Voluntad y Testamento de ‘Abdu’l-Bahá
Tercera parte
Él es el Testigo, el Suficiente.
¡Oh mi Dios, mi Bienamado, el Deseo de mi corazón! Tú sabes, Tú ves lo que le ha acaecido a este siervo Tuyo, que se ha humillado ante Tu Puerta, y conoces los pecados que han cometido contra él los malevolentes, aquellos que han violado Tu Alianza y han dado la espalda a Tu Testamento. De día me atormentaban con los dardos del odio y de noche conspiraban en secreto para dañarme. Al amanecer cometían lo que causaba el lamento del Concurso Celestial, y al atardecer desenvainaban contra mí la espada de la tiranía y, en presencia de los impíos, lanzaban sobre mí los dardos de la calumnia. A pesar de sus transgresiones, este humilde siervo Tuyo fue paciente y soportó todo tipo de aflicción y prueba a manos de ellos, aun cuando, mediante Tu poder y Tu fuerza, podría haber destruido sus palabras, extinguido su fuego y contenido la llama de su rebeldía.
Tú ves, oh mi Dios, cómo mi paciencia, mi indulgencia y mi silencio han agrandado su crueldad, su arrogancia y su soberbia. ¡Por Tu Gloria, oh Bienamado! No han creído en Ti y se han rebelado en Tu contra de tal manera que no me han dejado ni un minuto de paz y sosiego para poder levantarme, de manera oportuna y apropiada, a exaltar Tu Palabra en medio de la humanidad y poder servir ante Tu Umbral de Santidad con el corazón desbordante con la alegría de los moradores del Reino de Abhá.
¡Señor! Mi copa de dolor está rebosando y de todos lados llueven sobre mí violentos golpes. Los dardos de la aflicción me han cercado por completo y sobre mí han caído las saetas del dolor. Así me han abrumado las tribulaciones y mi fuerza se ha convertido en flaqueza dentro de mí, debido al ataque de los enemigos, mientras he permanecido solo y abandonado en medio de mis desgracias. ¡Señor! Ten misericordia de mí, elévame hasta Ti y dame de beber del Cáliz del Martirio, porque el ancho mundo, con toda su inmensidad, ya no puede contenerme.
¡Tú eres, verdaderamente, el Misericordioso, el Compasivo, el Magnánimo, el Todogeneroso!
¡Oh vosotros los verdaderos, sinceros y fieles amigos de este agraviado! Todos conocéis y tenéis por cierto las calamidades y aflicciones que han sobrevenido a este agraviado, este prisionero, a manos de los que han violado la Alianza cuando, tras el ocaso del Sol del mundo, su corazón se consumía con la llama de Su pérdida.
Cuando en todas partes del mundo, los enemigos de Dios, aprovechándose del ocaso del Sol de la Verdad, se lanzaron al ataque súbitamente y con toda su fuerza, en ese momento y en medio de calamidad tan grande, los violadores de la Alianza se dispusieron a provocar daño y fomentar el espíritu de enemistad, con la mayor crueldad. A cada momento cometían una fechoría y se dedicaban a sembrar las semillas de angustiosa sedición y a destruir la estructura de la Alianza. Mas este agraviado, este prisionero, hizo todo lo posible por ocultar y tapar sus acciones, para que quizás sintieran remordimiento y se arrepintieran. Sin embargo, su tolerancia y paciencia frente a esas malas acciones hicieron que los rebeldes se volvieran más arrogantes y atrevidos, hasta que, con panfletos escritos de su puño y letra, sembraron las semillas de la duda imprimiéndolos y haciéndolos circular ampliamente por todo el mundo, en la creencia de que acciones tan insensatas reducirían a la nada la Alianza y el Testamento.
