Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XXVI

La alabanza sea para Dios, el Poseedor de todo, el Rey de gloria incomparable, una alabanza que se halla inmensamente por encima del entendimiento de todas las cosas creadas, y excelsa sobre el alcance de las mentes humanas. Nadie, salvo Él, podrá nunca cantar en forma apropiada Su loanza, ni tampoco logrará nadie describir jamás la plenitud de Su gloria. ¿Quién puede pretender haber alcanzado las alturas de Su exaltada Esencia, y qué mente puede medir las profundidades de Su misterio insondable? De cada una de las revelaciones que emanan de la Fuente de Su gloria han aparecido santas e inacabables pruebas de inimaginable esplendor, y de cada manifestación de Su invencible fuerza han emanado océanos de eterna luz. ¡Cuán inmensamente excelsos son los maravillosos testimonios de Su soberanía todopoderosa, de la cual si les llegara sólo una vislumbre, consumiría completamente a todos los que están en los cielos y en la tierra! Cuán indescriptiblemente sublimes son las muestras de Su consumada fuerza, de las cuales un solo signo, por insignificante que sea, debe trascender la comprensión de cuanto ha sido creado desde el principio que no tiene principio, y ha de ser creado en el futuro hasta el fin que no tiene fin. Todas las Personificaciones de Sus Nombres vagan por el desierto de la búsqueda, sedientas y ansiosas por descubrir Su Esencia, y todas las Manifestaciones de Sus Atributos Le imploran, desde el Sinaí de la Santidad, que descifre Su misterio.

Una gota del ondeante océano de Su misericordia inagotable ha adornado toda la creación con el ornamento de la existencia, y un hálito proveniente de Su Paraíso sin igual ha investido a todos los seres con el manto de Su santidad y gloria. Unas gotas de las insondables profundidades de Su soberana Voluntad que todo lo penetra han engendrado de la nada absoluta una creación infinita en su alcance y eterna en su duración. Las maravillas de Su munificencia nunca podrán cesar, ni la corriente de Su misericordiosa gracia podrá jamás ser detenida. El proceso de Su creación no ha tenido principio ni podrá tener fin.

En toda edad y ciclo, mediante la esplendorosa luz derramada por las Manifestaciones de Su maravillosa Esencia, Él ha creado todo de nuevo para que nada que refleje los signos de Su gloria, ya sea en el cielo o en la tierra, sea privado de las efusiones de Su misericordia, ni pierda la esperanza de recibir las lluvias de Sus favores. ¡Cuán omnímodas son las maravillas de Su ilimitada gracia! Mirad cómo han penetrado toda la creación. Tal es su virtud que no puede encontrarse un solo átomo en todo el universo que no declare las pruebas de Su poder, que no glorifique Su santo Nombre, o exprese la refulgente luz de Su unidad. Tan perfecta y amplia es Su creación que ninguna mente ni corazón, por muy penetrantes o puros que sean, podrán jamás comprender la naturaleza de la más insignificante de Sus criaturas; cuánto menos aún desentrañar el misterio de Aquel que es el Sol de la Verdad, Quien es la invisible e incognoscible Esencia. Las concepciones del más devoto de los místicos, los logros del más competente de los mortales, la más alta alabanza que lengua o pluma humana puedan ofrecer son producto de la mente finita del hombre y están sujetos a sus limitaciones. Diez mil Profetas, cada uno de ellos un Moisés, están amilanados en el Sinaí de su búsqueda ante Su Voz prohibitoria: “Tú jamás Me verás”, mientras que una miríada de Mensajeros, cada uno tan grande como Jesús, están consternados en sus tronos celestiales por la interdicción: “Jamás comprenderás Mi Esencia”. Desde tiempo inmemorial Él ha estado velado por la inefable santidad de Su excelso Ser, y para siempre continuará envuelto en el impenetrable misterio de Su incognoscible Esencia. Toda tentativa de lograr la comprensión de Su inaccesible Realidad ha terminado en completa perplejidad, y todo esfuerzo por acercarse a Su excelso Ser y contemplar Su Esencia ha terminado en desesperación y fracaso.

¡Cuán desconcertante es para mí, insignificante como soy, intentar sondear las sagradas profundidades de Tu conocimiento! ¡Cuán vanos son mis esfuerzos por imaginar la magnitud de la fuerza inherente a Tu obra, la revelación de Tu fuerza creadora! ¿Cómo pueden mis ojos, que no son capaces de percibirse a sí mismos, afirmar haber distinguido Tu Esencia, y cómo puede mi corazón, ya impotente para comprender el significado de sus propias potencialidades, pretender haber comprendido Tu naturaleza? ¿Cómo puedo afirmar que Te he conocido cuando la creación entera está confundida por Tu misterio, y cómo puedo confesar que no Te he conocido, cuando he aquí que todo el universo proclama Tu Presencia y atestigua Tu verdad? Las puertas de Tu gracia han estado eternamente abiertas a todas las cosas creadas y los medios de acceso a Tu Presencia han estado a disposición de ellas, y las revelaciones de Tu Belleza inigualable han estado grabadas en todo momento sobre las realidades de todos los seres, visibles e invisibles. Sin embargo, a pesar de este generosísimo favor, esta dádiva perfecta y consumada, me siento impulsado a declarar que Tu corte de santidad y gloria es inmensamente exaltada por encima del conocimiento de todo cuanto no seas Tú, y que el misterio de Tu Presencia es inescrutable para toda mente salvo la Tuya. Nadie salvo Tú puede desentrañar el secreto de Tu naturaleza, y nada salvo Tu trascendental Esencia puede comprender la realidad de Tu inescrutable ser. ¡Cuán vasto es el número de aquellos seres celestiales y todogloriosos que han vagado todos los días de su vida en el páramo de su separación de Ti y jamás Te han encontrado! ¡Cuán grande es la multitud de almas santificadas e inmortales que se vieron perdidas y perplejas mientras buscaban ver Tu rostro en el desierto de la búsqueda! Una miríada son Tus ardientes amantes a quienes la llama consumidora de la lejanía de Ti ha hecho hundirse y perecer, e innumerables son las almas fieles que voluntariamente han ofrendado su vida con la esperanza de contemplar la luz de Tu semblante. Nunca podrán alcanzar Tu santa corte los suspiros y lamentos de estos ansiosos corazones que Te anhelan, ni tampoco podrán llegar a Tu sede de gloria las lamentaciones de los caminantes que ansían aparecer ante Tu faz.