Riḍván 2010

Traducción

Riḍván 2010

A los bahá’ís del mundo

Muy queridos amigos:

Con los corazones llenos de admiración por los seguidores de Bahá’u’lláh, nos complace anunciar que, al inicio de esta época más alegre de Riḍván, en cada continente del mundo hay en marcha un nuevo complemento de programas intensivos de crecimiento, con los cuales se eleva el número total a nivel mundial a más de 1.500 y se alcanza la meta del Plan de Cinco Años, un año antes de su finalización. Inclinamos nuestras cabezas en señal de agradecimiento a Dios por este logro asombroso, por tan notable victoria. Todos los que han estado en el campo de la acción apreciarán la dádiva que Él ha conferido a Su comunidad al concederle un año entero para afianzar la pauta de expansión y consolidación establecida ahora en todas partes, como preparación para las tareas que deberá emprender en su próxima empresa global: un plan de cinco años de duración, el quinto de una serie cuyo objetivo explícito es hacer avanzar el proceso de entrada en tropas.

En estos momentos de regocijo, nos vemos impulsados a dejar en claro que lo que evoca tan profundo sentido de orgullo y gratitud en nuestros corazones no es tanto la hazaña numérica que ustedes han logrado, con lo extraordinaria que ha sido, sino una combinación de adelantos que se han dado al nivel más profundo de la cultura, de los cuales da testimonio este logro. El más importante de tales avances es el aumento que se ha observado en la capacidad de los amigos para conversar con otras personas sobre temas espirituales y hablarles con facilidad sobre la Persona de Bahá’u’lláh y Su Revelación. Han entendido bien que la enseñanza es un requisito básico para una vida de entrega generosa.

En mensajes recientes hemos expresado nuestra alegría de ver el aumento constante del ritmo de enseñanza en todo el mundo. El cumplimiento de esta obligación espiritual fundamental por parte del creyente siempre ha sido, y sigue siendo, un rasgo esencial de la vida bahá’í. Lo que el establecimiento de 1.500 programas intensivos de crecimiento muestra es la valentía y determinación que ha demostrado tener el grueso de la comunidad para salir del círculo inmediato de sus familiares y amigos, para dejarse conducir por la Mano guiadora del Todomisericordioso hacia las almas receptivas en cualquier sector donde se encuentren. Incluso los cálculos más modestos sugieren que actualmente hay decenas de miles de personas que participan en campañas periódicas para crear lazos de amistad con quienes antes eran vistos como extraños, sobre la base de un entendimiento compartido.

En sus esfuerzos por presentar los aspectos esenciales de la Fe de una manera clara e inequívoca, los creyentes se han beneficiado mucho del ejemplo ilustrativo del Libro 6 del Instituto Ruhí. Cuando se aprecia la lógica que su presentación conlleva y se supera el impulso de convertirla en una fórmula, surge una conversación entre dos almas, un diálogo que se distingue por la profundidad de la comprensión que se logra y la naturaleza de la relación que se establece. En la medida en que dicha conversación prosiga más allá del encuentro inicial y se creen amistades genuinas, podrá una iniciativa de enseñanza directa de esta índole llegar a ser un catalizador para un proceso duradero de transformación espiritual. Que el primer contacto con estos amigos recientes dé lugar a una invitación a que ingresen a la comunidad bahá’í o a que participen en una de sus actividades no es una preocupación que deba agobiarles. Es más importante que cada alma sienta que es bienvenida a unirse a la comunidad y que puede contribuir al mejoramiento de la sociedad, comenzando así a avanzar por un sendero de servicio a la humanidad en el que el ingreso formal a la Fe pueda ocurrir bien al inicio o un tiempo después.

