Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
CXIV
Escucha, oh Rey (Sultán ‘Abdu’l-‘Azíz) la palabra de Aquel que habla la verdad, Quien no te pide que Le recompenses con aquello que Dios ha determinado conferirte, Quien, sin errar, huella el Camino recto. Él es Quien te convoca ante Dios, tu Señor, Quien te muestra el rumbo correcto, la senda que lleva a la verdadera felicidad, para que quizá seas de los bienaventurados.
Ten cuidado, oh Rey, no te rodees de aquellos ministros que siguen los deseos de una inclinación corrupta, que han desechado lo que ha sido encomendado en sus manos y manifiestamente han traicionado la confianza puesta en ellos. Sé generoso con los demás como Dios ha sido generoso contigo y no abandones los intereses de tu pueblo a merced de ministros como éstos. No deseches el temor a Dios y sé de los que obran con rectitud. Rodéate de ministros en quienes puedas percibir la fragancia de la fe y la justicia, consulta con ellos, y opta por lo que sea lo mejor a tu vista, y sé de los que obran con generosidad.
Has de saber con certeza que quien no cree en Dios no es digno de confianza ni veraz. Esto es de hecho la verdad, la indudable verdad. Quien traicione a Dios también traicionará a su rey. Nada puede apartar a esa persona del mal, nada puede impedirle traicionar a su prójimo, nada puede inducirle a actuar con rectitud.
Ten cuidado de no entregar las riendas de los asuntos de tu estado en manos de otros, y no pongas tu confianza en ministros indignos de tu crédito, y no seas de los que viven en negligencia. Rehúye a aquellos cuyos corazones se han apartado de ti, no pongas tu confianza en ellos ni les encomiendes tus asuntos ni los asuntos de los que profesan tu fe. Debes estar alerta: no vayas a permitir que el lobo llegue a ser pastor del rebaño de Dios, y no abandones el destino de Sus amados a merced de los malévolos. No esperes que los que violan las disposiciones de Dios sean veraces ni sinceros en la fe que profesan. Evítalos y mantén guardia estricta sobre ti mismo, no sea que sus maquinaciones y maldades te dañen. Apártate de ellos y fija tu mirada en Dios, tu Señor, el Todoglorioso, el Más Generoso. Dios, ciertamente, estará con aquel que se entregue por completo a Dios; y Él, verdaderamente, protegerá a aquel que ponga toda su confianza en Dios de todo lo que pueda dañarle, y le escudará de la iniquidad de todo confabulador.
Si prestaras oído a Mi voz y siguieras Mi consejo, Dios te exaltaría a tan eminente posición que los designios de nadie sobre la tierra podrían nunca tocarte ni lastimarte. Observa, oh Rey, con lo más íntimo de tu corazón y con todo tu ser, los preceptos de Dios y no camines por las sendas del opresor. Toma las riendas de los asuntos de tu pueblo y sostenlas firmes en la mano de tu poder, y examina personalmente cualquier cosa que les concierna. Que nada se te escape, pues en ello está el bien supremo.
Da gracias a Dios por haberte escogido a ti entre el mundo entero y haberte hecho rey de los que profesan tu fe. Te corresponde apreciar los maravillosos favores con que Dios te ha favorecido y magnificar continuamente Su nombre. Le alabarás de la mejor manera si amas a Sus amados y resguardas y proteges a Sus siervos de la maldad de los pérfidos, para que nadie los siga oprimiendo. Deberías, además, levantarte a imponer la ley de Dios entre ellos, para que seas de los que están firmemente establecidos en Su ley.
Si hicieras que ríos de justicia difundieran sus aguas entre tus súbditos, Dios de seguro te ayudaría con las huestes de lo invisible y de lo visible, y te fortalecería en tus asuntos. No hay Dios sino Él. Toda la creación y su imperio son Suyos. A Él vuelven las obras de los fieles.
No te fíes de tus tesoros. Pon toda tu fe en la gracia de Dios, tu Señor. Que Él sea tu confianza en todo lo que hagas, y sé de los que se han sometido a Su Voluntad. Que Él sea tu ayuda, y enriquécete con Sus tesoros, pues con Él están los tesoros de los cielos y de la tierra. Él los concede a quien quiere, y a quien quiere se los niega. No hay otro Dios sino Él, el Poseedor, el Alabado. Todos son sólo indigentes ante la puerta de Su misericordia; todos son impotentes ante la revelación de Su soberanía, e imploran Sus favores.
