Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XXXVI

Has de saber que cuando el Hijo del hombre exhaló Su último suspiro y se entregó a Dios, la creación entera lloró con gran llanto. Sin embargo, al sacrificarse, se infundió una nueva capacidad en todas las cosas creadas. Sus efectos, de los cuales dan testimonio todos los pueblos de la tierra, están manifiestos ahora ante ti. La más honda sabiduría que los sabios hayan expresado, el más profundo saber que mente alguna haya descifrado, las obras de arte que las manos más diestras hayan producido, la influencia ejercida por el más poderoso de los gobernantes, no son sino manifestaciones de la fuerza vivificadora liberada por Su resplandeciente, omnímodo y trascendente Espíritu.

Atestiguamos que cuando Él vino al mundo, derramó el esplendor de Su gloria sobre todo lo creado. Mediante Él, el leproso se restableció de la lepra de la perversidad y de la ignorancia. Por Él fueron curados el incasto y el descarriado. Mediante Su poder, nacido de Dios Todopoderoso, fueron abiertos los ojos del ciego, y el alma del pecador fue santificada.

La lepra puede ser interpretada como todo velo que se interpone entre el ser humano y el reconocimiento del Señor, su Dios. Quien se permite aislarse de Él es realmente un leproso y no será recordado en el Reino de Dios, el Poderoso, el Alabado. Atestiguamos que por el poder de la Palabra de Dios fue sanado todo leproso, fue curada toda enfermedad y toda debilidad humana fue eliminada. Él fue Quien purificó el mundo. Bienaventurado el que, con el rostro lleno de luz, se ha vuelto hacia Él.