El significado de este hecho no deberá subestimarse. En cada agrupación, una vez que una pauta consistente de acción se haya establecido en firme, se debe prestar atención a extenderla más ampliamente a través de una red de compañeros de trabajo y de conocidos, al mismo tiempo que se centran las energías en segmentos más pequeños de la población, cada uno de los cuales deberá convertirse en un centro de actividad intensa. En una agrupación urbana, este centro de actividad puede definirse por los linderos de un barrio; en una agrupación predominantemente rural, una aldea pequeña puede ofrecer el espacio social indicado para este propósito. Los que sirven en estos escenarios, tanto los habitantes locales como los maestros visitantes, verían su labor, de manera más adecuada, en términos de construcción de comunidad. Tildar sus esfuerzos de enseñanza como «puerta a puerta», aun cuando el primer contacto sea una visita, sin previo aviso, a quienes residen en una casa, no le haría justicia a un proceso que trata de elevar en una población la capacidad de hacerse cargo de su propio desarrollo espiritual, social e intelectual. Las actividades que le dan impulso a este proceso y en las que se invita a los amigos recientes a participar —reuniones que fortalecen el carácter devocional de la comunidad; clases que nutren los corazones y mentes tiernos de los niños; grupos que canalizan las energías desbordantes de los prejóvenes; círculos de estudio abiertos a todos, los cuales permiten a personas de variadas procedencias avanzar en condiciones de igualdad y explorar la aplicación de las enseñanzas en sus vidas individuales y colectivas— muy posiblemente se deban mantener por algún tiempo con ayuda de afuera de la población local. Sin embargo, es de esperar que la multiplicación de estas actividades básicas pronto sea sostenida por los recursos humanos originarios del propio barrio o aldea, por hombres y mujeres deseosos de mejorar las condiciones materiales y espirituales de su entorno. De este modo, irá emergiendo poco a poco un ritmo de vida comunitaria, en proporción a la capacidad de un núcleo creciente de personas comprometidas con la visión de Bahá’u’lláh de un nuevo Orden Mundial.

En este contexto, la receptividad se manifiesta en la disposición a participar en el proceso de construcción de comunidad que las actividades básicas han puesto en marcha. De agrupación en agrupación, donde ya se encuentre operando un programa intensivo de crecimiento, la tarea que les espera a los amigos el año entrante consistirá en enseñar en una o más poblaciones receptivas, empleando un método directo en sus exposiciones de los rasgos distintivos de su Fe, y en encontrar aquellas almas que anhelen despojarse del letargo que les ha impuesto la sociedad y trabajar una al lado de la otra en sus barrios y aldeas para comenzar un proceso de transformación colectiva. Si los amigos persisten de esta manera en sus empeños por aprender las formas y métodos para construir comunidad en ámbitos pequeños, estamos seguros de que la tan anhelada meta de la participación universal en los asuntos de la Fe avanzará en varios órdenes de magnitud que están a su alcance.

Para hacerle frente a este desafío, los creyentes y las instituciones que los sirven tendrán que fortalecer el proceso de instituto en la agrupación, aumentando significativamente, dentro de sus límites, el número de personas capaces de actuar como tutores de círculos de estudio; pues hay que reconocer que la oportunidad que se les presenta actualmente a los amigos para fomentar una vida comunitaria vibrante en los barrios y aldeas, caracterizada por un sentido de propósito tan fuerte, solo ha sido posible gracias a los adelantos cruciales que se dieron durante la última década en ese aspecto de la cultura bahá’í que tiene que ver con la profundización.

Cuando, en diciembre de 1995, solicitamos el establecimiento de institutos de capacitación en todo el mundo, el modo prevalente en la comunidad bahá’í para ayudar a los creyentes a profundizar en su conocimiento de la Fe consistía principalmente en cursos y clases ocasionales de distinta duración, los cuales abordaban una variedad de temas. Este modo había satisfecho bien las necesidades de una comunidad mundial bahá’í emergente, todavía relativamente pequeña en número y preocupada sobre todo por expandirse geográficamente a través del mundo. Sin embargo, dejamos claro en aquel momento que tendría que surgir otro enfoque para estudiar los escritos, un enfoque que incitara a grandes números de personas al campo de la acción, si el proceso de entrada en tropas iba a acelerarse apreciablemente. En este sentido, pedimos que los institutos de capacitación ayudaran a los contingentes de creyentes cada vez más numerosos a servir a la Causa mediante el ofrecimiento de cursos que impartieran el conocimiento, la comprensión y las destrezas requeridas para llevar a cabo las múltiples tareas asociadas con una acelerada expansión y consolidación.

