Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

LXXX

Me has preguntado si el hombre, siendo distinto de los Profetas de Dios y de Sus escogidos, conserva, después de su muerte física, la misma individualidad, personalidad, conciencia y entendimiento que caracterizan su vida en este mundo. Has observado que si esto fuera así, ¿cómo es que, mientras ligeras perturbaciones de sus facultades mentales tales como desmayo y enfermedad severa le privan de su entendimiento y conciencia, la muerte, que implica la descomposición de su cuerpo y la disolución de sus elementos, es impotente para destruir ese entendimiento y extinguir esa conciencia? ¿Cómo puede alguien imaginar que persista la conciencia y personalidad del hombre cuando los instrumentos necesarios para su existencia y funcionamiento se hayan desintegrado por completo?

Has de saber que el alma está por encima de todas las enfermedades del cuerpo y de la mente y es independiente de ellas. Que una persona enferma muestre signos de debilidad se debe a los obstáculos que se interponen entre su alma y su cuerpo, porque el alma misma no es afectada por ninguna dolencia del cuerpo. Considera la luz de la lámpara. Aunque un objeto exterior interfiera con su resplandor, la luz en sí continúa brillando sin disminuir su poder. De igual manera, cualquier mal que afecte al cuerpo humano es un obstáculo que impide la manifestación del poder y fuerza inherentes al alma. Sin embargo, cuando ésta abandone el cuerpo, evidenciará tal ascendiente y revelará tal influencia como ninguna fuerza de la tierra puede igualar. Toda alma pura, refinada y santificada estará dotada de tremenda fuerza, y se regocijará con inmensa alegría.

Piensa en la lámpara que está escondida debajo de un celemín. Aunque brille su luz, su resplandor está oculto. De igual modo, considera el sol cuando ha sido oscurecido por las nubes. Observa cómo su esplendor parece haber disminuido, cuando en realidad la fuente de aquella luz no ha cambiado. El alma del hombre debe ser comparada con este sol, y todas las cosas de la tierra deben ser consideradas como su cuerpo. Mientras ningún obstáculo externo intervenga entre ellos, el cuerpo en su totalidad continuará reflejando la luz del alma y será sostenido por su fuerza. Sin embargo, tan pronto como un velo se interpone entre ellos, el brillo de esa luz parece disminuir.

Considera además el sol cuando está completamente oculto tras las nubes. Aunque la tierra está todavía iluminada con su luz, la medida de luz que recibe se ha reducido notablemente. Hasta que las nubes no se hayan dispersado, el sol no brillará en la plenitud de su gloria. Ni la presencia ni la ausencia de la nube pueden, en forma alguna, afectar el esplendor inherente al sol. El alma del hombre es el sol que ilumina su cuerpo y del cual deriva su sustento, y debe verse así.

Considera, además, cómo el fruto, antes de formarse, se halla potencialmente dentro del árbol. Si se cortara el árbol en pedazos, no podría encontrarse ningún signo ni parte del fruto, por pequeña que fuese. Sin embargo, como has observado, cuando aparece el fruto, se manifiesta en su maravillosa hermosura y gloriosa perfección. Ciertos frutos, de hecho, sólo alcanzan su pleno desarrollo después de ser cortados del árbol.