Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
CXVIII
No dejéis de lado el temor a Dios, oh reyes de la tierra, y tened cuidado, no sea que transgredáis los límites que ha fijado el Todopoderoso. Observad los mandamientos que os han sido prescritos en Su Libro, y tened mucho cuidado de no sobrepasar sus límites. Estad alerta para que no hagáis injusticia a nadie, aunque fuera en la medida de un grano de mostaza. Hollad la senda de la justicia, porque éste es, ciertamente, el camino recto.
Componed vuestras diferencias y reducid vuestros armamentos, para que se alivie el peso de vuestros gastos y se tranquilicen vuestras mentes y corazones. Reparad las disensiones que os dividen, y ya no necesitaréis armamentos, excepto los que requiera la protección de vuestras ciudades y territorios. Temed a Dios y guardaos de transgredir los límites de la moderación y ser contados entre los derrochadores.
Hemos sabido que aumentáis vuestros gastos cada año, y cargáis el peso de ello sobre vuestros súbditos. Esto, en verdad, es más de lo que pueden soportar y es una grave injusticia. Decidid justamente entre las almas y sed los emblemas de la justicia entre ellas. Esto, si juzgáis imparcialmente, es lo que os incumbe y corresponde a vuestra posición.
Guardaos de tratar injustamente a quienquiera que recurra a vosotros y entre bajo vuestro amparo. Tened temor a Dios y sed de los que llevan una vida piadosa. No os fieis de vuestro poder, vuestros ejércitos, ni vuestros tesoros. Poned toda vuestra fe y confianza en Dios, Quien os ha creado, y buscad Su ayuda en todos vuestros asuntos. El socorro viene sólo de Él. Él socorre a quien quiere con las huestes de los cielos y de la tierra.
Sabed que los pobres son el fideicomiso de Dios entre vosotros. Cuidaos de que no traicionéis Su fideicomiso, que no procedáis injustamente con ellos y que no transitéis por los caminos de los pérfidos. Con toda seguridad, seréis llamados a dar cuenta de Su fideicomiso en el día en que se establezca la Balanza de la Justicia, día en que cada cual recibirá lo que merezca, en que se pesarán los hechos de todos, ricos y pobres.
Si no prestáis atención a los consejos que, en lenguaje incomparable e inequívoco, hemos revelado en esta Tabla, el castigo divino os asaltará desde todas direcciones y la sentencia de Su justicia será pronunciada contra vosotros. En ese día no tendréis poder para resistirle, y reconoceréis vuestra propia impotencia. Tened misericordia de vosotros mismos y de los que están bajo vosotros. Juzgad entre ellos de acuerdo con los preceptos prescritos por Dios en Su muy santa y exaltada Tabla, Tabla en que Él ha asignado a cada cosa una medida determinada, en que Él ha dado una clara explicación de todas las cosas y que es, en sí misma, una amonestación para los que creen en Él.
Examinad Nuestra Causa, investigad las cosas que Nos han acaecido, y decidid con justicia entre Nos y Nuestros enemigos y sed de los que obran equitativamente con sus semejantes. Si no detenéis la mano del opresor, si no resguardáis los derechos de los oprimidos, ¿qué justifica entonces que os vanagloriéis ante la gente? ¿De qué podéis jactaros con derecho? ¿Es de vuestros alimentos o bebidas que os enorgullecéis, de las riquezas que almacenáis en vuestros tesoros, de la diversidad y valor de los ornamentos con que os adornáis? Si la verdadera gloria consistiera en la posesión de esas cosas perecederas, entonces la tierra sobre la cual camináis debería enaltecerse por encima de vosotros, porque os suministra y confiere esas mismas cosas por decreto del Todopoderoso. En sus entrañas se halla, de acuerdo con lo que Dios ha ordenado, todo cuanto poseéis. De ella, como un signo de Su misericordia, deriváis vuestra riqueza. ¡Mirad, entonces, vuestra condición, aquella de que os gloriáis! ¡Ojalá pudierais comprenderlo!
¡Es más! ¡Por Aquel que sostiene en Su mano el reino de toda la creación! En nada reside vuestra gloria verdadera y perdurable salvo en la adhesión firme a los preceptos de Dios, la observancia plena de Sus leyes, la decisión de asegurar que no queden sin cumplir, y seguir firmemente el camino recto.