Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XXVII

Toda alabanza sea para la unidad de Dios, y todo honor para Él, el soberano Señor, el incomparable y todoglorioso Gobernante del universo, Quien de la nada absoluta ha creado la realidad de todo, Quien de la no existencia ha engendrado los más delicados y sutiles elementos de Su creación, y Quien, rescatando a Sus criaturas de la bajeza de la lejanía y de los peligros de una completa extinción, los ha recibido en Su reino de gloria incorruptible. Nada que no sea Su gracia que todo lo abarca, Su misericordia que todo lo penetra, podría haberlo logrado. ¿Cómo habría sido posible, de otro modo, que la simple nada adquiriera por sí misma el mérito y capacidad de surgir, a partir de su estado de inexistencia, en el dominio del ser?

Habiendo creado el mundo y todo lo que en él vive y se mueve, Él, por la acción directa de Su libre y soberana Voluntad, optó por conferirle al ser humano la singular distinción y capacidad de conocerle y amarle; una capacidad que debe necesariamente ser considerada el impulso generador y el objetivo primordial que sostiene la creación entera... Sobre la más íntima realidad de cada cosa creada, Él ha derramado la luz de uno de Sus nombres, y la ha convertido en depositario de la gloria de uno de Sus atributos. Sin embargo, en la realidad del hombre Él ha concentrado el esplendor de todos Sus nombres y atributos y ha hecho de ella un espejo de Su propio Ser. De todas las cosas creadas sólo el ser humano ha sido distinguido con tan grande favor y tan perdurable generosidad.

Estas energías con las que el Sol de la munificencia divina y la Fuente de la guía celestial han dotado a la realidad del hombre están, empero, latentes dentro de él, así como la llama está oculta dentro de la vela y los rayos de luz están potencialmente presentes en la lámpara. El resplandor de estas energías puede verse oscurecido por los deseos mundanos, tal como la luz del sol puede ser ocultada por el polvo y la escoria que cubren el espejo. Ni la candela ni la lámpara pueden encenderse sólo por su propio esfuerzo, ni tampoco le será jamás posible al espejo librarse por sí solo de su escoria. Es claro y evidente que la lámpara nunca se encenderá mientras no se prenda fuego, y a menos que se limpie la superficie del espejo de la escoria que la cubre, éste nunca podrá representar la imagen del sol ni reflejar su luz y gloria.

Y puesto que no puede haber ningún vínculo de comunicación directa que vincule al único Dios verdadero con Su creación, y ninguna semejanza puede existir entre lo transitorio y lo Eterno, lo contingente y lo Absoluto, Él ha ordenado que en toda época y dispensación se haga manifiesta un Alma pura e inmaculada en los reinos de la tierra y del cielo. A este sutil, misterioso y etéreo Ser Él Le ha asignado una doble naturaleza: la física, que pertenece al mundo de la materia, y la espiritual, que nace de la sustancia de Dios mismo. Él, además, Le ha conferido una doble estación. La primera estación, que está relacionada con Su más íntima realidad, Le representa como Aquel Cuya voz es la voz de Dios mismo. Esto lo atestigua la tradición “Múltiple y misteriosa es Mi relación con Dios. Yo soy Él, Él mismo, y Él es Yo, Yo mismo, salvo que Yo soy Quien soy y Él es Quien es”. Asimismo, las palabras “Levántate, oh Muḥammad, porque, he aquí, el Amante y el Amado son unidos y hechos uno solo en Ti”. De igual manera Él dice: “No hay distinción alguna entre Tú y Ellos, salvo que Ellos son Tus Siervos”. La segunda estación es la estación humana, ejemplificada por los siguientes versículos: “No soy más que un hombre como vosotros”. “Di: ¡Alabado sea mi Señor! ¿Soy más que un hombre, un apóstol?”. Estas Esencias del Desprendimiento, estas Realidades resplandecientes son los canales de la gracia de Dios, que todo lo penetra. Conducidos por la luz de la guía segura, e investidos con soberanía suprema, son comisionados para usar la inspiración de Sus palabras, las efusiones de Su infalible gracia y la brisa santificadora de Su Revelación con el fin de limpiar todo corazón anhelante y todo espíritu receptivo de la escoria y polvo de las preocupaciones y limitaciones terrenales. Entonces, y sólo entonces, el Depósito de Dios que está latente en la realidad del hombre emergerá, tan resplandeciente como el Astro naciente de la Revelación Divina, desde detrás del velo de la ocultación, para establecer la enseña de Su revelada gloria sobre las cumbres de los corazones humanos.

De los anteriores pasajes y alusiones queda indudablemente claro que en los reinos de la tierra y del cielo debe necesariamente manifestarse un Ser, una Esencia que ha de actuar como Manifestación y Vehículo para la transmisión de la gracia de la Divinidad misma, el Soberano Señor de todo. Mediante las Enseñanzas de este Sol de la Verdad, toda persona ha de avanzar y desarrollarse hasta que alcance el estado en que pueda manifestar todas las fuerzas potenciales con que ha sido dotado su más íntimo ser verdadero. Es con este preciso objetivo que en cada edad y dispensación los Profetas de Dios y Sus Elegidos han aparecido entre los hombres y han mostrado tal fuerza como la que nace de Dios, y tal poder como sólo el Eterno puede revelar.

¿Puede alguien en su sano juicio imaginar seriamente que, en vista de ciertas palabras cuyo significado no puede comprender, la puerta de la infinita guía de Dios puede cerrarse a la faz de todos? ¿Puede alguna vez concebir ya sea un comienzo o un fin para estos divinos Luminares, estas Luces resplandecientes? ¿Qué torrente puede compararse con la corriente de Su omnímoda gracia, y qué bendición puede sobrepasar las pruebas de tan grande y penetrante misericordia? No puede haber duda de que si por un momento el mundo fuera privado de la marea de Su misericordia y gracia, éste perecería totalmente. Por esta razón, desde el principio que no tiene principio, las puertas de la divina misericordia han estado abiertas de par en par ante todas las cosas creadas, y hasta el fin que no tiene fin las nubes de la Verdad continuarán derramando la lluvia de sus favores y mercedes sobre la tierra de la capacidad, realidad y personalidad humanas. Tal ha sido el método que ha seguido Dios desde la eternidad hasta la eternidad.