Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh

XCIII

Has de saber que toda cosa creada es un signo de la revelación de Dios. Cada una, de acuerdo con su capacidad, es y siempre será una señal del Todopoderoso. Por cuanto Él, el soberano Señor de todo, ha dispuesto revelar Su soberanía en el reino de los nombres y atributos, toda cosa creada, por el acto de la Voluntad Divina, ha sido hecha un signo de Su gloria. Tan penetrante y universal es esta revelación que en todo el universo no puede descubrirse nada que no refleje Su esplendor. En tales circunstancias desaparece toda consideración de proximidad o lejanía... Si la Mano del poder divino despojara a todas las cosas creadas de este elevado don, todo el universo quedaría desierto y vacío.

¡Observa cuán inmensamente excelso es el Señor, tu Dios, por encima de todas las cosas creadas! Atestigua la majestad de Su soberanía, Su dominio y supremo poder. Si las cosas que han sido creadas por Él -- magnificada sea Su gloria -- y dispuestas para ser las manifestaciones de Sus nombres y atributos, por virtud de la gracia con la cual han sido dotadas, están mucho más allá de toda proximidad o lejanía, ¿cuánto más elevada debe estar aquella Esencia Divina que les ha dado la existencia?...

Medita sobre lo que ha escrito el poeta: “No os sorprendáis si mi Bienamado está más cerca de mí que mi propio ser; maravillaos de que, a pesar de tal proximidad, esté yo todavía tan lejos de Él”... Considerando lo que Dios ha revelado en el sentido de que “Nos estamos más cerca del hombre que su vena yugular”, el poeta, aludiendo a este versículo, ha declarado que aun cuando la revelación de mi Bienamado ha impregnado a tal punto mi ser que Él está más cerca de mí que mi vena yugular, con todo, a pesar de mi certeza de su realidad y el reconocimiento de mi posición, me encuentro todavía tan lejos de Él. Con esto quiere decir que su corazón, que es la sede del Todomisericordioso y el trono donde habita el esplendor de Su revelación, ha olvidado a su Creador, se ha desviado de Su camino, se ha privado de Su gloria y está manchado con la corrupción de los deseos terrenales.

Debe recordarse al respecto que el único Dios verdadero es en Sí excelso, estando más allá de toda proximidad y lejanía y por encima de ellas. Su realidad trasciende esas limitaciones. La relación con Sus criaturas no comprende grados. Que algunas estén cerca y otras lejos debe atribuirse a las manifestaciones mismas.

Que el corazón es el trono en que está centrada la Revelación de Dios, el Todomisericordioso, lo atestiguan las santas palabras que hemos revelado anteriormente. Entre ellas está el dicho: “El cielo y la tierra no Me pueden contener; lo único que puede contenerme es el corazón de aquel que cree en Mí y es fiel a Mi Causa”. Cuántas veces el corazón humano -- que es el depositario de la luz de Dios y la sede de la revelación del Todomisericordioso – se ha apartado de Aquel que es la Fuente de esa luz y el Manantial de esa revelación. Es la rebeldía del corazón que lo aleja de Dios y lo condena a la separación de Él. Sin embargo, aquellos corazones que son conscientes de Su Presencia están cerca de Él, y debe vérseles como que se han aproximado a Su trono.

Ten presente, además, cuántas veces uno se olvida de sí mismo, mientras que Dios, por Su conocimiento omnímodo, permanece consciente de Su criatura y continúa derramando sobre ella el manifiesto resplandor de Su gloria. Es evidente, por tanto, que en tales circunstancias, Él está más cerca de éste que éste lo está de sí mismo. Ciertamente, Él permanecerá siempre así, pues mientras que el único Dios verdadero conoce todas las cosas, percibe todas las cosas y comprende todas las cosas, el ser humano es propenso a errar, e ignora los misterios que se hallan envueltos dentro de él...

