juicio culpable de sedición y conflictos, ¿qué crimen habría podido cometer un grupo de mujeres, niños y madres lactantes para ser afligidas con el azote de tu rabia y tu ira? Ninguna fe ni religión ha considerado jamás responsables a los niños. La Pluma del Mandamiento divino les ha eximido, pero el fuego de tu tiranía y opresión abarca a todos. Si profesaras lealtad a cualquier fe o religión, sabrías que, según todos los Libros celestiales y todas las importantes y divinamente inspiradas Escrituras, a los niños no se les debe considerar responsables. Al margen de esto, ni siquiera los que no creen en Dios han cometido actos tan improcedentes. Por cuanto de cada cosa resulta un efecto, hecho que nadie puede negar salvo los que están faltos de razón y comprensión, no cabe la menor duda de que los suspiros de estos niños y el llanto de estos afligidos tendrán su debida consecuencia.

Habéis saqueado y desposeído injustamente a un grupo de personas que nunca se han rebelado en vuestros dominios ni han desobedecido a vuestro gobierno, sino que más bien se mantuvieron al margen y se ocuparon día y noche en el recuerdo de Dios. Más tarde, cuando se cursó la orden de desterrar a este Joven, todos quedaron consternados. No obstante, los funcionarios encargados de Mi expulsión declararon: «Estos otros no han sido acusados de ningún delito y no han sido expulsados por el Gobierno. Si desean acompañaros, nadie se les opondrá». Por tanto, estas almas desventuradas costearon sus propios gastos, abandonaron todos sus bienes y, contentándose con Nuestra presencia y poniendo toda su confianza en Dios, viajaron de nuevo con Él hasta que la fortaleza de ‘Akká se convirtió en la prisión de Bahá.

A nuestra llegada, los guardias nos rodearon y nos recluyeron a todos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, en el cuartel militar. La primera noche se les privó a todos de comida y bebida, pues los centinelas estuvieron vigilando la puerta del cuartel y no permitieron que nadie saliera. Nadie pensó en la precaria situación de estos agraviados. Incluso suplicaron que les dieran agua, y se la negaron.

Pasó el tiempo y seguimos todos encerrados en este cuartel, a pesar de que, durante los cinco años que residimos en Adrianópolis, todos sus habitantes, ya fueran sabios o ignorantes, ricos o pobres, fueron testigos de la pureza y santidad de estos siervos. Cuando este Joven partía de Adrianópolis, uno de los amados de Dios intentó quitarse la vida; tan insoportable le resultaba ver a este Agraviado en manos de Sus opresores. Durante la travesía nos obligaron a cambiar de barco tres veces, y es evidente lo mucho que sufrieron los niños a consecuencia de ello. Durante el desembarco, cuatro de los creyentes fueron separados del resto y se les impidió acompañarnos. Cuando este Joven partía, uno de los cuatro, llamado ‘Abdu'l-Ghaffár, se lanzó al mar y nadie sabe lo que fue de él a partir de entonces.

Todo esto no es más que una gota en el océano de agravios que se Nos ha infligido, ¡y todavía no estáis satisfechos! Cada día las autoridades imponen un nuevo decreto, y no se vislumbra el final de su tiranía. Día y noche traman nuevas conspiraciones. De los almacenes del gobierno, le han asignado a cada prisionero una ración diaria de tres barras de pan que nadie es capaz comer. Desde la creación del mundo hasta el día de hoy no se ha visto ni oído semejante crueldad.

¡Por la rectitud de Aquel que ha hecho que Bahá Se dirija a todos los que están en el cielo y todos los que están en la tierra! No tenéis ni rango ni mención entre quienes han ofrendado su alma, su cuerpo y sus bienes por amor a Dios, el Omnipotente, Quien todo lo compele, el Todopoderoso. Un puñado de arcilla tiene más valor a los ojos de Dios que todo vuestro dominio y vuestra soberanía, y todo vuestro poder y vuestra fortuna. Si fuera Su deseo, os dispersaría por el polvo. Pronto se apoderará de vosotros Su furia iracunda, se promoverá la sedición en medio de vosotros y se alterarán vuestros dominios. Entonces gemiréis y os lamentaréis, y no encontraréis a nadie que os preste ayuda o socorro.

