Riḍván 2021
Traducción
Riḍván 2021
A los bahá'ís del Mundo
Muy queridos amigos:
Se han escrito las últimas palabras de uno de los capítulos más memorables de la historia de la Causa, y se abre una página nueva. Este Riḍván marca la conclusión de un año extraordinario, de un Plan de Cinco Años, y de toda una serie de Planes que comenzaron en 1996. Se avecina una nueva serie de Planes, con lo que prometen ser doce meses de capital importancia que servirán de preludio a un esfuerzo de nueve años que empezará el próximo Riḍván. Vemos ante nosotros a una comunidad que ha ganado fuerza con rapidez y está lista para dar grandes pasos hacia adelante. Pero no debemos subestimar el gran esfuerzo que ha sido necesario para llegar a este punto, y lo arduo que ha sido adquirir las percepciones a lo largo del camino: las lecciones aprendidas darán forma al futuro de la comunidad, y el relato de cómo se aprendieron arroja luz sobre lo que está por venir.
Las décadas que precedieron a 1996, ricas en sus propios avances y percepciones, no habían dejado lugar a dudas de que un gran número de personas de muchas sociedades estarían listas a unirse al estandarte de la Fe. No obstante, por alentadores que fueran los casos de ingresos a gran escala, estos no se igualaron con un proceso sostenible de crecimiento que pudiera cultivarse en entornos diversos. La comunidad se enfrentaba a profundos interrogantes, a los cuales, en ese momento, carecía de suficiente experiencia para responder de manera adecuada. ¿Cómo podían los esfuerzos dirigidos a su expansión ir de la mano del proceso de consolidación y resolver el desafío prolongado, y aparentemente insalvable, de sostener el crecimiento? ¿Cómo se podía formar a personas, instituciones y comunidades que fueran capaces de traducir las enseñanzas de Bahá’u’lláh a la acción? ¿Y cómo podían aquellos que se sentían atraídos a las enseñanzas convertirse en protagonistas de una empresa espiritual de alcance mundial?
Así era como, hace un cuarto de siglo, una comunidad bahá’í que todavía contaba con tres Manos de la Causa de Dios en sus primeras filas se embarcaba en un Plan de Cuatro Años, diferenciado de los anteriores por su atención en un único objetivo: un avance significativo en el proceso de entrada en tropas. Este objetivo vino a definir la serie de Planes que le siguieron. La comunidad ya había llegado a comprender que este proceso no consistía en la mera entrada en la Fe de grupos numerosos de personas, ni surgiría de manera espontánea; conllevaba una expansión y consolidación deliberadas, sistemáticas y aceleradas. Esta labor requeriría la participación informada de numerosas almas y, en 1996, el mundo bahá’í fue llamado a asumir el inmenso desafío educativo que esto suponía. Se le llamó a establecer una red de institutos de capacitación dedicados a generar un flujo creciente de personas dotadas de las capacidades necesarias para sostener el proceso de crecimiento.
Los amigos emprendieron esta tarea, conscientes de que, pese a sus victorias anteriores en el campo de la enseñanza, tenían claramente mucho que aprender sobre qué capacidades adquirir y —algo crucial— cómo adquirirlas. En muchos sentidos, la comunidad aprendería en la acción, y los aprendizajes que adquiriera, una vez destilados y refinados mediante su aplicación en entornos diversos a lo largo del tiempo, se incorporarían finalmente a materiales educativos. Se reconoció que algunas actividades eran una respuesta natural a las necesidades espirituales de una población. Los círculos de estudio, las clases para niños, las reuniones devocionales y —más adelante— los grupos de prejóvenes sobresalieron por su importancia crucial a este respecto, y al entretejerse con actividades conexas, las dinámicas generadas darían lugar a un modelo pujante de vida comunitaria. Y a medida que fue creciendo el número de participantes en estas actividades básicas, se añadió una nueva dimensión a su propósito original. Empezaron a servir como portales a través de los que los jóvenes, adultos y familias enteras de la sociedad en general podían entrar en contacto con la Revelación de Bahá’u’lláh. También se hacía evidente lo práctico que resultaba considerar las estrategias para la labor de construcción de comunidad dentro del contexto de la «agrupación»: un área geográfica de dimensiones manejables y con características sociales y económicas específicas. Se empezó a cultivar la capacidad de preparar planes sencillos a nivel de la agrupación, y de estos planes surgieron programas para el crecimiento de la Fe, organizados en lo que llegarían a ser ciclos de actividad trimestrales. Ya en las etapas iniciales se hizo claro un punto importante: el avance de las personas por una secuencia de cursos impulsa el avance de las agrupaciones a lo largo de un continuo de desarrollo, y se perpetúa con este. Esta relación complementaria ayudó a los amigos en todas partes a evaluar las dinámicas de crecimiento en sus propios entornos y a trazar un camino hacia mayores fortalezas. Con el paso del tiempo, resultó fructífero considerar lo que estaba ocurriendo en una agrupación tanto desde la perspectiva de tres imperativos educativos —sirviendo a niños, prejóvenes, jóvenes y adultos— como desde la perspectiva de los ciclos de actividad esenciales para el ritmo de crecimiento. A mitad de camino de una labor de veinticinco años, ya se estaban consolidando muchos de los rasgos más reconocibles del proceso de crecimiento que vemos hoy en día.
