Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
LXXV
Rasgad, en Mi Nombre, los velos que han cegado gravemente vuestra vista y, mediante el poder nacido de vuestra creencia en la unidad de Dios, dispersad los ídolos de la vana imitación. Entrad, entonces, en el santo paraíso de la complacencia del Todomisericordioso. Purificad vuestras almas de todo lo que no sea de Dios y gustad la dulzura del descanso dentro de los confines de Su vasta y poderosa Revelación, y a la sombra de Su suprema e infalible autoridad. No permitáis que os envuelvan los densos velos de vuestros deseos egoístas, ya que he perfeccionado Mi creación en cada uno de vosotros, para que la excelencia de Mi obra sea plenamente revelada a la humanidad. Por consiguiente, cada individuo ha sido, y continuará siendo, capaz de apreciar por sí mismo la Belleza de Dios, el Glorificado. Si no hubiera sido dotado de dicha capacidad, ¿cómo podría ser llamado a rendir cuentas por no haberlo hecho? Si, en el Día en que han de ser congregados todos los pueblos de la tierra, se preguntare a alguien, mientras estuviere en presencia de Dios: “¿Por qué no has creído en Mi belleza y te has apartado de Mí?”, y esa persona respondiere diciendo: “Ya que todos han errado, y no se ha encontrado a nadie dispuesto a volver el rostro hacia la Verdad, yo también, siguiendo su ejemplo, he dejado gravemente de reconocer la Belleza del Eterno”, tal excusa será seguramente rechazada. Pues la fe de una persona no puede depender de otra que no sea ella misma.
Ésta es una de las verdades que están atesoradas en Mi Revelación, verdad que he revelado en todos los Libros celestiales, que he hecho pronunciar a la Lengua de Grandeza y he hecho inscribir a la Pluma del Poder. Meditad un momento sobre ella, para que, con vuestra visión interior y exterior, percibáis las sutilezas de la sabiduría divina y descubráis las joyas del conocimiento celestial, que en lenguaje claro y solemne he revelado en esta exaltada e incorruptible Tabla, y para que no os alejéis del Altísimo Trono, del Árbol más allá del cual no hay paso y de la Habitación de eterno poder y gloria.
Los signos de Dios brillan tan manifiestos y resplandecientes como el sol entre las obras de Sus criaturas. Todo lo que procede de Él siempre ha sido distinto y seguirá siendo diferente del producto de la inventiva humana. De la Fuente de Su conocimiento han surgido innumerables Luminares de erudición y sabiduría y, procedente del Paraíso de Su Pluma, el hálito del Todomisericordioso ha sido insuflado continuamente en los corazones y almas. Felices son aquellos que han reconocido esta verdad.