Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
XIII
Considera el pasado. Cuántos, tanto de distinguida como de baja condición, han esperado ansiosamente, en toda época, el advenimiento de las Manifestaciones de Dios en las santificadas personas de Sus Elegidos. Cuántas veces han aguardado Su venida, con qué frecuencia han suplicado que sople la brisa de la misericordia divina y aparezca la Belleza prometida desde detrás del velo del ocultamiento, y sea manifestada a todo el mundo. Y siempre que se abrieron las puertas de la gracia, y se vertieron sobre la humanidad las nubes de la munificencia divina, y resplandeció la luz del Invisible sobre el horizonte del poder celestial, todos Le negaron, y se apartaron de Su rostro, el rostro de Dios mismo...
Reflexiona: ¿Cuál pudo haber sido el motivo de tales hechos? ¿Qué pudo haber inducido a semejante comportamiento para con los Reveladores de la belleza del Todoglorioso? Lo que en días pasados fue la causa del rechazo y oposición de esas personas ahora ha ocasionado la perversidad de la gente de esta época. Sostener que el testimonio de la Providencia era incompleto y que por eso ha sido la causa del rechazo de la gente no es sino blasfemia evidente. ¡Cuán lejos está de la gracia del Munífico y de Su amorosa providencia y tierna misericordia elegir a una de entre todas las almas para que guíe a Sus criaturas, y, por un lado, privarle de la medida plena de Su testimonio divino, y, por otro, infligir severo castigo a Su pueblo por haberse apartado de Su Elegido! Es más, las múltiples generosidades del Señor de todos los seres han rodeado, en todo tiempo, mediante las Manifestaciones de Su divina Esencia, a la tierra y a todos los que viven en ella. Ni por un momento se le ha negado Su gracia al género humano, ni tampoco han cesado de verterse sobre éste las lluvias de Su bondad. Por consiguiente, semejante comportamiento no puede atribuirse sino a la estrechez de mente de aquellas almas que vagan por el valle de la arrogancia y el orgullo, que están perdidas en el desierto del alejamiento, que transitan por los caminos de sus vanas fantasías y siguen las órdenes de los jefes de su religión. Su principal interés es la mera oposición, y su único deseo es desconocer la verdad. Para todo observador perspicaz es evidente y manifiesto que si en los días de cada una de las Manifestaciones del Sol de la Verdad esta gente hubiese purificado sus ojos, sus oídos y sus corazones de todo lo que hubieran visto, oído y sentido, de seguro no se habrían privado de ver la belleza de Dios, ni se habrían desviado tanto de los aposentos de gloria. Pero pesaron el testimonio de Dios con la medida de su propio conocimiento, tomado de las enseñanzas de los jefes de su religión, y al encontrarlo en desacuerdo con su limitado entendimiento, se dispusieron a perpetrar actos tan indecorosos...
¡Considera a Moisés! Armado con la vara del dominio celestial, adornado con la blanca mano del conocimiento divino, y procedente del Parán del amor de Dios, y empuñando la serpiente del poder y majestad eterna, resplandeció sobre el mundo desde el Sinaí de la luz. Llamó a todos los pueblos y linajes de la tierra al reino de la eternidad, y los invitó a participar del fruto del árbol de la fidelidad. Seguramente sabes de la feroz oposición del Faraón y su pueblo, y de las piedras de ociosa fantasía que las manos de los infieles lanzaron contra ese Árbol bendito. Llegó a tal punto que finalmente el Faraón y su pueblo se dispusieron a hacer esfuerzos extremos por extinguir, con las aguas de la falsedad y negación, el fuego de ese Árbol sagrado, olvidando la verdad de que ninguna agua terrenal puede apagar la llama de la sabiduría divina, ni pueden ráfagas mortales extinguir la lámpara del dominio sempiterno. Es más, semejante agua no puede sino intensificar el ardor de la llama, y tales ráfagas no pueden más que asegurar la conservación de la lámpara, si observaras con el ojo del discernimiento y transitaras por el camino de la santa voluntad y complacencia de Dios...
