Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
XCIV
Y en cuanto a tu referencia a la existencia de dos Dioses. ¡Cuidado, cuidado, que no seas llevado a atribuir socios al Señor, tu Dios! Él es y ha sido desde siempre uno y solo, sin par ni igual, eterno en el pasado, eterno en el futuro, separado de todas las cosas, siempre existente, inmutable y subsistente por Sí mismo. Él no ha designado a ningún copartícipe para Sí en Su Reino, a ningún consejero para que Le aconseje, a nadie que pueda compararse con Él, ni nada que rivalice con Su gloria. Todos los átomos del universo atestiguan esto, y más allá de ellos, los moradores de los reinos de lo alto, quienes ocupan las sedes más excelsas y cuyos nombres son recordados ante el Trono de Gloria.
Atestigua en lo más íntimo de tu corazón este testimonio que Dios mismo ha pronunciado por Sí y para Sí: que no hay otro Dios sino Él, que todos fuera de Él han sido creados por Su mandato, han sido modelados por Su consentimiento, están sujetos a Su ley, son como una cosa olvidada cuando se comparan con las gloriosas pruebas de Su unicidad y son como la nada ante las imponentes revelaciones de Su unidad.
Él, ciertamente, ha sido por toda la eternidad único en Su Esencia, único en Sus atributos, único en Sus obras. Toda comparación es sólo aplicable a Sus criaturas, y todas las ideas de asociación son conceptos que pertenecen solamente a aquellos que Le sirven. Su Esencia es inmensamente excelsa, más allá de las descripciones de Sus criaturas. Él solo ocupa la Sede de majestad trascendente, de suprema e inaccesible gloria. El ave del corazón humano, por muy alto que se remonte, nunca tendrá esperanza de alcanzar las alturas de Su incognoscible Esencia. Es Él Quien ha llamado a existir a toda la creación, Quien ha hecho que toda cosa creada cobre vida por Su mandato. ¿Debe, entonces, lo que ha nacido en virtud de la palabra que Su Pluma ha revelado, la cual ha sido dirigida por el dedo de Su Voluntad, ser considerado como Su asociado, o como una personificación de Su Ser? No corresponde a Su gloria que la pluma o la lengua humana haga alusión a Su misterio, ni que el corazón humano conciba Su Esencia. Todos fuera de Él se hallan pobres y desolados ante Su puerta, todos son impotentes ante la grandeza de Su poder, y todos no son más que esclavos en Su Reino. Él es lo suficientemente rico como para prescindir de todas Sus criaturas.
El lazo de servidumbre establecido entre el adorador y el Adorado, entre la criatura y el Creador, debería ser visto, en sí mismo, como una prueba de Su bondadoso favor hacia ellos, y no como indicación de algún mérito que pudieran tener. Esto lo atestigua todo creyente verdadero y perspicaz.