Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

LIX

Todo observador imparcial admitirá sin vacilación que, desde el amanecer de Su Revelación, este Agraviado ha invitado a toda la humanidad a dirigir el rostro hacia la Aurora de la Gloria, y ha prohibido la corrupción, el odio, la opresión y la iniquidad. Sin embargo, ¡ved lo que han obrado las manos del opresor! Ninguna pluma se atreve a describir su tiranía. Aun cuando el propósito de Aquel que es la Eterna Verdad ha sido conferir vida sempiterna a todos y lograr su paz y seguridad, fijaos cómo se han dispuesto a derramar la sangre de Sus amados y han pronunciado sentencia de muerte contra Él.

Los instigadores de esta opresión son aquellas mismas personas que, siendo tan necias, son consideradas como las más sabias de todos los sabios. Tal es su ceguera que, con severidad no disimulada, han encarcelado en esta dolorosa Prisión fortificada a Aquel para los siervos de Cuyo Umbral ha sido creado el mundo. Sin embargo, el Todopoderoso, a pesar de ellos y de quienes han repudiado la verdad de este “Gran Anuncio”, ha transformado esta Casa Prisión en el Más Exaltado Paraíso, el Cielo de los Cielos.

No hemos rechazado los beneficios materiales que pudieran aliviar Nuestras aflicciones. Sin embargo, cada uno de Nuestros compañeros dará testimonio de que Nuestra santa corte está purificada de todos esos beneficios materiales y muy por encima de ellos. No obstante, mientras estábamos confinados en esta Prisión, aceptamos aquellas cosas de las cuales los infieles han tratado de privarnos. Si se encontrara a alguien que desease, en Nuestro nombre, levantar un edificio de oro puro o de plata pura, o una casa engastada en piedras preciosas de inestimable valor, sin duda, tal deseo le sería concedido. Él, ciertamente, hace lo que Él quiere y ordena lo que es de Su agrado. Además, se ha permitido a quien lo desee erigir estructuras nobles e imponentes a lo largo y ancho de este territorio, y dedicar las ricas y sagradas tierras adyacentes al Jordán y sus vecindades al culto y servicio del único Dios verdadero, magnificada sea Su gloria, para que se cumplan las profecías consignadas por la Pluma del Altísimo en las Sagradas Escrituras y para que se ponga de manifiesto lo que ha determinado Dios, el Señor de todos los mundos, para esta exaltadísima, santísima y maravillosa Revelación.

Antaño hemos pronunciado estas palabras: ¡Extiende tu saya, oh Jerusalén! Meditad esto en vuestro corazón, oh pueblo de Bahá, y dad gracias a vuestro Señor, el Expositor, el Más Manifiesto.

Si fuesen desentrañados los misterios que nadie conoce salvo Dios, toda la humanidad presenciaría las evidencias de una perfecta y consumada justicia. Con una certeza que nadie puede poner en duda, todos se aferrarían a Sus mandamientos y los cumplirían escrupulosamente. Verdaderamente, hemos decretado en nuestro Libro una recompensa buena y generosa para quienes se aparten de la impiedad y sigan una vida casta y santa. Él es, en verdad, el Gran Dador, el Munífico.