Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
XI
Toda gloria sea para este Día, Día en que las fragancias de la misericordia han sido esparcidas por sobre todo lo creado, Día tan bendito que nunca las edades y siglos del pasado podrán comparársele, Día en el cual el semblante del Anciano de Días Se ha vuelto hacia Su santa sede. En seguida se oyó cómo las voces de todo lo creado, y además de ellas las del Concurso de lo alto, exclamaban: “Apresúrate, oh Carmelo, pues he aquí que se ha derramado sobre ti la luz del semblante de Dios, el Soberano del Reino de los Nombres y Hacedor de los cielos.
Embargado por raptos de alegría y alzando la voz, exclamó: “Que mi vida sea sacrificada por Ti, pues Te has fijado en mí, otorgándome Tu merced y dirigiendo Tus pasos hacia mí. La separación de Ti, oh Fuente de vida eterna, casi me ha consumido, y la lejanía de Tu presencia ha abrasado mi alma. Toda alabanza sea para Ti por haberme permitido escuchar Tu llamada, por honrarme con Tus pasos y reanimar mi alma con la vivificante fragancia de Tu Día y la estridente voz de Tu Pluma, voz que Tú designaste como el toque de trompeta en medio de Tu pueblo. Y cuando sonó la hora en que debía manifestarse Tu irresistible Fe, insuflaste en Tu Pluma un soplo de Tu espíritu, con lo que, he aquí, toda la creación fue sacudida hasta sus mismos cimientos, y quedaron al descubierto ante la humanidad los misterios que se hallaban ocultos en los tesoros de Quien es el Poseedor de todo lo creado”.
Tan pronto como su voz alcanzó ese exaltadísimo Lugar, respondimos: “Da gracias a tu Señor, oh Carmelo. Te devoraba el fuego de la separación de Mí cuando el océano de Mi presencia se alzó ante ti, dando alegría a tus ojos y a los de toda la creación, y llenando de deleite todas las cosas visibles e invisibles. Regocíjate, porque, en este Día, Dios ha establecido Su trono en ti, te ha convertido en el amanecer de Sus signos y en la aurora de las evidencias de Su revelación. Bienaventurado quien gire a tu alrededor, proclame la revelación de tu gloria y relate lo que ha derramado sobre ti la munificencia del Señor tu Dios. Toma el Cáliz de la Inmortalidad en el nombre de tu Señor, el Todoglorioso, y dale gracias a Él, por cuanto, en señal de misericordia para contigo, ha trocado tu tristeza en alegría y ha transformado tu pena en venturosa dicha. Él, ciertamente, ama el sitio que se ha convertido en la sede de Su trono, que ha sido hollado por Sus pies y honrado con Su presencia, desde el cual hizo resonar Su llamada y sobre el cual derramó Sus lágrimas.
“Llama a Sión, oh Carmelo, y anuncia las alegres nuevas: ¡Aquel que estaba oculto a los ojos mortales ha llegado! Su soberanía conquistadora se ha manifestado; Su esplendor, que todo lo envuelve, se ha revelado. Cuidado, no sea que vaciles o te detengas. Apresúrate a caminar alrededor de la Ciudad de Dios que ha descendido del cielo, la Kaaba celestial alrededor de la cual han circulado en adoración los escogidos de Dios, los puros de corazón y la compañía de los ángeles más excelsos. Oh, cuánto anhelo anunciar a cada lugar de la superficie de la tierra y llevar a cada una de sus ciudades las buenas nuevas de esta Revelación hacia la cual ha sido atraído el corazón del Sinaí y en cuyo nombre la Zarza Ardiente proclama: ‘Los reinos de la tierra y del cielo pertenecen a Dios, el Señor de Señores’. En verdad, éste es el Día ante cuyo anuncio tierra y mar se alborozan, Día para el cual han sido puestas a recaudo aquellas cosas que Dios ha destinado que sean reveladas, merced a una generosidad a la que no alcanza la comprensión de la mente o corazón mortales. Dentro de poco Dios hará navegar Su Arca sobre ti y manifestará al pueblo de Bahá, que ha sido mencionado en el Libro de los Nombres”.
Santificado sea el Señor de toda la humanidad, ante la mención de Cuyo nombre han vibrado todos los átomos de la tierra y la Lengua de Grandeza ha sido impelida a desvelar lo que estaba velado en Su conocimiento y se hallaba oculto en el tesoro de Su poder. En verdad, mediante la potencia de Su nombre, el Poderoso, el Omnipotente, el Altísimo, Él es el soberano de todo lo que hay en los cielos y todo lo que hay en la tierra.