No sobrepases los límites de la moderación, y procede justamente con quienes te sirven. Dales lo que sea acorde a sus necesidades, pero no lo que les permita acumular riquezas para adornarse a sí mismos, embellecer sus hogares, adquirir cosas que no son de ningún beneficio para ellos, y ser contados entre los derrochadores. Procede con ellos con justicia inflexible, de modo que ninguno sufra privación ni sea mimado con lujos. Esto no es sino justicia manifiesta.
No permitas que los abyectos gobiernen y dominen a quienes son nobles y dignos de honor, y no dejes que los magnánimos estén a merced de los despreciables e indignos, pues esto es lo que Nos observamos a Nuestra llegada a la Ciudad (Constantinopla), y de ello damos testimonio. Entre sus habitantes, encontramos que algunos que poseían una fortuna opulenta y vivían en medio de excesiva riqueza, en tanto que otros se hallaban en penosa necesidad y pobreza miserable. Esto es impropio de tu soberanía e indigno de tu posición.
Que Mi consejo te sea aceptable, y esfuérzate por gobernar con equidad entre las gentes, para que Dios exalte tu nombre y difunda la fama de tu justicia en todo el mundo. Ten cuidado, no sea que enriquezcas a tus ministros a expensas de tus súbditos. Teme los suspiros de los pobres y de los rectos de corazón, quienes al amanecer de cada día deploran su condición, y sé para ellos un soberano benigno. Ellos, en verdad, son tus tesoros sobre la tierra. Te atañe, por tanto, proteger tus tesoros de los asaltos de quienes desean robarte. Investiga sus asuntos e indaga cada año, es más, cada mes, su situación, y no seas de los que son descuidados con sus deberes.
Pon ante tus ojos la infalible Balanza de Dios, y como si estuvieras en Su Presencia, sopesa en esa Balanza tus acciones cada día, en cada momento de tu vida. Hazte un examen de conciencia antes de que seas llamado a rendir cuentas, en el Día en que nadie tendrá fuerza para sostenerse por temor a Dios, Día en que se hará estremecer los corazones de los desatentos.
Incumbe a todo rey ser tan generoso como el sol, que estimula el crecimiento de todos los seres y da a cada uno lo que se merece, cuyos beneficios no son inherentes a él, sino que son ordenados por Aquel que es el Omnipotente, el Todopoderoso. El Rey debería ser tan generoso, tan munífico en su misericordia como las nubes, las efusiones de cuya generosidad son derramadas sobre todas las tierras, por el mandato de Aquel que es el Supremo Ordenador, el Omnisciente.
Ten cuidado de no confiar los asuntos de Estado enteramente en manos de otro. Nadie puede cumplir tus funciones mejor que tú mismo. Así te aclaramos Nuestras palabras de sabiduría y hacemos descender sobre ti lo que te permitirá pasar de la siniestra de la opresión a la diestra de la justicia, y aproximarte al resplandeciente océano de Sus favores. Así es la senda que han hollado los reyes que fueron antes de ti, quienes actuaron equitativamente con sus súbditos y caminaron por las vías de inflexible justicia.
Tú eres la sombra de Dios en la tierra. Por lo tanto, esfuérzate por actuar de la manera que corresponda a una posición tan eminente, tan augusta. Si dejas de seguir las cosas que hemos hecho descender sobre ti y te hemos enseñado, ciertamente menoscabarás este grande e inapreciable honor. Vuelve entonces y aférrate enteramente a Dios, y purifica tu corazón del mundo y todas sus vanidades, y no permitas que el amor hacia un extraño entre y more en él. Mientras no hayas purificado tu corazón de todo vestigio de ese amor, sobre él no podrá derramar su resplandor el brillo de la luz de Dios, porque Dios no ha dado a nadie más que un solo corazón. Verdaderamente, esto ha sido decretado y escrito en Su antiguo Libro. Y ya que el corazón humano, tal como Dios lo ha modelado, es uno e indiviso, te incumbe cuidar que su amor sea también uno e indiviso. Aférrate, por tanto, con todo el afecto de tu corazón, a Su amor, y deslígalo del amor a cualquier otro fuera de Él, para que Él te ayude a sumergirte en el océano de Su unidad, y te permita ser un verdadero sostenedor de Su unicidad. Dios es Mi testigo. Mi único propósito al revelarte estas palabras es purificarte de las cosas transitorias de la tierra y ayudarte a entrar en el dominio de gloria sempiterna, para que, con el consentimiento de Dios, seas de los que moran y gobiernan allí...
