Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XXXIV

Toda alabanza y gloria sean para Dios, Quien por la fuerza de Su poder ha librado a Su creación de la desnudez de la no existencia y la ha ataviado con el manto de la vida. De entre todo lo creado, Él eligió para conferir Su especial favor a la atesorada realidad del ser humano, y la dotó con la capacidad singular de conocerle y de reflejar la grandeza de Su gloria. Esta doble distinción que le fue concedida ha limpiado su corazón de la herrumbre de todo deseo vano y le ha hecho merecedor de la vestidura con que su Creador Se ha dignado cubrirle. Le ha servido para rescatar su alma de la miseria de la ignorancia.

Este manto con que han sido adornados el cuerpo y el alma humanos es el fundamento mismo de su bienestar y desarrollo. ¡Oh cuán bendito el día en que, ayudado por la gracia y el poder del único Dios verdadero, el hombre se haya liberado del cautiverio y la corrupción del mundo y de cuanto en él existe, y haya logrado el descanso verdadero y perdurable a la sombra del Árbol del Conocimiento!

Los cantos que ha entonado el ave de tu corazón en su gran amor por sus amigos han llegado hasta sus oídos, y Me han movido a responder a tus preguntas y revelarte los secretos que Me sea permitido exponer. En tu estimada carta has preguntado cuáles de los Profetas de Dios deben ser considerados superiores a los demás. Has de saber con toda seguridad que la esencia de todos los Profetas de Dios es una y la misma. Su unidad es absoluta. Dios, el Creador, dice: No hay distinción alguna entre los Portadores de Mi Mensaje. Todos ellos tienen un solo propósito; su secreto es el mismo secreto. No es de ninguna manera permitido preferir a uno sobre los demás, ni exaltar a algunos por encima de los otros. Cada verdadero Profeta ha juzgado Su Mensaje como fundamentalmente el mismo que la Revelación de todo otro Profeta que Le haya precedido. Por lo tanto, si alguien no comprendiera esta verdad y, en consecuencia, se entregara al uso de lenguaje vano e indecoroso, nadie que posea vista perspicaz y entendimiento iluminado permitiría jamás que tal ociosa charla le hiciera vacilar en su creencia.

Sin embargo, el grado de revelación de los Profetas de Dios en este mundo debe diferir. Cada uno de ellos ha sido Portador de un Mensaje bien diferenciado y ha sido comisionado para revelarse a Sí mismo mediante hechos determinados. Es por esta razón que parecen variar en su grandeza. Su Revelación puede compararse con la luz de la luna que derrama su resplandor sobre la tierra. Aun cuando ella revela una nueva medida de su resplandor cada vez que aparece, con todo, su inherente esplendor no puede nunca disminuir ni puede su luz sufrir extinción.

Por lo tanto, es claro y evidente que cualquier variación aparente en la intensidad de su luz no es inherente a la luz misma, sino debe ser atribuida más bien a la receptividad variante de este mundo que siempre cambia. A todo Profeta que el Creador Todopoderoso e Incomparable ha determinado enviar a los pueblos de la tierra Le ha sido confiado un Mensaje, y Se Le ha encargado actuar de la forma que mejor satisfaga los requisitos de la época en que aparece. Dios tiene dos propósitos al enviar a Sus Profetas a la humanidad. El primero es librar a los hijos de los hombres de la oscuridad de la ignorancia y guiarlos a la luz del verdadero entendimiento. El segundo es asegurar la paz y tranquilidad del género humano y proveer todos los medios por los cuales éstas pueden ser establecidas.

Los profetas de Dios deben ser vistos como médicos cuya tarea es fomentar el bienestar del mundo y sus pueblos para que, mediante el espíritu de la unicidad, curen la dolencia de esta humanidad dividida. Nadie tiene el derecho de poner en duda Sus palabras ni de menospreciar Su conducta, porque ellos son los únicos que pueden afirmar haber comprendido al paciente y haber diagnosticado correctamente sus males. Nadie, por aguda que sea su percepción, puede jamás tener la esperanza de alcanzar las alturas a que han llegado la sabiduría y el entendimiento del Médico divino. No sería de extrañar, entonces, si se encontrara que el tratamiento prescrito por el médico en este día no fuese idéntico al que prescribió anteriormente. ¿Cómo podría ser de otra manera, cuando las dolencias que afectan al paciente necesitan un remedio especial en cada etapa de su enfermedad? De igual modo, cada vez que los Profetas de Dios han iluminado el mundo con el resplandeciente brillo del Sol del conocimiento divino, invariablemente han convocado a sus pueblos a abrazar la luz de Dios, por los medios que mejor se adaptaran a las exigencias de la época en que aparecieron. Así fueron capaces de dispersar la oscuridad de la ignorancia y derramar sobre el mundo la gloria de su propio conocimiento. Por consiguiente, los ojos de toda persona de discernimiento deben dirigirse hacia la más íntima esencia de estos Profetas, puesto que su único propósito ha sido siempre el de guiar a los errados y dar paz a los afligidos. Éstos no son días de prosperidad y triunfo. La humanidad entera está en las garras de múltiples males. Esfuérzate, entonces, por salvarle la vida con la saludable medicina que ha preparado la todopoderosa mano del Médico infalible.

Y ahora respecto de tu pregunta acerca de la naturaleza de la religión. Has de saber que los que son verdaderamente sabios han comparado al mundo con el templo humano. Así como el cuerpo del hombre necesita una vestimenta para cubrirse, también el cuerpo de la humanidad debe ser necesariamente adornado con la vestidura de la justicia y la sabiduría. Su atavío es la Revelación que Dios le ha concedido. Cada vez que este atavío haya cumplido su propósito, el Todopoderoso de seguro lo renovará. Porque cada edad requiere una nueva medida de la luz de Dios. Toda Revelación divina se ha hecho descender de modo que corresponda a las circunstancias de la época de su aparición.

En cuanto a tu pregunta sobre los dichos de los dirigentes de religiones pasadas. Toda persona sabia y digna de alabanza sin duda evitará conversación tan vana e infructuosa. El incomparable Creador ha creado a todos de una misma sustancia y ha elevado su realidad por encima del resto de Sus criaturas. El éxito o fracaso de un alma, su ganancia o pérdida dependen, por tanto, de sus propios esfuerzos. Cuanto más se esfuerce, tanto mayor será su progreso. Ojalá que las lluvias primaverales de la munificencia de Dios hagan que las flores del verdadero entendimiento broten del suelo de los corazones humanos y los purifiquen de toda corrupción terrenal.