Al mencionar estos asuntos, no es Nuestro propósito despertaros del letargo, pues el furor de la ira divina os ha cercado hasta tal punto que nunca pondréis atención. Tampoco es Nuestro propósito relatar las iniquidades que han llovido sobre estas almas puras y benditas, pues tan embriagadas han quedado con el vino del Todomisericordioso y tan extasiadas por el efecto arrebatador de las aguas vivas de Su amorosa providencia que, aunque tuvieran que sufrir todas las crueldades del mundo por Él, seguirían satisfechas y Le darían gracias. Estas almas nunca han tenido ni tendrán ningún motivo de queja. Es más, su sangre implora y suplica constantemente al Señor de los mundos ser derramada sobre el polvo en Su camino, y sus cabezas anhelan ser llevadas en alto sobre lanzas por amor al Amado de los corazones y las almas.

En varias ocasiones os han sobrevenido calamidades y aun así no hicisteis ningún caso. Una de ellas fue el incendio que devoró gran parte de la Ciudad con las llamas de la justicia, a cuyo respecto se escribieron muchos poemas exponiendo que jamás se había presenciado fuego tan grande. Y, con todo, os volvisteis más irresponsables todavía. Asimismo, se desencadenó una plaga, ¡y aun así seguisteis sin hacer caso! Estad atentos, no obstante, porque la ira de Dios está lista para hacerse con vosotros. Dentro de poco presenciaréis lo que ha sido enviado por la Pluma de Mi decreto.

¿Habéis imaginado ingenuamente que vuestra gloria es imperecedera y vuestro dominio sempiterno? ¡No, por por Aquel que es el Todomisericordioso! Ni durará vuestra gloria, ni perdurará Mi humillación. A los ojos de un verdadero hombre, esa humillación es el orgullo de toda gloria.

Cuando todavía era un niño y no había alcanzado la edad de la madurez, Mi padre hizo los preparativos para la boda de uno de Mis hermanos mayores en Teherán, y, siguiendo la costumbre de esa ciudad, las celebraciones duraron siete días y siete noches. El último día se anunció que iba a representarse la obra «Sháh Sultán Salím». Un gran número de príncipes, dignatarios y personas eminentes de la capital se reunieron para la ocasión. Yo estaba sentado en una de las habitaciones superiores del edificio y observaba la escena. Enseguida armaron una carpa en el patio y, al poco tiempo, aparecieron unas figuritas con forma humana, todas del tamaño de la palma de la mano, anunciando: «¡Viene Su Majestad! ¡Colocad los asientos enseguida!» Entonces aparecieron otras figuras, algunas ocupadas en barrer el suelo y otras rociando agua; y, seguidamente, otra, a la que se anunció como el pregonero principal de la ciudad, alzó la voz para convocar a la gente a una audiencia con el rey. Después, hicieron acto de presencia varios grupos de figuras y tomaron sus puestos. Los primeros lucían sombreros y fajas al estilo persa, los segundos empuñaban hachas de guerra, y los terceros eran un grupo de lacayos y verdugos que portaban bastones para golpear las plantas de los pies. Finalmente, ataviado con majestuosidad regia y coronado con una diadema real, apareció la figura de un rey, que se comportaba con la mayor altanería y magnificencia, a veces avanzando y a veces deteniéndose, y que procedió a sentarse en su trono con gran solemnidad, aplomo y dignidad.

En ese momento hubo una descarga de tiros, sonaron las trompetas, y el rey y la carpa se sumieron en una cortina de humo. Cuando se disipó el humo, el rey, acomodado en su trono, estaba rodeado de una comitiva de ministros, príncipes y dignatarios de Estado quienes, habiendo ocupado sus lugares, se mostraban solícitos en su presencia. Trajeron a un ladrón ante el rey, quien ordenó que decapitaran al delincuente. Sin esperar un momento, el verdugo principal le cortó la cabeza al ladrón, y de ella salió un líquido a modo de sangre. A continuación, el rey mantuvo una audiencia con su corte, en la cual se le informó que había estallado una rebelión en una de las fronteras. Inmediatamente, el rey pasó revista a las tropas y despachó a varios regimientos con apoyo de artillería para sofocar el alzamiento. Momentos después se oyó el retumbar de cañones desde detrás de la carpa, y se anunció que había empezado una batalla.

Este Joven observaba el escenario con gran asombro. Cuando concluyó la audiencia real, cayó el telón y, al cabo de unos veinte minutos, salió un hombre desde detrás de la carpa con una caja bajo el brazo.

«¿Qué es esa caja?», le pregunté, «¿y qué sentido tenía esta representación?»

«Toda esta representación fastuosa y todos estos artilugios ingeniosos», respondió, «el rey, los príncipes, los ministros, su pompa y gloria, su fuerza y poder, todo lo que has visto, están ahora dentro de esta caja».

