Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

LXVIII

¡Oh tú que eres el fruto de Mi Árbol y su hoja! Contigo sean Mi gloria y Mi misericordia. Que tu corazón no se apene por lo que te ha acontecido. Si recorrieras las páginas del Libro de la Vida, ciertamente, descubrirías aquello que disiparía tus penas y disolvería tu angustia.

Has de saber, oh fruto de Mi Árbol, que los decretos del Soberano Ordenador, respecto del hado y la predestinación, son de dos clases. Ambas deben ser obedecidas y aceptadas. Una es irrevocable; la otra es lo que se conoce como inminente. A la primera todos deben someterse sin reserva, puesto que está fijada y establecida. Sin embargo, Dios puede alterarla o revocarla. Como el daño que debe resultar de tal cambio será mayor que si el decreto hubiere permanecido inalterado, todos, por tanto, deben voluntariamente aceptar lo que Dios ha deseado y confiadamente atenerse a ello.

Sin embargo, el decreto que es inminente es tal que la oración y la súplica pueden conseguir desviarlo.

Conceda Dios que tú, que eres el fruto de Mi Árbol, y aquellos que están asociados contigo sean protegidos de sus malas consecuencias.

Di: ¡Oh Dios, mi Dios! Tú has puesto en mis manos un fideicomiso Tuyo, y ahora, de acuerdo con el beneplácito de Tu Voluntad, lo has llamado de vuelta a Ti. No me corresponde a mí, que soy Tu sierva, preguntar de dónde me viene esto o por qué ha ocurrido, ya que Tú eres glorificado en todos Tus actos, y has de ser obedecido en Tu decreto. Tu sierva, oh mi Señor, ha puesto sus esperanzas en Tu gracia y generosidad. Concede que ella obtenga lo que la acerque a Ti y le beneficie en todos Tus mundos. Tú eres el Perdonador, el Todogeneroso. No hay otro Dios más que Tú, el Ordenador, el Anciano de Días.

Confiere Tus bendiciones, oh Señor, mi Dios, a quienes han bebido el vino de Tu amor ante la faz de los hombres, y que, a pesar de Tus enemigos, han reconocido Tu unidad, han atestiguado Tu unicidad y han confesado su creencia en aquello que ha hecho temblar los miembros de los opresores entre Tus criaturas y estremecerse la carne de los orgullosos de la tierra. Atestiguo que Tu Soberanía jamás perecerá ni podrá alterarse Tu Voluntad. Decreta para aquellos que han vuelto el rostro hacia Ti, y para Tus siervas que se han sostenido firmemente de Tu Cuerda, aquello que es digno del Océano de Tu munificencia y el Cielo de Tu gracia.

Tú eres Aquel, oh Dios, que Se ha proclamado a Sí mismo el Señor de la Riqueza, y ha caracterizado a todos cuantos Le sirven como pobres y necesitados. Así como Tú has escrito: “¡Oh vosotros que creéis! No sois sino pobres que necesitan a Dios; pero Dios es el Poseedor, el Alabado”. Habiendo admitido mi pobreza, y reconocido Tu riqueza, no permitas que sea privado de la gloria de Tu opulencia. Tú eres, ciertamente, el Supremo Protector, el Omnisciente, el Sapientísimo.