Leer los escritos de la Fe y esforzarse por lograr una comprensión más adecuada del significado de la estupenda Revelación de Bahá’u’lláh son obligaciones impuestas a cada uno de Sus seguidores. A todos se les ha ordenado sumergirse en el océano de Su Revelación y participar, acorde con sus capacidades e inclinaciones, de las perlas de sabiduría que se hallan en él. A la luz de estas ideas, surgieron de forma natural, como rasgos prominentes de la vida bahá’í, las clases locales de profundización, las escuelas de invierno y de verano y las reuniones organizadas expresamente para que aquellos creyentes versados en los escritos compartieran con otros su conocimiento sobre temas específicos. Así como el hábito de la lectura diaria continuará siendo parte integral de la identidad bahá’í, estas formas de estudio también seguirán ocupando un lugar en la vida colectiva de la comunidad. Pero la comprensión de las implicaciones de la Revelación, tanto en términos del crecimiento personal como del progreso social, se incrementa sobremanera cuando el estudio y el servicio se unen y se llevan a cabo entrelazadamente. Es ahí, en el campo del servicio, donde se prueba el saber, donde de la práctica surgen preguntas y se alcanzan nuevos niveles de comprensión. En el sistema de educación a distancia que se ha establecido ahora en un país tras otro —entre cuyos elementos principales figuran el círculo de estudio, el tutor y el currículo del Instituto Ruhí— la comunidad mundial bahá’í ha adquirido la capacidad para permitir que miles, más aún, millones de personas, estudien los escritos en pequeños grupos con el propósito explícito de llevar las enseñanzas bahá’ís a la realidad, haciendo avanzar el trabajo de la Fe hacia su siguiente etapa: la expansión y consolidación sostenidas a gran escala.

Que nadie se quede sin reconocer las posibilidades así creadas. Las fuerzas de la sociedad actual engendran pasividad. Con eficiencia cada vez mayor, se fomenta desde muy temprana edad el deseo de vivir entretenidos, cultivando así generaciones que están dispuestas a dejarse llevar por cualquiera que tenga la habilidad de despertarles emociones superficiales. Incluso en muchos sistemas educativos se trata a los estudiantes como si fueran recipientes diseñados para recibir información. Que el mundo bahá’í haya logrado crear una cultura que promueve una manera de pensar, estudiar y actuar en la que todos caminan por un mismo sendero de servicio —apoyándose mutuamente y avanzando juntos, respetuosos del conocimiento que cada uno posee en determinado momento, y evitando la tendencia de separar a los creyentes en categorías tales como profundos y desinformados— es un logro de proporciones enormes. Y ahí radica la dinámica de un movimiento incontenible.

Lo imprescindible es que la calidad del proceso educativo que se fomenta en el ámbito del círculo de estudio mejore notablemente durante el próximo año, para que así se materialice el potencial de las poblaciones locales para crear dicha dinámica. En este sentido, mucho dependerá de los que sirven como tutores. Suyo será el desafío de crear el ambiente que se espera rodee los cursos de instituto, un ambiente que lleve al empoderamiento espiritual de los individuos, que llegarán a verse a sí mismos como agentes activos de su propio aprendizaje, como protagonistas de un esfuerzo constante por aplicar el conocimiento que conduzca a la transformación personal y colectiva. Si esto no ocurre, no importa cuántos círculos de estudio se formen en una agrupación, no se generará la fuerza necesaria para impulsar el cambio.

Si el trabajo del tutor ha de alcanzar grados de excelencia cada vez más altos, se debe recordar que la responsabilidad de desarrollar los recursos humanos en una región o país recae primordialmente en el instituto de capacitación. Al tiempo que se esfuerza por aumentar el número de sus participantes, el instituto como estructura —desde la junta, pasando por los distintos coordinadores, hasta los tutores en las bases— deberá darle el mismo énfasis a la eficacia del sistema en su totalidad, pues, en última instancia, los logros cuantitativos sostenibles dependerán del progreso cualitativo. En el ámbito de la agrupación, el coordinador deberá aportar experiencia práctica y dinamismo a su labor de acompañar a los que sirven como tutores. Deberá organizar reuniones periódicas para que ellos puedan reflexionar sobre sus esfuerzos. Los encuentros en donde se repita el estudio de segmentos seleccionados del material del instituto pueden ser útiles de vez en cuando, siempre que no inculquen la necesidad de una capacitación perpetua. Las capacidades de un tutor se desarrollan progresivamente a medida que entra en el campo de la acción y ayuda a otros a contribuir al objetivo de la serie actual de Planes globales por medio del estudio de la secuencia de cursos y la realización del componente práctico. Y conforme los hombres y mujeres de distintas edades avanzan por la secuencia y completan el estudio de cada curso con la ayuda de los tutores, otros deberán estar prestos a acompañarles en los actos de servicio que realizan, según sus fortalezas e intereses, sobre todo los coordinadores responsables de las clases de niños, de los grupos prejuveniles y de los círculos de estudio: actos de servicio que son cruciales para la perpetuación del sistema mismo. Asegurar que la medida adecuada de vitalidad palpite por todo este sistema deberá ser el objeto de intenso aprendizaje en cada país en los próximos doce meses.