¡Juro por Mi Señor, Quien mediante una sola palabra de Su Boca ha traído a la existencia todas las cosas creadas! Desde aquel día, todas las galas del mundo han sido, a ojos de este Joven, similares a ese mismo espectáculo. Nunca han tenido ni jamás tendrán ningún valor o importancia, ni siquiera en la medida de un grano de mostaza. Cuánto me ha maravillado que los hombres se enorgullezcan de semejantes vanidades mientras que los perspicaces, en cuanto presencian cualquier evidencia de gloria humana, perciben con certeza lo inevitable de su desvanecimiento. «¡Nunca he observado cosa alguna sin ver ante ella la extinción, y Dios, ciertamente, es testigo suficiente!»

Incumbe a todos atravesar este breve lapso de vida con sinceridad y ecuanimidad. Si alguien no llegara a reconocer a Aquel que es la Eterna Verdad, que al menos se comporte con sensatez y justicia. Dentro de poco, estos adornos externos, estos tesoros visibles, estas vanidades terrenales, estos ejércitos alineados, estos atuendos engalanados, estas almas soberbias y altivas, todo ello entrará en los confines de la tumba, igual que en aquella caja. A los ojos de los perspicaces, todos estos conflictos, discordias y vanaglorias siempre han sido y seguirán siendo como los juegos y pasatiempos de los niños. Presta atención, y no seas de aquellos que ven y sin embargo lo niegan.

Nuestro llamamiento no es por este Joven ni por los amados de Dios, pues ya han sido dolorosamente puestos a prueba y encarcelados y no esperan nada de hombres como tú. Nuestro propósito es que levantes la cabeza del lecho del abandono, sacudas el sueño de la negligencia y dejes de oponerte injustamente a los siervos de Dios. Mientras dure tu poder y tu ascendiente, esfuérzate por aliviar el sufrimiento de los oprimidos. Si juzgaras con imparcialidad y observaras con el ojo del discernimiento los conflictos e intereses de este mundo efímero, reconocerías en seguida que son como la representación que hemos descrito.

Presta oído a las palabras del único Dios verdadero y no te enorgullezcas de las cosas de este mundo. ¿Qué ha sido de quienes, como tú, se atribuyeron falsamente dominio sobre la tierra, quienes intentaron apagar la luz de Dios en Su tierra y destruir los cimientos de Su formidable edificio en Sus ciudades? ¿Dónde se encuentran ahora? Juzga con justicia y vuelve a Dios para que, por ventura, Él cancele las transgresiones de tu ilusoria vida. Por desgracia, sabemos que nunca lo conseguirás, pues es tan grande tu crueldad que ha hecho que se aviven las llamas del infierno y se lamente el Espíritu, y que tambaleen los pilares del Trono y que tiemblen los corazones de los fieles.

¡Oh pueblos de la tierra! Inclinad vuestro oído interior al llamamiento de este Agraviado y deteneos a reflexionar sobre la historia que os hemos relatado. Quizás así no os consuma el fuego del egoísmo y la pasión, y no consintáis que los vanos e inútiles objetos de este mundo inferior os aparten de Aquel que es la Eterna Verdad. La gloria y la humillación, la riqueza y la pobreza, la tranquilidad y la tribulación, todo pasará y todos los pueblos de la tierra descansarán dentro de poco en sus tumbas. Incumbe, por tanto, a toda persona dotada de visión fijar su mirada en la meta de la eternidad para que quizás, por la gracia de Aquel que es el Antiguo Rey, alcance el Reino inmortal y habite a la sombra del Árbol de Su Revelación.

Este mundo, aunque lleno de falsedad y engaño, advierte continuamente a todos los seres humanos de su inminente extinción. La muerte del padre revela a su hijo que también él ha de morir. Ojalá los habitantes del mundo que han amasado riquezas para sí mismos y se han alejado del Verdadero supieran quién se adueñará de sus tesoros al final; pero, por la vida de Bahá, nadie sabe esto sino Dios, exaltada sea Su gloria.

El poeta Saná'í ―que la misericordia de Dios sea con él― dijo: «¡Tened cuidado, oh vosotros cuya conducta indecorosa os ha ennegrecido el rostro! ¡Tened cuidado, oh vosotros cuyas barbas ha blanqueado la edad!» Pero, por desgracia, la mayoría de la gente está profundamente dormida. Son como el hombre que, en su ebriedad, sintió atracción por un perro, lo abrazó y lo convirtió en su juguete, pero cuando clareó la mañana del discernimiento y la luz del sol envolvió el horizonte, reparó en que el objeto de su deseo no era más que un perro. Entonces, lleno de vergüenza y remordimiento, regresó a su morada.

