Pasajes de los Escritos de Bahá'u'lláh
XCVIII
Di: ¡Oh jefes de la religión! No peséis el Libro de Dios con los criterios y ciencias comunes entre vosotros, ya que el Libro mismo es la Balanza infalible establecida entre los hombres. En ésta, la más perfecta Balanza, debe pesarse todo cuanto poseen los pueblos y linajes de la tierra, en tanto que su medida ha de comprobarse según su propia norma, si lo supierais.
El ojo de Mi amorosa bondad llora por vosotros amargamente, por cuanto no habéis reconocido a Aquel a Quien habéis estado invocando de día y de noche, por la mañana y al atardecer. Avanzad, oh pueblo, con rostros níveos y corazones radiantes, hacia el bendito Punto carmesí, desde donde el Sadratu’l-Muntahá proclama: “¡Verdaderamente, no hay otro Dios aparte de Mí, el Protector Omnipotente, Quien subsiste por Sí mismo!”
¡Oh adalides de la religión! ¿Quién de vosotros puede rivalizar conmigo en visión y entendimiento? ¿Dónde se halla quien se atreva a sostener que es Mi igual en sabiduría y elucidación? ¡No, por Mi Señor, el Todomisericordioso! Todo lo que hay en la tierra dejará de ser, mas ésta es la faz de vuestro Señor, el Todopoderoso, el Bienamado.
Hemos decretado, oh pueblo, que el fin último y supremo de todo saber sea el reconocimiento de Quien es el Objeto de todo conocimiento; y, sin embargo, mirad cómo habéis permitido que vuestro saber os aparte, como con un velo, de Quien es la Aurora de esta Luz, por Cuya mediación toda cosa oculta ha sido revelada. Si pudierais descubrir la fuente de donde se difunde el esplendor de estas palabras, desecharíais a los pueblos del mundo y todo cuanto poseen y os acercaríais a esta muy bendita Sede de gloria.
Di: Éste es, verdaderamente, el cielo donde se atesora el Libro Madre, si pudierais comprenderlo. Él es Quien ha hecho que grite la Roca y que la Zarza Ardiente levante su voz en el Monte que se alza sobre Tierra Santa, proclamando: “¡El Reino es de Dios, el soberano Señor de todo, el Omnipotente, el Amoroso!”
No hemos asistido a escuela alguna, ni hemos leído ninguna de vuestras disertaciones. Prestad oído a las palabras de este Iletrado con las que os llama hacia Dios, Quien siempre permanece. Mejor es esto para vosotros que todos los tesoros de la tierra, si pudierais comprenderlo.