Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
XXXIII
Hemos decretado que la Palabra de Dios y todas sus potencialidades han de manifestarse a la humanidad en estricta conformidad con las condiciones que han sido preordinadas por Aquel que es el Omnisciente, el Sapientísimo. Hemos ordenado, además, que el velo de su ocultación no sea otro que su propio Ser. Tal es, en verdad, Nuestra Fuerza para lograr Nuestro Propósito. Si se le permitiera a la Palabra liberar repentinamente todas las energías que están latentes dentro de ella, nadie podría soportar el peso de tan poderosa Revelación. Es más, todos los que están en el cielo y en la tierra huirían de ella consternados.
Considera lo que se ha hecho descender a Muḥammad, el Apóstol de Dios. La medida de la Revelación de la cual Él fue portador había sido claramente preordinada por Aquel que es el Todopoderoso, el Omnipotente. Sin embargo, quienes Le oyeron sólo pudieron comprender Su propósito de acuerdo con su propia posición y capacidad espiritual. Él, de igual manera, descubrió la Faz de la Sabiduría en proporción a la capacidad de ellos para soportar el peso de Su Mensaje. Tan pronto como la humanidad alcanzó la etapa de la madurez, la Palabra reveló a los ojos de todos las energías latentes con que había sido dotada, energías que se manifestaron en la plenitud de su gloria cuando en el año sesenta apareció la Antigua Belleza en la persona de ‘Alí-Muḥammad, el Báb.