No pienses que has humillado a este Joven o que has prevalecido sobre Él. La más pequeña de las criaturas manda sobre ti y, sin embargo, no te percatas de ello. Lo más bajo y vil de todas las cosas te domina, y eso no es sino el egoísmo y la pasión, que siempre han sido censurables. Si no fuera por la consumada sabiduría de Dios, habrías podido ver claramente tu propia impotencia y la de todos los que habitan la tierra. Nuestra humillación es, en verdad, la gloria de Su Causa, si tan solo pudierais comprenderlo.

Este Joven siempre ha sido reacio a dejar escapar una sola palabra contraria a la cortesía, pues la cortesía es Nuestra vestidura, con la que hemos adornado el templo de Nuestros siervos predilectos. Si no fuera así, algunas acciones que creéis ocultas habrían sido reveladas en esta Tabla.

¡Oh exponente de fuerza y poder! Estos niños pequeños y estos pobres de Dios no tenían por qué haber sido acompañados por guardias y soldados. A nuestra llegada a Gallípoli, un comandante llamado ‘Umar vino a Nuestra presencia. Dios sabe bien lo que dijo. Tras un breve intercambio en el que se mencionó su propia inocencia y tu culpabilidad, le dijimos: «Desde el principio debería haberse convocado un encuentro en el que los doctos de esta época se reunieran con este Joven para determinar qué delito han cometido estos siervos. Pero ahora el asunto ha ido más allá de esas consideraciones y, según tú mismo afirmas, tus órdenes son encarcelarnos en la más desolada de las ciudades. Hay un asunto que, si te fuera posible, te pido que transmitas a Su Majestad el Sultán: que este Joven pueda reunirse con él durante diez minutos para que el Sultán exija lo que a su juicio sirva de testimonio suficiente y considere como prueba de la veracidad de Aquel que es la Verdad. Si Dios Le permite ofrecerla, que libere entonces a estos agraviados y los deje en paz».

Prometió transmitir este mensaje y darnos su respuesta. No obstante, no hemos recibido ninguna noticia de su parte. Pese a que no es propio que Aquel que es la Verdad comparezca ante nadie, ya que todos han sido creados para obedecerle, no obstante, en vista de la condición de estos niños pequeños y de la gran cantidad de mujeres a las que se ha tenido tan apartadas de sus amistades y su país, hemos condescendido en este particular. A pesar de ello, el resultado ha sido nulo. El mismo ‘Umar está vivo y disponible. Pregúntale, para averiguar la verdad.

La mayoría de Nuestros compañeros yacen ahora enfermos en esta prisión, y nadie sabe lo que Nos aconteció excepto Dios, el Todopoderoso, el Sapientísimo. A los pocos días de Nuestra llegada, dos de estos siervos ascendieron a los dominios de lo alto. Durante un día entero los guardias insistieron en que no se podían retirar esos benditos cuerpos hasta que se pagase la mortaja y el entierro, pese a que nadie les había pedido su ayuda. Carecíamos por entonces de medios materiales, y les rogamos que confiaran el asunto a nuestro cuidado y se permitiera a los presentes transportar los cuerpos, mas ellos se negaron. Finalmente se llevó una alfombra al bazar y se entregó a los guardias la cantidad obtenida de su venta. Más adelante se supo que simplemente habían cavado una fosa poco profunda donde habían colocado los dos cuerpos benditos, pese a haber cobrado el doble de la cantidad requerida para las mortajas y el entierro.

La pluma es impotente para plasmar y la lengua no puede describir las pruebas que hemos sufrido. Y, sin embargo, más dulce que la miel es para Mí el amargor de esas tribulaciones. ¡Ojalá que a cada instante visitaran a esta Alma evanescente, sumergida en el océano del divino conocimiento, todas las aflicciones del mundo, en el camino de Dios y por Su amor!

Imploramos a Dios paciencia y conformidad, pues no eres más que una débil criatura desprovista de comprensión. Si despertaras y aspiraras la fragancia de las brisas que soplan de los retiros de la eternidad, abandonarías inmediatamente todo lo que posees y en lo que te regocijas, y elegirías habitar en uno de los cuartos ruinosos de esta Más Grande Prisión. Ruega a Dios que te conceda la comprensión madura necesaria para distinguir las acciones loables de las que son dignas de censura. ¡Que la paz sea con quien sigue el camino de la guía!