Y cuando terminaron los días de Moisés, y envolvió al mundo la luz de Jesús, que brillaba desde la Aurora del Espíritu, todo el pueblo de Israel se dispuso a protestar contra Él. Aducían que Aquel Cuyo advenimiento había predicho la Biblia debía necesariamente promulgar y cumplir las leyes de Moisés, en tanto que ese joven nazareno, quien reclamaba como propia la posición del Mesías divino, había anulado las leyes del divorcio y del sábado: las más importantes de todas las leyes de Moisés. Por otra parte, ¿qué había de las señales de la Manifestación que aún estaba por venir? ¡Estas gentes de Israel hasta el día de hoy esperan a la Manifestación que la Biblia predijo! ¡Cuántas Manifestaciones de Santidad, cuántos Reveladores de la luz sempiterna han aparecido desde el tiempo de Moisés, y, sin embargo, Israel, envuelta en los más densos velos de fantasía satánica y falsas imaginaciones, aún espera que aparezca el ídolo creado por ella misma con los signos que ella ha concebido! Así Dios se ha apoderado de ellos a causa de sus pecados, ha extinguido en ellos el espíritu de fe, y los ha atormentado con las llamas del fuego del infierno. Y eso se debió sólo a que Israel rehusó comprender el significado de aquellas palabras que habían sido reveladas en la Biblia acerca de los signos de la Revelación venidera. Como jamás comprendió su verdadera significación y aparentemente tales acontecimientos nunca ocurrieron, permaneció privada de reconocer la belleza de Jesús y de ver la faz de Dios. ¡Y aún esperan Su venida! Desde tiempo inmemorial hasta el presente, todos los linajes y pueblos de la tierra se han aferrado a semejantes fantasías y pensamientos indecorosos, y se han privado así de las claras aguas que fluyen de las fuentes de pureza y santidad...
Para quienes están dotados de entendimiento, es claro y manifiesto que, cuando el fuego del amor de Jesús consumió los velos de las limitaciones de los judíos, y Su autoridad se hizo evidente y fue puesta parcialmente en vigor, Él, el Revelador de la Belleza invisible, al dirigirse un día a Sus discípulos, se refirió a Su muerte, y, encendiendo en sus corazones el fuego del luto, les dijo: “Me voy, y vengo de nuevo a vosotros”. Y en otra parte Él dijo: “Yo me voy y vendrá otro, Quien os dirá todo lo que no os he dicho, y cumplirá todo lo que he hablado”. Ambos dichos tienen un mismo significado, si reflexionarais sobre las Manifestaciones de la Unidad de Dios con percepción divina.
Todo observador perspicaz reconocerá que en la Dispensación del Corán fueron confirmados tanto el Libro como la Causa de Jesús. Y en cuanto a los nombres, Muḥammad mismo declaró: “Yo soy Jesús”. Él reconoció la verdad de los signos, profecías y palabras de Jesús, y atestiguó que todos provenían de Dios. En este sentido, ni la persona de Jesús, ni Sus escritos han diferido de los de Muḥammad y Su Libro sagrado, por cuanto ambos han abogado por la Causa de Dios, han pronunciado Su alabanza y revelado Sus mandamientos. Así, Jesús mismo declaró: “Yo me voy y vengo otra vez a vosotros.” Considera el sol. Si dijera ahora: “Soy el sol de ayer”, diría la verdad. Y si pretendiese ser otro sol, tomando en cuenta la secuencia del tiempo, diría también la verdad. Asimismo, si se dijera que todos los días no son sino uno y el mismo, sería correcto y verdadero. Y si se dijera respecto de sus nombres particulares y designaciones, que difieren, ello sería también verdadero. Pues, si bien son los mismos, se reconoce en cada uno una designación distinta, un atributo especial, un carácter particular. En consecuencia has de concebir la distinción, variación y unidad características de las diversas Manifestaciones de santidad, para que comprendas las alusiones hechas por el Creador de todos los nombres y atributos a los misterios de la distinción y unidad, y descubras la respuesta a tu pregunta acerca de por qué la eterna Belleza, varias veces, Se ha llamado con nombres y títulos diferentes...
