Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
CXXIV
¡Cuán maravillosa es la unidad del Dios Viviente y Perdurable, unidad que está por encima de toda limitación, que trasciende la comprensión de todas las cosas creadas! ¡Desde la eternidad, Él ha habitado Su inaccesible morada de santidad y gloria, y continuará siempre entronizado sobre las alturas de Su independiente soberanía y grandeza! ¡Cuán sublime ha sido Su incorruptible Esencia, cuán independiente del conocimiento de todas las cosas creadas, y cuán inmensamente excelsa permanecerá por encima de la alabanza de todos los habitantes de los cielos y de la tierra!
Procedente de la excelsa fuente y de la esencia de Su favor y generosidad Él ha dotado a toda cosa creada con un signo de Su conocimiento, para que ninguna de Sus criaturas sea privada de su parte, cada una de acuerdo con su capacidad y grado, en la expresión de este conocimiento. Este signo es el espejo de Su belleza en el mundo de la creación. Cuanto más grande sea el esfuerzo hecho por pulir este espejo sublime y noble, tanto más fielmente reflejará la gloria de los nombres y atributos de Dios, y revelará las maravillas de Sus signos y conocimiento. Toda cosa creada podrá revelar (tan grande es este poder de reflexión) las potencialidades de su posición preordinada, reconocerá su capacidad y limitaciones, y dará testimonio de la verdad de que “Él, ciertamente, es Dios; no hay otro Dios fuera de Él”...
No puede haber ninguna duda de que, a consecuencia de los esfuerzos que cada uno haga conscientemente y como resultado del ejercicio de sus propias facultades espirituales, este espejo podrá a tal punto ser limpiado de la escoria de la inmundicia terrenal y purgado de fantasías satánicas, que será capaz de aproximarse a los prados de la eterna santidad y alcanzar las cortes de la fraternidad sempiterna. Sin embargo, en cumplimiento del principio de que para cada cosa ha sido fijado un tiempo y para cada fruto ha sido ordenada una sazón, las energías latentes en tal generosidad pueden ser liberadas mejor y la gloria vernal de tal dádiva sólo puede ser manifestada en los Días de Dios. Aunque cada día esté investido con su parte preordinada de la maravillosa gracia de Dios, los Días asociados directamente con la Manifestación de Dios poseen una distinción única y ocupan una posición que ninguna mente podrá comprender jamás. Tal es la virtud infundida en ellos que si, en esos días de delicia sempiterna, se colocara a los corazones de todos los que moran en los cielos y en la tierra frente a frente con aquel Sol de gloria imperecedera y fuesen puestos en armonía con Su Voluntad, cada uno se hallaría por encima de todas las cosas terrenales, radiante con Su luz y santificado por Su gracia. ¡Alabada sea esta gracia, que ninguna bendición, por grande que sea, puede exceder, y todo honor sea para esta bondad, nada semejante a la cual ha visto el ojo de la creación! ¡Excelso es Él por encima de lo que Le atribuyen o cuentan de Él!
Por esta razón, nadie necesitará en esos días de su prójimo. Ya se ha demostrado plenamente que en ese Día divinamente designado la mayoría de los que han buscado y han alcanzado Su santa corte han mostrado tal grado de conocimiento y sabiduría, de los cuales ni siquiera una sola gota ha sido ni será jamás comprendida por nadie salvo estas almas benditas y santificadas, por mucho que haya enseñado o estudiado. En virtud de este poder, en los días de la Manifestación del Sol de la Verdad, los amados de Dios han sido exaltados por encima de toda erudición humana e independizados de ésta. Es más, de sus corazones y de los manantiales de sus poderes innatos ha brotado incesantemente la esencia íntima de la erudición y sabiduría humanas.