Que nadie imagine que Nuestra aseveración de que todas las cosas creadas son signos de la revelación de Dios significa -- no lo quiera Dios – que todas las almas, sean buenas o malas, piadosas o infieles, son iguales a los ojos de Dios. Tampoco implica que el Ser Divino – magnificado sea Su nombre y exaltada sea Su gloria -- sea, en ninguna circunstancia, comparable con los seres humanos, ni que pueda en modo alguno ser asociado con Sus criaturas. Tal error ha sido cometido por ciertos insensatos que, habiendo ascendido a los cielos de sus vanas fantasías, han interpretado la Unidad Divina en el sentido de que ésta significaría que todas las cosas creadas son los signos de Dios, y, consecuentemente, no existiría distinción alguna entre ellas. Otros han ido aún más allá sosteniendo que estos signos son pares y copartícipes de Dios mismo. ¡Válgame Dios! Él, en verdad, es único e indivisible; único en Su esencia, único en Sus atributos. Todo lo que hay fuera de Él no es nada al confrontarse con la resplandeciente revelación de apenas uno de Sus nombres, con el más tenue indicio de Su gloria; ¡cuánto menos aún al compararse con Su propio Ser!

¡Por la rectitud de Mi nombre, el Todomisericordioso! La Pluma del Altísimo tiembla con gran estremecimiento y se siente tremendamente conmovida ante la revelación de estas palabras. ¡Cuán exigua e insignificante es una gota evanescente al ser comparada con las olas y ondas del ilimitado y eterno Océano de Dios, y cuán despreciable debe parecer todo lo contingente y perecedero al medirse con la increada e inefable gloria del Eterno! Imploramos el perdón de Dios, el Todopoderoso, para aquellos que abrigan tales creencias y pronuncian semejantes palabras. Di: ¡Oh pueblo! ¿Cómo puede ser comparada una fantasía fugaz con Quien subsiste por Sí mismo, y cómo puede asemejarse el Creador a Sus criaturas, que son tan sólo como la escritura de Su Pluma? Es más, Su escritura excede todas las cosas, está por encima de todas las criaturas y es inmensamente superior a ellas.

Más aún, fijaos en los signos de la revelación de Dios en su relación mutua. ¿Puede el sol, que no es sino uno de esos signos, considerarse de igual categoría que la oscuridad? ¡Pongo al único Dios verdadero como testigo de que nadie puede creerlo, a menos que sea de aquellos cuyos corazones son limitados y cuyos ojos han sido engañados! Di: Fijaos en vosotros mismos. Tanto vuestras uñas como vuestros ojos son partes de vuestro cuerpo. ¿Acaso los consideráis de igual categoría y valor? Si decís que sí; di, entonces: verdaderamente habéis acusado de fraude al Señor, mi Dios, el Todoglorioso, por cuanto aquellas las cortáis y a éstos los estimáis tanto como a vuestra propia vida.

De ningún modo es permisible transgredir los límites del propio grado y posición. Forzosamente ha de preservarse la integridad de cada grado y posición. Esto significa que toda cosa creada debe ser vista a la luz de la posición que se le ha ordenado ocupar.

Sin embargo, se debe tener presente que una vez que ha derramado su resplandor sobre el universo la luz de Mi Nombre, Quien todo lo penetra, todas y cada una de las cosas creadas, de acuerdo con un mandato establecido, han sido dotadas con la capacidad de ejercer una influencia concreta y se les ha hecho poseer una virtud particular. Mira el efecto del veneno. Aunque mortífero, posee el poder de ejercer en ciertas circunstancias una influencia benéfica. La potencialidad infundida en todas las cosas creadas es consecuencia directa de la revelación de ese muy bendito Nombre. ¡Glorificado sea Aquel que es el Creador de todos los nombres y atributos! Arroja al fuego el árbol podrido y seco, y habita a la sombra del Árbol verde y hermoso, y participa de sus frutos.