Cuando el Invisible, el Eterno, la Esencia divina, hizo que saliera el Sol de Muḥammad en el horizonte del conocimiento, entre los reparos que Le pusieron los teólogos judíos estaba que ningún Profeta sería enviado por Dios después de Moisés. Más bien, mención se ha hecho en las Escrituras de un Ser que debía necesariamente manifestarse y que promovería la Fe de Moisés y fomentaría el bienestar de Su pueblo, a fin de que la Ley de la Dispensación de Moisés abarcase toda la tierra. Así se ha referido en Su Libro el Rey de gloria sempiterna a las palabras pronunciadas por esos vagabundos del valle del alejamiento y el error: “Dicen los judíos: ‘La mano de Dios está encadenada’. Encadenadas estén sus propias manos. Y, por lo que dijeron, fueron maldecidos. Es más, ¡extendidas están Sus dos manos!” La mano de Dios está por encima de las de ellos”. Aunque los comentaristas del Corán han relatado de diversas maneras las circunstancias que rodearon la revelación de este versículo, con todo debieras esforzarte por comprender su propósito. Él dice: ¡Cuán falso es lo que los judíos han imaginado! ¿Cómo puede la mano de Aquel que es el Rey en verdad, Quien hizo que se revelara el semblante de Moisés y Le confirió el manto de Profeta; cómo puede estar encadenada y trabada con grillos la mano de semejante Ser? ¿Cómo puede imaginársele incapaz de hacer surgir a otro Mensajero después de Moisés? ¡Mira lo absurdo de su afirmación; cuánto se han apartado de la senda del conocimiento y la comprensión! Observa cómo también en este día, toda esta gente se ha ocupado con tan absurdos disparates. ¡Durante más de mil años han estado recitando este versículo y censurando, sin saberlo, a los judíos, ignorando totalmente que ellos mismos, abierta y secretamente, expresan los sentimientos y creencia del pueblo judío! Seguramente estás informado de su vana aseveración de que toda Revelación ha terminado, que se han cerrado las puertas de la misericordia divina, que de las auroras de santidad eterna no saldrá de nuevo el Sol, que para siempre se ha calmado el Océano de la munificencia sempiterna, que los Mensajeros de Dios han cesado de aparecer desde el Tabernáculo de antigua gloria. Tal es el grado de comprensión de esta gente mezquina y despreciable. Han imaginado que se ha detenido el flujo de la omnímoda gracia de Dios y Sus abundantes favores, cuya interrupción ninguna mente puede contemplar. En todos lados se han dispuesto a actuar con tiranía, y han hecho los mayores esfuerzos para apagar, con las amargas aguas de su vana fantasía, la llama de la Zarza Ardiente de Dios, olvidando que el globo del poder protegerá la Lámpara de Dios dentro de su poderosa fortaleza...
