Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

LIII

¡Oh Naṣír, siervo Mío! Pongo por testigo a Dios, la Eterna Verdad, de que, en este Día, el Joven Celestial ha alzado por sobre las cabezas de los hombres el glorioso Cáliz de la Inmortalidad y permanece a la espera en Su sede, preguntándose qué ojo reconocerá Su gloria, y qué brazo se extenderá sin vacilar para asir la Copa de Su nívea Mano y apurarla. Hasta ahora unos pocos han bebido de esta incomparable, esta fluyente gracia del Antiguo Rey. Éstos ocupan las más sublimes mansiones del Paraíso y están firmemente establecidos en las sedes de autoridad. ¡Por la rectitud de Dios! Ni los espejos de Su gloria, ni los reveladores de Sus nombres, ni ninguna cosa creada que haya existido o exista jamás, podrán nunca superarlos, si sois de los que comprenden esta verdad.

¡Oh Naṣír! La excelencia de este Día está inmensamente por encima de la comprensión de las gentes, por muy extenso que sea su conocimiento y por muy profundo que sea su entendimiento. ¡Cuánto más ha de trascender la imaginación de los que se han desviado de su luz y han sido apartados de su gloria! Si desgarraras el agraviante velo que ciega tu visión, verías una gracia tal a la que nada podría jamás asemejarse o igualarse desde el principio que no tiene principio hasta el fin que no tiene fin. ¿En qué lenguaje debería optar por hablar Aquel que es el Portavoz de Dios, para que los que están separados de Él como por un velo pudieran reconocer Su gloria? Los rectos, moradores del Reino de lo alto, beberán copiosamente del Vino de la Santidad en Mi nombre, el todoglorioso. Nadie salvo ellos participará de tales beneficios.