Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XCI

Entre las pruebas que demuestran la verdad de esta Revelación está que, en toda época y Dispensación, cuando quiera que se revelara la Esencia invisible en la persona de Su Manifestación, ciertas almas humildes y liberadas de todo apego mundano buscaban iluminación en el Sol del Manto Profético y en la Luna de la guía divina, y llegaban a la Presencia divina. Por esta razón, los teólogos de la época y quienes poseían riquezas se burlaban desdeñosamente de esas personas. Así Él ha revelado refiriéndose a los errados: «Entonces dijeron los jefes de su pueblo que no creían: “En Ti no vemos más que un mortal como nosotros; y no vemos que Te hayan seguido sino aquellos que son los más viles de nosotros, faltos de reflexión, ni os vemos con excelencia alguna sobre nosotros; es más, os consideramos mentirosos”». Pusieron reparos a estas santas Manifestaciones, y protestaron diciendo: «Nadie os ha seguido, excepto los despreciables entre nosotros, aquellos que no merecen atención». Su objetivo era demostrar que nadie de entre los eruditos, los ricos y los renombrados creía en ellos. Mediante ésta y semejantes pruebas pretendían demostrar la falsedad de Aquel que no dice sino la verdad.

Sin embargo, en esta muy resplandeciente Dispensación y poderosísima Soberanía, varios teólogos iluminados, personas de consumada erudición, doctores de madura sabiduría, llegaron a Su Corte, bebieron del cáliz de Su divina Presencia y fueron investidos con el honor de Su muy excelente favor. Renunciaron, por amor al Bienamado, al mundo y a todo lo que hay en él...

Todos ellos fueron guiados por la luz del Sol de la Revelación divina, confesaron y reconocieron Su verdad. Tal era su fe, que la mayoría de ellos renunciaron a sus bienes y familia, y se aferraron a la complacencia del Todoglorioso. Dieron la vida por su Bienamado y lo entregaron todo en Su camino. Sus pechos fueron el blanco de los dardos del enemigo y sus cabezas adornaron las lanzas de los infieles. No quedó tierra que no bebiese la sangre de esas personificaciones del desprendimiento ni espada que no hiriese su cuello. Sus actos, por sí solos, atestiguan la verdad de sus palabras. ¿No les basta a la gente de este día el testimonio de esas almas santas, que se dispusieron a ofrendar su vida por su Amado tan gloriosamente que todo el mundo quedó maravillado ante su sacrificio? ¿No es testimonio suficiente contra la infidelidad de quienes, por una baratija, traicionaron su fe y trocaron la inmortalidad por aquello que perece; quienes cedieron el Kawthar de la Presencia divina a cambio de fuentes salobres y cuyo único objetivo en la vida es usurpar la propiedad ajena? Así ves cómo todos ellos se han ocupado con las vanidades del mundo y se han apartado de Aquel que es el Señor, el Altísimo.

Sé justo: ¿no es aceptable y digno de atención el testimonio de aquellos cuyos hechos concuerdan con sus palabras, cuyo comportamiento exterior se ajusta a su vida interior? La mente queda atónita ante sus hechos y el alma se maravilla ante su valor y resistencia física. ¿O lo aceptable es el testimonio de esas almas sin fe, que no exhalan sino el aliento de sus deseos egoístas y están presos en la jaula de sus ociosas fantasías? Al igual que los murciélagos de las tinieblas, no levantan la cabeza de su lecho salvo para buscar las cosas pasajeras del mundo y no encuentran descanso de noche si no es empeñándose en promover los fines de su sórdida vida. Absortos en sus planes egoístas, son inconscientes del Decreto divino. De día, se afanan con toda su alma por conseguir beneficios mundanos; de noche, su única ocupación es satisfacer sus deseos carnales. ¿Con qué ley o norma podría justificarse a quienes se adhieran a las recusaciones de almas tan limitadas y hagan caso omiso de la fe de los que, por la complacencia de Dios, han renunciado a su vida y sus bienes, su fama y su renombre, su reputación y honor?...

¡Con qué amor, devoción, alborozo y santo arrobamiento sacrificaron su vida en el camino del Todoglorioso! Todos dan testimonio de esta verdad. Y, sin embargo, ¿cómo pueden menospreciar esta Revelación? ¿Ha presenciado época alguna acontecimientos tan trascendentales? Si estos compañeros no son los que verdaderamente se afanan por llegar a Dios, ¿a quiénes puede considerarse como tales? ¿Han sido estos compañeros buscadores de poder o de gloria? ¿Alguna vez han anhelado la riqueza? ¿Han abrigado deseo alguno que no sea la complacencia de Dios? Si estos compañeros, con todos sus maravillosos testimonios y prodigiosas obras, son falsos, ¿quién entonces puede dignamente pretender que posee la verdad? ¡Juro por Dios! Sus propios actos constituyen un testimonio suficiente y una prueba irrefutable para todos los habitantes de la tierra, si las gentes reflexionasen en su corazón sobre los misterios de la Revelación divina. “¡Y aquellos que actúan injustamente pronto sabrán lo que les espera!”...

Reflexiona sobre estos mártires de sinceridad incuestionable, cuya veracidad la testifica el texto explícito del Libro, y los cuales, como has visto, sacrificaron su vida, sus bienes, sus esposas, sus hijos y todo cuanto tenían, y ascendieron a los más elevados aposentos del Paraíso. ¿Es justo rechazar el testimonio que han dado estos seres excelsos y desprendidos de la verdad de esta preeminente y gloriosa Revelación, y juzgar aceptables las denuncias que contra esta Luz resplandeciente han presentado esos incrédulos, quienes por el oro han renegado de su fe, y por su afán de mando han rechazado a Aquel que es el Primer Conductor de toda la humanidad? Y esto a pesar de que su carácter ha quedado expuesto a todos que los han reconocido ahora como aquellos que de ningún modo renunciarán a una tilde o ápice de su autoridad temporal por la santa Fe de Dios, cuánto menos a su vida, sus bienes y cosas así.