La gente que vivió en los días de las Manifestaciones de Dios, en su mayoría, pronunció tales frases indecorosas. Éstas han sido consignadas detalladamente en los Libros revelados y en las Santas Escrituras.

Es realmente un creyente en la Unidad de Dios aquel que reconoce en cada una de las cosas creadas el signo de la revelación de Aquel que es la Verdad Eterna, y no aquel que sostiene que la criatura no se distingue del Creador.

Considera, por ejemplo, la revelación de la luz del Nombre de Dios, el Educador. Observa cómo se hallan manifiestas las pruebas de esa revelación en todas las cosas, cómo la mejora de todos los seres depende de ella. Esta educación es de dos clases. Una es universal. Su influencia impregna todas las cosas y las sostiene. Por esta razón, Dios ha asumido el título de “Señor de todos los mundos”. La otra está limitada a quienes se han cobijado a la sombra de este Nombre y han buscado la protección de esta poderosísima Revelación. Sin embargo, quienes no han buscado esa protección se han privado de este privilegio y son incapaces de beneficiarse del sustento espiritual que ha sido enviado por la gracia celestial de éste, el Más Grande Nombre. ¡Cuán profundo es el abismo que separa al uno del otro! Si se levantara el velo, y se manifestara la gloria plena de la posición de aquellos que se han vuelto completamente hacia Dios y han renunciado al mundo en su amor a Él, toda la creación quedaría atónita. El verdadero creyente en la Unidad de Dios, como ya se ha explicado, reconoce, tanto en el creyente como en el incrédulo, las pruebas de la revelación de esos dos Nombres. Si esta revelación fuera retirada, todos perecerían.

Igualmente, considera la revelación de la luz del Nombre de Dios, el Incomparable. Observa cómo esa luz ha envuelto a toda la creación, cómo cada una de las cosas manifiesta el signo de Su Unidad, atestigua la realidad de Aquel que es la Verdad Eterna, proclama Su soberanía, Su unicidad y Su poder. Esa revelación es una muestra de Su misericordia, que envuelve todas las cosas creadas. Sin embargo, aquellos que Le han atribuido socios son inconscientes de tal revelación, y están privados de la Fe mediante la cual pueden acercarse y unirse a Él. Mira cómo los diversos pueblos y razas de la tierra dan testimonio de Su unidad y reconocen Su unicidad. De no ser por el signo de la Unidad de Dios que hay dentro de ellos, nunca habrían reconocido la verdad de las palabras “No hay otro Dios sino Dios”. Y, no obstante, mira cuán penosamente han errado y se han desviado de Su camino. Por cuanto no han reconocido al Soberano Revelador, han dejado de ser contados entre aquellos que han de ser considerados verdaderos creyentes en la Unidad de Dios.

Este signo de la revelación del Ser Divino en aquellos que Le han atribuido socios a Él puede ser considerado, en cierto sentido, como un reflejo de la gloria con que son iluminados los fieles. Sin embargo, nadie puede comprender esta verdad salvo los seres dotados de entendimiento. Aquellos que realmente han reconocido la Unidad de Dios deberían ser vistos como las manifestaciones primordiales de este Nombre. Son ellos quienes han bebido el vino de la Unidad Divina de la copa que la mano de Dios les ha ofrecido y han vuelto sus rostros hacia Él. ¡Cuán enorme es la distancia que separa a estos seres santificados de aquellos que están tan lejos de Dios!...

Quiera Dios que, con visión penetrante, percibas en todas las cosas el signo de la revelación de Aquel que es el Antiguo Rey, y reconozcas cuán exaltado y santificado por encima de toda la creación es aquel santísimo y sagrado Ser. Ésta es, en verdad, la raíz y la esencia misma de la creencia en la unidad y singularidad de Dios. “Dios estaba solo, no había nadie fuera de Él”. Él es ahora lo que siempre ha sido. No hay otro Dios sino Él, el Único, el Incomparable, el Todopoderoso, el Más Exaltado, el Magno.