¡Juro por Dios, oh Rey! No es Mi deseo presentarte Mi queja contra quienes Me persiguen. Solamente expreso Mi pena y sufrimiento a Dios, Quien Me ha creado a Mí y a ellos, Quien conoce bien nuestra condición y Quien vigila todas las cosas. Mi deseo es advertirles de las consecuencias de sus acciones, para que quizá desistan de tratar a otros como Me han tratado a Mí, y sean de los que atienden Mi advertencia.
Las tribulaciones que Nos han sobrevenido, la privación que sufrimos, las variadas dificultades que Nos han rodeado, todas pasarán, como pasarán asimismo los placeres con que se regocijan ellos y la opulencia de que disfrutan. Ésta es la verdad que nadie sobre la tierra puede rechazar. Pronto se acabarán los días en que hemos sido compelidos a habitar en el polvo, al igual que los días en que ellos ocupaban los asientos de honor. Dios, de seguro, juzgará con verdad entre Nos y ellos, y Él, ciertamente, es el mejor de los jueces.
Damos gracias a Dios por todo lo que Nos ha acontecido, y sobrellevamos pacientemente las cosas que Él ha ordenado en el pasado o que ha de ordenar en el futuro. En Él he depositado Mi confianza, y en Sus manos he encomendado Mi Causa. Él, ciertamente, retribuirá a todos los que resisten con paciencia y ponen su confianza en Él. Suya es la creación y su imperio. Él exalta a quien quiere, y a quien quiere Él rebaja. A Él no Se Le han de pedir cuentas de Sus hechos. Él, verdaderamente, es el Todoglorioso, el Omnipotente.
Que tu oído esté atento, oh Rey, a las palabras que te hemos dirigido. Haz que el opresor desista de su tiranía y separa a los perpetradores de injusticia de entre quienes profesan tu fe. ¡Por la rectitud de Dios! Las tribulaciones que hemos soportado son tales que cualquier pluma que las narre no puede ser sino sobrecogida por la angustia. Ninguno de los que creen de verdad en la unidad de Dios y la defienden puede soportar el peso de su narración. Tan grandes han sido Nuestros sufrimientos que hasta los ojos de Nuestros enemigos han llorado por Nos y, más allá de ellos, los de toda persona perspicaz. Y hemos sido sometidos a todas estas pruebas a pesar de Nuestra acción de dirigirnos a ti y de exhortar al pueblo a ponerse a tu sombra, para que fueras una fortaleza para los que creen en la unidad de Dios y la defienden.
¿Acaso alguna vez, oh Rey, te he desobedecido? ¿Alguna vez he transgredido alguna de tus leyes? ¿Puede alguno de los ministros que te representaban en Iráq aducir alguna prueba que establezca mi deslealtad hacia ti? ¡No, por Aquel que es el Señor de todos los mundos! Ni por un breve instante Nos rebelamos contra ti ni contra ninguno de tus ministros. Y nunca, Dios mediante, Nos sublevaremos contra ti, aunque seamos expuestos a pruebas más severas que ninguna de las que hayamos sufrido en el pasado.
De día y de noche, por la tarde y al amanecer, oramos a Dios por ti, para que benévolamente te ayude a ser obediente a Él, y a observar Su mandamiento, para que te proteja de las huestes de los malvados. Haz, por tanto, como te plazca y trátanos como corresponda a tu posición y sea digno de tu soberanía. No seas negligente con la ley de Dios en todo lo que desees lograr, ahora o en los días por venir. Di: ¡Alabado sea Dios, Señor de todos los mundos!