Mira cómo la soberanía de Muḥammad, el Mensajero de Dios, es hoy evidente y manifiesta entre el pueblo. Tú bien sabes lo que aconteció a Su Fe en los primeros días de Su Dispensación. ¡Cuán dolorosos sufrimientos causó la mano de los infieles y descarriados, los teólogos de esa época y sus socios, a esa Esencia espiritual, a ese muy puro y santo Ser! ¡Cuán abundantes las zarzas y espinas que esparcieron en Su camino! Es evidente que esa generación miserable, en su maligna y satánica fantasía, consideró todo daño a ese Ser inmortal como medio para alcanzar felicidad perdurable, por cuanto los teólogos reconocidos de esa época, como ‘Abdu’lláh-i-Ubayy, Abú ‘Ámir, el ermitaño, Ka‘b-ibn-i-Ashraf, y Nadr-ibn-i-Ḥárith, Le trataron todos como impostor y Le declararon demente y calumniador. Tan dolorosas acusaciones hicieron contra Él que, al relatarlas, Dios prohíbe que fluya la tinta, que corra Nuestra pluma o que las soporte la página. Estas imputaciones malévolas hicieron que el pueblo se dispusiera a atormentarle. ¡Y cuán feroz ha de ser ese tormento si los teólogos de la época son sus principales instigadores, si Le denuncian a sus seguidores y Le arrojan de su medio declarándole hereje! ¿No Le ha sucedido lo mismo a este Siervo, y todos lo han presenciado?
Por esta razón exclamó Muḥammad: “Ningún Profeta de Dios ha sufrido daño tal como el que Yo he sufrido”. Y constan en el Corán todas las calumnias y reproches que pronunciaron contra Él, así como todas las aflicciones que Él padeció. Remitíos a ese texto para que tal vez seáis informados de lo que aconteció a Su Revelación. Tan crítica era Su situación que por un tiempo todos dejaron de tener trato con Él y con Sus compañeros. Quien se asociara con Él caía víctima de la crueldad implacable de Sus enemigos...
¡Observa cuán grande es el cambio hoy en día! ¡Mira cuántos soberanos inclinan la rodilla ante Su nombre! ¡Cuán numerosas las naciones y reinos que han buscado amparo a Su sombra, y que guardan lealtad a Su Fe, enorgulleciéndose de ello! De los púlpitos ascienden hoy palabras de alabanza que, con toda humildad, glorifican Su bendito nombre; y de lo alto de los alminares resuena la llamada que convoca al concurso de Su pueblo para adorarle. Aun los reyes de la tierra que han rehusado abrazar Su Fe y quitarse el manto del descreimiento confiesan y reconocen empero la grandeza y majestad avasalladora de ese Sol de bondad. Tal es Su soberanía terrenal, de la cual ves evidencias por todas partes. Esta soberanía debe necesariamente revelarse y establecerse, ya sea durante la vida de cada Manifestación de Dios o después de Su ascensión a Su verdadera morada en los dominios de lo alto...
Es evidente que los cambios provocados en cada Dispensación constituyen las nubes oscuras que se interponen entre el ojo del entendimiento humano y el divino Luminar que brilla en la aurora de la Esencia divina. Considera cómo las gentes durante generaciones han imitado ciegamente a sus padres, y han sido educadas de acuerdo con las prácticas y costumbres establecidas por los preceptos de su Fe. Por tanto, si estas gentes descubrieran de repente que un Hombre que ha vivido en su medio, y que respecto a toda limitación humana ha sido su semejante, Se hubiera dispuesto a abolir todos los principios establecidos que impone su Fe – principios en los cuales, durante siglos, se han instruido, tomando como infieles, disolutos y perversos a sus opositores y negadores – ciertamente, estarían envueltas en velos e imposibilitadas para reconocer Su verdad. Es como cuando las “nubes” cubren los ojos de aquellos cuyo ser interior aún no ha probado el Salsabíl del desprendimiento, ni ha bebido del Kawthar del conocimiento de Dios. Esas gentes, al enterarse de esas circunstancias, llegan a cegarse hasta tal punto que sin la menor pregunta declaran infiel a la Manifestación de Dios y Le sentencian a muerte. Debes haber oído ya que tales cosas han sucedido en todas las épocas, y ahora las observas en estos días.
Nos incumbe, por tanto, hacer el máximo esfuerzo para que, con la invisible ayuda de Dios, esos velos oscuros, esas nubes de pruebas enviadas del Cielo, no nos impidan ver la belleza de Su luminoso Semblante, y Le reconozcamos sólo en virtud de Su propio Ser.