Desde hace mucho tiempo la preocupación por la educación espiritual de los niños ha sido un elemento de la cultura de la comunidad bahá’í, una preocupación que ha dado lugar a dos realidades que se dieron simultáneamente. La primera, emulando los logros de los bahá’ís de Irán, se caracterizó por la capacidad de ofrecer clases sistemáticas, un grado tras otro, a los niños de las familias bahá’ís, por lo general con la meta de impartir conocimientos básicos a las nuevas generaciones en torno a la historia de la Fe y sus enseñanzas. En la mayor parte del mundo, han sido relativamente pocos los que se han beneficiado de estas clases. La otra realidad surgió en las áreas rurales y urbanas donde se produjeron ingresos a la Fe en gran escala. Una actitud más incluyente caracterizó esa experiencia; pero, aunque los niños procedentes de todo tipo de hogares estaban deseosos de asistir a las clases bahá’ís y eran bienvenidos a ellas, varios factores impidieron que las clases se realizaran con la regularidad necesaria, año tras año. Cuán contentos estamos de ver que esta dualidad, fruto de circunstancias históricas, comienza a desaparecer conforme los amigos que han sido capacitados por los institutos en todas partes se esfuerzan por ofrecer clases, abiertas a todos, de manera sistemática.

Tales comienzos prometedores deben proseguirse ahora con mayor vigor. En toda agrupación que tenga en marcha un programa intensivo de crecimiento, hay que hacer lo posible por sistematizar aún más la provisión de una educación espiritual a números crecientes de niños de familias de diversas procedencias, una condición indispensable para que el proceso de construcción de comunidad cobre impulso en los barrios y aldeas. Ésta será una tarea exigente que requerirá la paciencia y cooperación de padres e instituciones por igual. Ya se le ha pedido al Instituto Ruhí que acelere los planes para completar sus cursos de capacitación para los maestros de los distintos niveles de clases de niños, junto con las lecciones correspondientes, comenzando por los niños de 5 y 6 años hasta abarcar los de 10 y 11 años; de este modo se busca cerrar la brecha actual que hay entre las lecciones existentes y sus textos para prejóvenes, tales como Espíritu de Fe y el que estará disponible próximamente, El Poder del Espíritu Santo, textos que dotan al programa para este grupo de edad de un componente claramente bahá’í. Conforme se vaya disponiendo de estos otros cursos y lecciones, los institutos de todos los países estarán en condiciones de preparar a los maestros y coordinadores que se requerirán para ir estableciendo, grado por grado, el núcleo de un programa para la educación espiritual de los niños alrededor del cual se puedan organizar elementos secundarios. Mientras tanto, los institutos deben hacer todo lo posible por suministrarles a los maestros materiales adecuados, de los que hay disponibles en la actualidad, para usarlos en sus clases con niños de diferentes edades, según la necesidad.

El Centro Internacional de Enseñanza se ha ganado nuestra constante gratitud por el impulso vital que ha prestado a los esfuerzos por asegurar el logro anticipado de la meta del Plan de Cinco Años. Al observar el grado de energía que el Centro de Enseñanza ha aportado a esta empresa mundial, la tenacidad en el seguimiento al progreso en cada continente y la colaboración tan estrecha que ha mantenido con los Consejeros Continentales, ha sido posible vislumbrar el poder inmenso que es inherente al Orden Administrativo. Ahora que el Centro de Enseñanza va a dirigir su atención con igual vigor a los temas relacionados con la eficacia de las actividades a nivel de la agrupación, no cabe duda de que le dará especial consideración a la organización de las clases bahá’ís para niños. Confiamos en que su análisis de la experiencia que se obtenga este próximo año en unas pocas agrupaciones seleccionadas, que representen las diversas realidades sociales, esclarecerá los asuntos prácticos que harán posible establecer clases regulares en los barrios y aldeas para niños de todas las edades.