Ante lo cual, los amados del Señor se levantaron, infundidos con la mayor confianza y constancia y, ayudados por el poder del Reino, por la Fuerza Divina, por la Gracia celestial, por la ayuda infalible y la Generosidad Divina, resistieron a los enemigos de la Alianza con cerca de setenta tratados y, respaldados por pruebas concluyentes, evidencias inequívocas y textos claros de la Escritura Sagrada, refutaron sus retahílas de dudas y sus panfletos incendiarios. Así, el Centro de la Sedición se vio turbado en su astucia, castigado por la ira de Dios y hundido en una degradación y deshonra que durará hasta el Día del Juicio. ¡Vil y miserable es la suerte de las gentes que obran mal, quienes están totalmente perdidas!
Y, al dar por perdida su causa, al disiparse sus esperanzas de vencer a los amados de Dios, observar cómo ondeaba el Estandarte de Su Testamento en todas las regiones, y presenciar el poder de la Alianza del Misericordioso, ardió en ellos la llama de la envidia de forma inenarrable. Con sumo vigor, empeño, rencor y antagonismo tomaron otro camino, siguieron otro derrotero y urdieron otro plan: el de encender la llama de la sedición en el seno del gobierno mismo, y de este modo hacer que este agraviado, este prisionero, se vea un promotor de discordia, hostil al gobierno y opositor y adversario de la Corona; acaso así condenaran a muerte a ‘Abdu’l-Bahá y desapareciera su nombre, y se abriera así un ruedo en el que los enemigos de la Alianza avanzaran espoleando sus corceles, causaran a todos grave daño y socavaran las bases mismas de la estructura de la Causa de Dios. Pues tan grave es la conducta y el comportamiento de esta gente falsa que han llegado a ser como un hacha que golpea la raíz misma del Árbol Bendito. Si se les dejara continuar, en solo unos días exterminarían la Causa de Dios, Su Palabra y a sí mismos.
Por tanto, los bienamados del Señor deben rehuírlos por completo, evitarlos, frustrar sus maniobras y malignos rumores, resguardar la Ley de Dios y Su religión, ocuparse todos en difundir por doquier las dulces fragancias de Dios y, con el mayor esfuerzo posible, proclamar Sus Enseñanzas.
Si cualquier persona o grupo de personas se convierte en un impedimento para la difusión de la Luz de la Fe, que los amados les aconsejen, diciendo: «De todas las dádivas de Dios, la mayor es la dádiva de la Enseñanza. Atrae hacia nosotros la Gracia de Dios y es nuestra primera obligación. ¿Cómo hemos de privarnos de semejante dádiva? No, nuestras vidas, nuestros bienes, nuestras comodidades, nuestro descanso, todo lo sacrificamos por la Belleza de Abhá, y enseñamos la Causa de Dios». No obstante, debe observarse cautela y prudencia, tal como está registrado en el Libro. En ningún caso debe rasgarse el velo de manera repentina. ¡Con vosotros sea la Gloria de las Glorias!
¡Oh amados fieles de ‘Abdu’l-Bahá! Os incumbe cuidar solícitamente de Shoghi Effendi, el vástago que ha brotado y el fruto que han producido los dos santos y divinos Árboles del Loto, para que ningún rastro de desaliento y tristeza marchite su naturaleza radiante, para que día a día sea mayor su felicidad, su alegría y espiritualidad, y para que crezca hasta llegar a ser como un árbol cargado de frutos.
Por cuanto él es, después de ‘Abdu’l-Bahá, el Guardián de la Causa de Dios, los Afnán, las Manos (pilares) de la Causa y los amados del Señor deben obedecerle y volverse hacia él. El que no le obedezca no ha obedecido a Dios; el que de él se aparte se ha apartado de Dios, y aquel que le niegue ha negado al Verdadero. Cuidaos de que nadie interprete falsamente estas palabras y, como aquellos que violaron la Alianza tras el Día de la Ascensión (de Bahá’u’lláh), aduzca un pretexto, alce el emblema de la rebelión, se vuelva obstinado y abra de par en par la puerta de las falsas interpretaciones. Nadie tiene el derecho de proponer su propia opinión ni expresar su convicción personal. Todos deben buscar la guía del Centro de la Causa y de la Casa de Justicia y volverse hacia ellos. Y aquel que se vuelva a cualquier otro lado está, en verdad, gravemente errado.
¡Con vosotros sea la Gloria de las Glorias!