A medida que se intensificaban los esfuerzos de los amigos, ciertos principios, conceptos y estrategias de relevancia universal al proceso de crecimiento comenzaron a cristalizarse en un marco de acción que podía evolucionar para dar cabida a nuevos elementos. Este marco resultó decisivo para la liberación de una tremenda vitalidad. Ayudó a los amigos a canalizar sus energías en maneras que, tal como había demostrado la experiencia, favorecía el crecimiento de comunidades sanas. Pero un marco no es una fórmula. Tomando en cuenta los diversos elementos del marco al evaluar la realidad de una agrupación, una localidad, o simplemente un barrio, se podía desarrollar un modelo de actividad basado en lo que el resto del mundo bahá’í estaba aprendiendo, pero sin dejar de dar respuesta a las particularidades de dicho lugar. La dicotomía entre requisitos rígidos, por un lado, y preferencias personales ilimitadas, por otro, dio paso a una comprensión más matizada de la diversidad de medios por los que las personas podían apoyar un proceso que, en el fondo, era coherente y se estaba refinando continuamente a medida que se acumulaba la experiencia. Que no quepa la menor duda sobre el avance que supuso la aparición de este marco: sus implicaciones para armonizar y unificar los esfuerzos de todo el mundo bahá’í e impulsar su marcha hacia adelante fueron de gran alcance.
Conforme los Planes se sucedían unos a otros y la participación en las labores de construcción de comunidad se iba agrandando, los avances en el ámbito de la cultura se hicieron más marcados. Por ejemplo, se llegó a apreciar de manera más amplia la importancia de educar a las generaciones más jóvenes, así como el extraordinario potencial que representan los prejóvenes, en particular. Almas que se ayudan y acompañan unas a otras en un sendero compartido, y que amplían constantemente el círculo de apoyo mutuo: este se convirtió en el modelo al que aspiraban todos los esfuerzos destinados a desarrollar la capacidad de servicio. Incluso las interacciones de los amigos entre sí y con otros a su alrededor experimentaron un cambio, al tomarse conciencia de la fuerza de las conversaciones significativas para encender y avivar sentimientos espirituales. Y, de manera relevante, las comunidades bahá’ís adoptaron cada vez más una visión orientada hacia el exterior. Cualquier alma que respondiera a la visión de la Fe podía convertirse en un participante activo —incluso en promotor y facilitador— en actividades educativas, reuniones para la oración y otros elementos de la labor de construcción de comunidad; de entre esas almas, muchas declararían también su fe en Bahá’u’lláh. De esta manera emergió una concepción del proceso de entrada en tropas que dependía menos de teorías y suposiciones, y más de la experiencia real de cómo un gran número de personas podía encontrar la Fe, familiarizarse con ella, identificarse con sus objetivos, unirse a sus actividades y deliberaciones y, en muchos casos, abrazarla. De hecho, a medida que se reforzaba el proceso de instituto en una región tras otra, crecía a pasos agigantados el número de personas que participaba en la labor del Plan, y que abarcaba incluso a aquellos que habían conocido la Fe recientemente. Pero no era una mera preocupación por los números lo que estaba impulsando esto. Una visión de transformación personal y colectiva producidas simultáneamente, fundada en el estudio de la Palabra de Dios y en una apreciación de la capacidad de cada persona para convertirse en protagonista de un profundo drama espiritual, había dado lugar a un sentimiento de esfuerzo común.
Una de las características más sorprendentes e inspiradoras de este período de veinticinco años ha sido el servicio prestado por los jóvenes bahá’ís, quienes con fe y valentía han asumido el lugar que les corresponde en la vanguardia de las labores de la comunidad. Como maestros de la Causa y educadores de los más jóvenes, como tutores viajeros y pioneros de frente interno, como coordinadores de agrupación y miembros de agencias bahá’ís, los jóvenes de los cinco continentes se han levantado para servir a sus comunidades con devoción y sacrificio. La madurez que han demostrado en el desempeño de las responsabilidades de las que depende el avance del Plan Divino es expresión de su vitalidad espiritual y de su dedicación a la salvaguardia del futuro de la humanidad. En reconocimiento de esta madurez cada vez más evidente, hemos decidido que, inmediatamente después de este Riḍván, mientras la edad a la que un creyente es elegible para servir en una Asamblea Espiritual seguirá siendo los veintiún años, la edad a la que un creyente pueda votar en las elecciones bahá’ís se rebajará a los dieciocho años. No tenemos la menor duda de que los jóvenes bahá’ís de todas partes que han alcanzado esa edad acreditarán nuestra confianza en su capacidad de cumplir «concienzuda y diligentemente» el «deber sagrado» al que está llamado todo elector bahá’í.