La difusión rápida del programa para el empoderamiento espiritual de los prejóvenes es asimismo otra expresión del avance cultural de la comunidad bahá’í. Si bien las tendencias globales proyectan una imagen de este grupo de edad que los presenta problemáticos, sumidos en un turbulento cambio físico y emocional, apáticos y egoístas, la comunidad bahá’í —en el lenguaje que utiliza y en los enfoques que adopta— está moviéndose decididamente en la dirección opuesta y percibe en ellos, en cambio, altruismo, un alto sentido de justicia, un entusiasmo por aprender acerca del universo y un deseo de contribuir a la construcción de un mundo mejor. Un relato tras otro, en donde los prejóvenes de países de todo el planeta expresan sus pensamientos como participantes en el programa, da testimonio de la validez de esta visión. Todo parece indicar que el programa logra que su creciente conciencia se adentre en una exploración de la realidad que les permite analizar las fuerzas constructivas y destructivas que operan en la sociedad y reconocer la influencia que estas fuerzas ejercen sobre sus pensamientos y acciones, agudizando su percepción espiritual, aumentando sus poderes de expresión y reforzando las estructuras morales que les servirán a lo largo de sus vidas. En una edad en la que ellos pueden ya acceder a mayores poderes intelectuales, espirituales y físicos, se les proporcionan las herramientas necesarias para combatir las fuerzas que les despojarían de su verdadera identidad como seres nobles y para trabajar por el bien de todos.

El hecho de que el componente principal del programa explore los temas desde una perspectiva bahá’í, pero sin hacerlo desde la óptica de la instrucción religiosa, ha abierto el camino para ampliarlo a prejóvenes en variedad de contextos y circunstancias. Son muchos los casos en que quienes llevan a cabo el programa entran con confianza al campo de la acción social y se encuentran ante una gama de preguntas y posibilidades que la Oficina de Desarrollo Social y Económico en la Tierra Santa está siguiendo y organizando en un proceso global de aprendizaje. El cuerpo de conocimientos y experiencia que se ha acumulado ha generado ya en varias agrupaciones dispersas por todo el mundo la capacidad de cada una de albergar a más de mil prejóvenes en el programa. Para ayudar a otras a avanzar rápidamente en esta dirección, la Oficina está estableciendo, con la ayuda de un conjunto de creyentes, una red de sitios en todos los continentes, espacios éstos que puedan ser utilizados para ofrecer capacitación a los coordinadores de docenas y docenas de agrupaciones. Estas personas recurso continúan apoyando a los coordinadores cuando regresan a sus respectivas agrupaciones, y les permiten crear un entorno altamente espiritual, en el cual el programa de prejóvenes pueda arraigarse.

No hay duda de que en esta esfera de actividad se adquirirán nuevos conocimientos, aunque ya se percibe con claridad una pauta de acción. La capacidad de la comunidad bahá’í es lo único que limita el alcance de su respuesta a la demanda del programa por parte de las escuelas y grupos cívicos. Entre las agrupaciones que actualmente centran su atención en un programa intensivo de crecimiento, existe una amplia gama de circunstancias, desde las que cuentan con unos pocos grupos prejuveniles esporádicos, hasta las que mantienen un número suficiente de grupos como para requerir de los servicios de un coordinador dedicado sólo a este fin, quien podría recibir apoyo continuo de un sitio para la diseminación del aprendizaje. A fin de garantizar que esta capacidad aumente por todo este espectro de agrupaciones, instamos a que se abran 32 sitios de aprendizaje, cada uno al servicio de unas 20 agrupaciones que dispongan de coordinadores de tiempo completo, las cuales deberán estar operando antes de que termine el presente Plan. En todas las demás agrupaciones de este tipo, debe dársele prioridad durante el próximo año a la creación de la capacidad de ofrecer el programa, multiplicando de manera sistemática el número de grupos.